Poco antes de que Pablo Casado fuera elegido como sucesor
en el PP de Mariano Rajoy, reapareció en escena su valedor, José María
Aznar. Vino a darle un empujoncito.
Después, entre los sucesivos
batacazos electorales del pupilo, Aznar fue haciendo apariciones más o
menos destempladas, más o menos alarmistas, siempre de maneras broncas,
de perfil autoritario y de un conservadurismo más cercano a Vox que a su
descabezado partido.
A dos semanas de la última cita electoral, en la
que Casado se ha recuperado tibia pero insuficientemente, Aznar ha
vuelto como cuando volvía el hombre.
Y lo ha hecho acompañado de otro
hombre de pequeña estatura, Nicolas Sarkozy. Estatura moral, quiero
decir. A la otra estatura se refirió el francés: "Hay que dejar de
prometer una igualdad que jamás existirá porque hay gente alta, baja,
gorda y delgada". Bueno, este era el nivel.
Su
reaparición conjunta se produjo en la católica, apostólica y romana
Universidad Francisco de Vitoria de Madrid, en uno de esos formatos que
se denominan "sesión magistral" incluso si los maestros vienen a ser
como estos dos (claro que también hay quien llama maestro
al torturador de toros; un abrazo desde aquí a los maestros de verdad,
como mi abuela). El caso es que, en tan adecuado marco, Aznar y Sarkozy
se pusieron a hablar sobre el futuro de Europa.
Y la obsolescencia fue
tal que aquello terminó pareciendo un best-seller
malo de novela histórica. Ambientado, concretamente, en las Cruzadas.
Mientras Sarkozy, el de la guerra de Libia, recordaba "las raíces
judeo-cristianas de Europa" (a las que llamó "nuestro estilo de vida"),
Aznar, el de la guerra de Irak, dijo que "el mantenimiento de los
valores occidentales es esencial si no queremos que las sociedades se
quiebren".
Tan magistrales reflexiones estuvieron en perfecta coherencia
con el criterio de la revista Foreign Policy, que
recientemente distinguió al español como uno de los cinco peores
expresidentes del mundo (junto a un alemán, un nigeriano, un filipino y
un tailandés, como en un chiste casposo del tardofranquismo). Y tanto se
vino arriba el quinto, que otra vez lo soltó: "Las sociedades
multiculturales rompen la escala de valores de los países occidentales”.
Luego se extendieron sobre Catalunya y el chavismo, claro, y Aznar
expresó su "máxima preocupación".
No muy lejos de donde ambos se encontraban, duermen al
raso desde hace días varias personas solicitantes de asilo. Solo la
acción vecinal ha conseguido los recursos para facilitar una pensión a
quienes llegaron con sus niños y niñas, porque en una nación tan
occidental como es España y en una ciudad tan judeo-cristiana como es
Madrid varios de esos niños y niñas han dormido a una intemperie de
lluvia incesante y frío de invierno a las puertas del Samur Social.
El
vecindario, la Red Solidaria de Acogida (formada por personas migrantes)
y Javier Baeza, párroco de San Carlos Borromeo, que se ha llevado a los
menores a dormir a su iglesia en Entrevías. Ni Aznar ni Sarkozy
hicieron, sin embargo, mención a la situación extrema en la que se
encuentran estas familias solicitantes de asilo, ni tampoco a los
valores que representan las personas solidarias que las están ayudando.
Si esas familias tuvieron algún lugar entre las palabras de los dos
hombres minúsculos, fue para ser ofendidas con su xenofobia. Jesús de
Nazaret los llamaría fariseos, los echaría del templo.
Que
haya niños y niñas durmiendo en la calle en Madrid es una inmoralidad
intolerable, que choca frontalmente con los más mínimos valores
humanitarios y nos planta de bruces frente a la incompetencia social y a
la irresponsabilidad política. Que para colmo vengan estos hombres de
la guerra a lamentarse por la deriva moral de Occidente es un escarnio
para todos.
De su discurso de novelucha mala, cargado de odio del bueno,
se alimentan sus fieras filas escindidas: el Frente Nacional en Francia
y Vox en España. Fueron culpables desde sus gobiernos y lo son y serán
desde su dorada jubilación. A nadie puede sorprender que el PP no vaya a
permitir en el Congreso español un cordón sanitario a Vox: solo hay que
oír a su mentor común, prestar atención a los valores de Aznar.
(*) Columnista
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