VALENCIA.- El dinero es cobarde porque es lo primero que huye cuando las cosas van mal. Y a Eduardo Zaplana
su fortuna le ha abandonado en el momento en el que menos lo esperaba,
justo cuando negociaba un despido millonario con Telefónica que le
permitiese mantener su elevado ritmo de vida hasta que repatriara a
España su botín, sin riesgos ni sospechas.
El caso Erial
tuvo una virtud que no han tenido otros procedimientos judiciales:
permanecer en el más absoluto secreto durante más de dos años, una
circunstancia que ha permitido a los investigadores trabajar en sigilo
para realizar un seguimiento sin precedentes a los investigados e
intervenirles multitud de conversaciones telefónicas.
Las grabaciones originales realizadas por la Guardia Civil y las imágenes de las cámaras ocultas que estratégicamente colocaron en espacios públicos, desveladas esta semana por Levante-EMV,
reflejan cómo los miembros de la trama dedicaban horas y horas a
negociar, a mover el dinero de un lado a otro, utilizando palabras clave
como en la delincuencia más sofisticada.
Esas conversaciones
son un síntoma de lo que ha sido la política valenciana durante años,
pero las revelaciones de la sociedad anónima en la que se convirtió el
apellido Zaplana demuestran que la enfermedad era mucho más profunda.
Esta semana debían de declarar en el juzgado la totalidad del clan
Zaplana, además del expresidente de la Generalitat
José Luis Olivas, varios factureros y los hermanos Saturnino y Elvira
Suances, esta última exdiputada autonómica del PP.
Las declaraciones se
han suspendido hasta que lleguen los nuevos informes policiales y las
partes repasen la abundante documentación que esta semana ha puesto a su
disposición el juzgado.
Estas pruebas confirman que la vigilancia a Zaplana y sus hombres se
intensificó entre los meses de enero y abril de 2018. La actividad de la
organización fue frenética. En mayo fueron detenidos e ingresados en
prisión.
Fin en Telefónica
Hubo un punto de inflexión a
mediados de marzo, justo después de que Francisco Camps declarara en el
juicio de Gürtel, Zaplana respondiera con un comunicado y uno de sus
asesores, Francisco Grau,
le aconsejara que no volviera a decir públicamente que residía en la
Comunitat.
Zaplana quería ahorrarse impuestos en la venta de una
vivienda -la operación se cerró por 1,2 millones- que estaba inscrita a
nombre de Costera de Glorio SL, administrada por su amigo Joaquín
Barceló, conocido como Pachano, quien ejercía de testaferro, según la UCO.
A Zaplana lo volvieron a ingresar en La Fe
por la enfermedad que tiene diagnosticada el lunes 12 de marzo y dos
días después, el miércoles 14, se registra la primera llamada a Grau.
Esta conversación confirma que Zaplana quería dejar Telefónica, empresa a
la que llegó tras dejar la primera línea política, poco antes de su
detención.
En esa charla Zaplana le pide a Grau que averigüe lo
que tendría que pagar por el despido de Telefónica que, según sus
cálculos, tendrían que ser 30 meses -15 meses por despido normal, tres
meses de preaviso, 12 de «no compita»-. Quiere saber cómo tributaria esa
cantidad y si obtendría mas beneficios firmando el acuerdo o esperando a
los 65 años.
Grau hace los cálculos y plantea sus dudas, pues
«para mantener el mismo nivel habrá que facturar mucho, ¿no? Es decir,
para mantener el mismo nivel que tienes hoy de ingresos (...) habrá que
facturar? uff? casi un millón de euros, 800.000 euros al año».
Zaplana
quería saber si la indemnización tributaria y Grau le recuerda «es que
no hay despido es resolución de mutuo acuerdo (...) es resolución de
mutuo acuerdo. Hay que poner la palabra despido».
De la repatriación a La Vila
El repentino ingreso de Zaplana preocupaba a sus testaferros. El sábado 17 de marzo de 2018 Joaquín Barceló habla de ello.
«Fue
a hacerse las pruebas y le dijeron tú de aquí no sales -en referencia a
que se quedaba ingresado-, un virus muy complicado que no le detectaban
y tenía 38,5 de fiebre y allí se quedó. Pero así y todo él se está
muriendo y esta con la cabecita, ¿comprendes?».
Barceló le visitaba para
despachar con Zaplana asuntos de sus negocios, pero si recibía más
visitas las reuniones no se podían celebrar: «Por lo menos le hizo
compañía», admite por teléfono Barceló, por lo que «se puede deducir que
no han podido hablar del tema por el que había acudido», razona la UCO.
Zaplana
recibe el alta y se retoman los encuentros en espacios públicos para
pasar desapercibidos. Había que tomar decisiones, también las
relacionadas con la herencia de Miguel Barceló, histórico dirigente del
PP y suegro de Zaplana. «Hay que tomar un par de decisiones que también
están ligadas ahora a la herencia de Miguel. Cuando nos veamos cara a
cara, te lo explico», dice Grau.
En paralelo, Joaquín Barceló
sigue con la negociación para vender la parcela hotelera de La Vila
Joiosa que la trama habría adquirido con el dinero que obtuvo con el
presunto cobro de comisiones. El empresario de El Pozo y Trinitario
Casanova, el nuevo rey del ladrillo en España, era la mejor opción de
venta. Cobrarían por la operación 2,4 millones.
En abril, el
testaferro Fernando Belhot viaja de Montevideo a Madrid para reunirse
con Zaplana. Eligen el hotel Wellington y la sastrería Just One, en el
barrio de Salamanca.
En esas reuniones Zaplana pedía liquidez. Rechazó
billetes de 500 euros, quería de 50 para poder colocarlos en su día a
día mientras negociaba su salida de Telefónica y la indemnización.
«Sin
riesgo, eh? sin riesgo», repite Zaplana, la figura protagónica de la
trama, según confesó Belhot a la UCO meses después. El uruguayo se
comprometió a traerle dinero en metálico cuando visitara España. Semanas
después fue detenido y el plan se desvaneció.
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