La Catalunya que surgió como un movimiento ciudadano imparable y
mayoritario el año 2012 vuelve a dominar la escena política. Esta
debería ser la primera conclusión de una jornada cívica impresionante de movilización de la Catalunya independentista -claro
que había no independentistas, pero que nadie se confunda: de una
manera destacable la transversalidad no llegó a tanto- como protesta
por las duras e injustas condenas a sus nueve líderes políticos encarcelados
en las prisiones de Lledoners, Puig de les Basses y Mas d'Enric.
El
independentismo dividido y fracturado en su cúspide, con un liderazgo en
Catalunya cuestionado, encuentra en su amplia base -y aquí sí, muy
transversal- la respuesta precisa y que ha desbordado a los despachos
este 18 de octubre. Que nadie se equivoque ni en Barcelona ni en Madrid:
los independentistas no van a volver al autonomismo. Todos tienen un
problema que no arreglará la justicia ni la represión, por dura que
puede ser. Tampoco un 155, la Ley de Seguridad Nacional o cualquier otra
drástica medida que solo añadirá dolor, enquistamiento y confrontación.
Hace falta sentarse en una mesa y negociar. No hay otra.
Los que soñaban con un independentismo dormido y amordazado,
alejado de cualquier ambición tras la supresión de la autonomía y una
etapa dominada por el desconcierto, ya pueden volver a cambiar el chip.
El tiempo no va a darles la razón. La marcha sobre Barcelona de las cinco columnas por la libertad
que salieron el pasado miércoles desde Girona, Berga, Vic, Tarragona y
Tàrrega y que han recorrido unos cien kilómetros cada una de norte a
sur, de sur a norte y de oeste a este, perimetrando buena parte de
Catalunya, ha desbordado cualquier previsión.
La marcha de los
estudiantes también, como la paralización de las universidades en la
práctica durante toda la semana. El simbolismo de la entrada de decenas de miles de personas por la Diagonal
reclamando poder ejercer el derecho a la autodeterminación y gritando
democracia en el ochenta aniversario de la entrada de las tropas de
Franco por la misma avenida no deja de ser un cambio de paradigma en la
memoria histórica.
El comercio, las fábricas, los transportes, los colegios, las
universidades, los centros hospitalarios, los servicios básicos, todo en
una gran comunión, muy propio de una sociedad madura como la catalana,
en una situación que emulaba perfectamente la aturada de país del 3 de octubre de hace dos años, después de la represión del referéndum. El centro de Barcelona, de nuevo colapsado por 525.000 personas,
según la Guardia Urbana. Y eso que la manifestación de protesta contra
la sentencia no era este viernes y será el próximo sábado día 26.
Habrá que estar atentos a cómo leen en los próximos días el Govern de Quim Torra y los partidos independentistas las multitudinarias movilizaciones por un lado, el discurso de la presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie, exigiendo a los partidos que se preparen para hacer una DUI y que no utilicen subterfugios para retrasarla; y del presidente de Òmnium, Jordi Cuixart,
que envió una carta desde la prisión escrita de su puño y letra en la
que destacaba que "no hay descanso posible hasta ganar la libertad", lo
que es toda una invitación a proseguir la desobediencia pacífica.
Aunque no es ninguna novedad que el independentismo haya vuelto a
evidenciar una musculatura organizativa incomparable a ningún otro
movimiento político -lo que incluso hizo que los comunes se apresuraran a
sumarse a una concentración de la que oficialmente estaban ausentes- su
respuesta ha sido de una inesperada contundencia.
Parece bastante
evidente que el desbordamiento ciudadano, sobre el que algunos podían
tener dudas, se ha producido, como ya se podía intuir, por ejemplo,
después de la impactante movilización que se desplazó el mismo lunes
desde el centro de Barcelona hasta el aeropuerto de El Prat.
Habrá que tener mucha inteligencia para saber tocar la tecla precisa en
las próximas semanas y meses ahora que, de nuevo, el reloj que se
detuvo el 27 de octubre de 2017 se ha vuelto, para muchos
inesperadamente, a poner en marcha sin que nadie sepa, con seguridad
absoluta, si tiene o no tiene cuerda para mucho tiempo.
(*) Periodista y director de El Nacional
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