Francisco Franco sale del valle de Cuelgamuros con
el beneplácito de la Iglesia católica, aunque los monjes de la basílica
benedictina se oponga a la exhumación. Por encima del abad están el
arzobispo de Madrid y el Papa de Roma. La actitud de la Iglesia
católica, la gran aliada del régimen del general Franco durante décadas,
es muy importante en la jornada de hoy.
Con la Iglesia católica en contra, los restos del dictador
habrían permanecido más tiempo en el Valle de los Caídos. Con el
cardenal Antonio María Rouco Varela todavía al frente de la
archidiócesis de Madrid, las cosas habrían discurrido de otro modo. En
los muros de algunas parroquias de la capital de España han aparecido
estos días pintadas que dicen: “Osoro, Judas”. [Carlos Osoro es desde
hace cinco años arzobispo de Madrid, en sustitución de Rouco Varela.]
El cardenal Rouco, hoy jubilado, no es un franquista. Sería
injusto adjudicarle una adhesión nostálgica a la dictadura. El prelado
con mayor vocación política que ha tenido España en los últimos decenios
fue siempre un conservador rocoso, enfrentado al laicismo de las
izquierdas y al credo de los nacionalistas catalanes y vascos. Nos hemos
de remontar unos treinta y tantos años atrás para entenderlo mejor.
En la primavera de 1982, el papa Juan Pablo II llamó a Roma
a los dos principales referentes del episcopado español, Vicente
Enrique y Tarancón y José María Bueno Monreal, para reprenderles
severamente por su actitud durante la transición democrática en España.
Ambos habían abogado por la neutralidad política de la Iglesia católica.
Muy odiado por los ultras, Tarancón se había negado a oficiar los
funerales de Franco acompañado de todos los demás obispos españoles. No
quiso volver a 1939. No quiso que el entierro del dictador pareciese un
cuadro de El Greco.
Karol Wojtyla les recriminó no haber defendido con más
energía la esencia católica de España, permitiendo una Constitución que
el Papa polaco consideraba adversa a la Iglesia. Tarancón y Bueno
Monreal fueron jubilados. Wojtyla ordenó fortificar las defensas de la
Iglesia en España y, entre otras medidas, se inició un largo proceso de
beatificaciones de eclesiásticos y seglares asesinados durante la Guerra
Civil por su condición de católicos.
La Iglesia intentaba recuperar
poder y autoridad en España. Con Juan Pablo II en el Vaticano hoy no
habría exhumación en el Valle de los Caídos. Con Benedicto XVI, quizá
tampoco.
El papa Francisco ha retomado la mirada del cardenal Tarancón.
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia
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