Entrada la noche, a la hora en que se iniciaba el Telenotícies Vespre de TV3 y el Telediario de TVE, ha comparecido el presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez,
con apariencia de normalidad y de tenerlo todo controlado pero más
dubitativo que de costumbre y rebosante de palabras vacías.
En síntesis,
nos ha dicho dos cosas: que un gabinete de crisis lleva
actuando en La Moncloa desde el pasado jueves y que reforzó su
coordinación el lunes, cuando se hicieron públicas las sentencias del
juicio del procés, y que había abordado la situación con tres
entrevistas a lo largo del día con Pablo Casado, Albert Rivera y Pablo
Iglesias.
Y uno, frente al televisor, no puede más que expresar su sorpresa por
la naturalidad con que el jefe del ejecutivo español en
funciones comunica que se ha reunido para hablar de Catalunya sin catalanes. O
de Barcelona sin barceloneses. No sin independentistas catalanes, que
es libre de escoger si los quiere recibir o no, aunque las cosas le iban
mejor cuando mantenía una vía de diálogo.
Así tumbó a Mariano Rajoy
y gozó de los momentos de mayor estabilidad política en su corta y
tortuosa presidencia alcanzada en junio de 2018. Porque, es obvio, que
lo suyo sería reunirse con el president de la Generalitat, Quim Torra,
ya que, entre otras cosas, es el máximo representante ordinario del
Estado en Catalunya. Eso dice la Constitución y el Estatut al que tanto
apela Sánchez y que luego solo cumple en aquellas partes que le
interesan. También podría reunirse con Ada Colau, como alcaldesa de
Barcelona. O con los grupos parlamentarios en Madrid de Esquerra
Republicana, Junts per Catalunya o En Comú Podem.
Todo ello entraría
dentro de lo normal o, en cualquier caso, sería más correcto y acertado
que reunirse exclusivamente con Casado, Rivera o Iglesias. Allí en el
Palacio de La Moncloa, por las escenas que hemos visto en televisión
―recepción en la puerta, imágenes en el despacho, etc.― el imberbe Pablo
Casado acaba teniendo con su llamativa barba un aspecto más
presidencial que el presidente en funciones.
Yo, de ser Sánchez, no me
mostraría tan flemático. Y tampoco dormiría tranquilo por la noche, no
por Iglesias, como dijo para justificar su negativa a un gobierno de
coalición, sino por Casado.
Pero Pedro Sánchez ha decidido no saber qué sucede en Catalunya.
Dicen que, incluso, en el PSC hay sectores que están con la mosca detrás
de la oreja por su actitud y que se temen lo peor la noche del 10-N.
Jugar a los dados cuando no es necesario tiene sus riesgos y,
ciertamente, el 10-N es un capricho del doctor Sánchez
en su alquimia particular donde cualquier invento parece posible.
Por
cierto: ¿dónde están todos aquellos que decían, durante meses y meses,
que la sentencia sería "como un bálsamo para la sociedad catalana" y que
serviría "como escarmiento para una generación"? Los Jordis,
los auténticos líderes sociales, han pagado con nueve años de condena,
¡nueve!, su actitud pacifista y sus intentos de rebajar la tensión aquel
20 de septiembre frente a la Conselleria d'Economia.
Así podríamos
seguir con los líderes políticos en prisión o en el exilio y, ahora, los
liderazgos son mucho más pequeños, dispersos y con una autoridad a la
baja. Esa es la realidad, lamentable y dramática.
Y, en este contexto, el president de la Generalitat comparecerá en el
Parlament este jueves para hablar de las sentencias. Torra, callado
desde hace un tiempo excepto para realizar declaraciones muy puntuales,
subirá a la tribuna sabiéndose cuestionado por miembros del Govern. Que
eso sea un acicate o un obstáculo se verá en las próximas horas, aunque
los que le conocen aseguran que no hará un discurso intrascendente. A lo
mejor, porque intuye que durante su mandato ya no tendrá muchas
oportunidades de la solemnidad de la jornada parlamentaria.
(*) Periodista y director de El Nacional
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