Recuerdo haber invitado a Íñigo Errejón a la tele cuando
aún era asistente de Pablo Iglesias. Hasta algún otro participante de
aquel debate le llamó chaval. Ni siquiera existía Podemos. Ahora, los
años han pasado, los partidos se multiplican y los problemas de los
ciudadanos permanecen. Esa es la gran tarea pendiente. Pasamos demasiado
tiempo hablando de quién o quiénes, pero muy poco del qué o para qué.
Creo
que buena parte del malestar de la ciudadanía radica en esto. La gente
vota y piensa qué hay de lo mío. Si el debate político se centra en las
luchas de poder, ¿para qué sirve la política? ¿Está para vivir de ella o
para intentar hacerles la vida más fácil a los ciudadanos? De eso va
este artículo. A estas alturas de la película no me interesa tanto si la
culpa fue de Íñigo o de Pablo, de Sánchez o de Iglesias, de Errejón o
de Monedero. Me parece más interesante escribir sobre lo que puede
pasar.
La precariedad, el acceso a la vivienda, la igualdad de
oportunidades, hacer viables las pensiones públicas a largo plazo, el
sistema sanitario, la educación, el cambio climático, la lucha de las
mujeres, los avances tecnológicos… Son grandes desafíos de nuestro
tiempo, serios problemas para muchos ciudadanos cada día, mientras
pasamos las horas discutiendo sobre tal o cual rival, este o el otro
partido, la corriente interna, su escisión o su sección a escindir.
El
nivel de abstención es una seria amenaza en las próximas elecciones y
la izquierda ha acusado históricamente los bajos niveles de
participación. Si la campaña de los partidos progresistas transcurre
como una guerra abierta, dando protagonismo a su cruce de reproches, más
que a la suma y a las políticas constructivas, esto puede incrementar
la desafección, desmovilizar a sus potenciales votantes y tener su
reflejo en las urnas. Luego se lamentarán.
La derecha
ha pactado. En la izquierda, ya está en cuestión hasta quién es de
izquierdas. Es cierto que las disputas en cada espacio electoral no han
sido exclusivas de los partidos progresistas. También hemos visto cómo,
según convenía, a Vox le llamaban "la derecha nueva" o "la extrema
derecha", había partidos "veleta" o "la derechita cobarde", pero a la
hora de la verdad se han puesto de acuerdo para gobernar.
¿Será
esto posible en la izquierda? ¿Sumarán PSOE, Podemos, el partido de
Errejón y otros o todo quedará reducido a falsas promesas? A nivel
autonómico y local ha habido acuerdos, pero para el Gobierno central
quedan varias posibilidades abiertas. La suma del PSOE con Ciudadanos es
algo que Rivera descartó antes de esta convocatoria electoral, pero
después del 10 de noviembre, veremos.
También pienso que el PP no
permitirá que vayamos a unas terceras elecciones o que Sánchez, Iglesias
y Errejón pueden parecer hoy hasta incompatibles, pero con los
resultados electorales todo está por ver.
Afloran en
estos tiempos nostálgicos del bipartidismo que olvidan que España sigue
necesitando regeneración: reducir el clientelismo, los cargos a dedo,
las puertas giratorias, la politización de la justicia, la lentitud en
la lucha contra la corrupción, las administraciones desproporcionadas…
Por citar solo algunos casos. Sumen a esto las necesidades sociales
antes citadas y también, simplemente, el necesario relevo generacional.
Son asignaturas pendientes. Que los nuevos responsables de llevarlo a
cabo no lo hagan, no significa que no se tenga que hacer.
La
nueva política debiera ser eso. No un juego de la silla, ni un 'quítate
tú para ponerme yo'. España necesita acuerdos y políticas responsables a
medio y largo plazo. Las haga Pedro, Pablo o Íñigo. La gente quiere
sumas y no restas, porque a muchos les aburren las batallas. Y si no lo
hacen los llamados partidos "progresistas", otros lo harán. O no. Que
también los hay que maquinan para que todo siga igual.
(*) Periodista
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