viernes, 6 de septiembre de 2019

Pedro Sánchez quiere elecciones / Carlos Elordi *

Todos los muy bien preparados movimientos que el presidente ha hecho en las últimas semanas están dirigidos a un solo fin: el de que haya elecciones en noviembre y el de que éstas resulten lo más beneficiosas posibles para el PSOE. Si por él y sus asesores hubiera sido, los comicios podrían haberse celebrado ya, sin esperar a cumplimentar los plazos a los que obliga la ley.

Porque el bochornoso espectáculo que tuvo lugar en el Congreso los días 24 y 25 de julio fue para el líder socialista un punto de no retorno. Cualquier posibilidad de entendimiento futuro con Unidas Podemos desapareció por completo en esos días. Pedro Sánchez los debió vivir como una afrenta personal. 

Y la organización de Pablo Iglesias dejó de ser el "socio preferente" de un futuro gobierno para convertirse en un rival a batir sin contemplaciones. El futuro político del PSOE pasó a depender, en primerísimo lugar, del debilitamiento de Unidas Podemos. Y en esas estamos.

No hay nada perverso en ese giro: esas cosas pasan en política sin que nadie tenga que escandalizarse. Además, y vista desde fuera, esa nueva orientación responde a la lógica de los acontecimientos. ¿O es que alguien cree que puede funcionar un gobierno cuando uno de los socios potenciales del mismo lleva sus invectivas contra el líder de la otra parte hasta el punto en que las llevó Pablo Iglesias en aquellas sesiones?

Si es que alguno se interesa un día por estas cuestiones, queda para los historiadores comprender los motivos del errático comportamiento de Pedro Sánchez en el tiempo que precedió a aquel rifirrafe. El porqué, de un día para otro, aceptó la idea de un gobierno de coalición a la que hasta entonces se había negado de plano. 

Y qué cálculo había detrás de su condición sine qua non, la de que el pacto solo sería posible si Pablo Iglesias no entraba en el gobierno. ¿Valoró que esa exigencia iba a ser tomada como un ultraje por alguien que ejerce el liderazgo de forma tan absoluta y carismática? ¿Pensó que Podemos nunca aceptaría esa condición?

Cabrían otras cuantas reflexiones sobre el proceso de negociación que siguió a la sorprendente renuncia de Iglesias a seguir en ese juego. Pero nos quedamos con una: ¿qué habría pasado si Unidas Podemos hubiera aceptado la oferta final del PSOE, la de la vicepresidencia y los tres ministerios? ¿Se arrepintió Iglesias de no haberla aceptado o para él el ultraje sufrido justificaba su cerrazón? ¿O es que intuyó que después de la caña que le había dado a Sánchez, la gente de Podemos que entrara en el gobierno iba a pintar lo que los guardias de las puertas de los ministerios y que ese viaje había dejado de tener sentido?

Sea lo que fuera, tras el 25 de julio la posibilidad de un pacto había desaparecido. Y las elecciones eran inevitables. Nada ha ocurrido en estas últimas semanas que modifique un ápice ese designio. 

Por el contrario, esa perspectiva se ha reforzado por culpa de la tormenta económica que parece estarse fraguando en el horizonte. Sánchez quiere elecciones cuanto antes. Un gobierno surgido de un hoy por hoy impensable pacto con Unidas Podemos aguantaría poco antes de estallar. Un año a lo sumo. Y dentro de doce meses la economía estará previsiblemente mucho peor y el PSOE podría caer bastante por culpa de ello.

Pablo Iglesias podría hacerle la faena al líder del PSOE si al final decide votarle en la investidura, tal y como están pidiendo insistentemente sectores de Izquierda Unida. No es probable que lo haga. Más bien parece que sigue yendo a por todas y que está dispuesto a jugárselo todo en la campaña. Sobre todo en el debate televisivo que habrá dos o tres días antes de la votación y en el que Iglesias espera dejar muy mal parado a Sánchez, siguiendo la estela de lo logrado en anteriores ocasiones similares.

La próxima campaña estará por tanto marcada por el enfrentamiento entre las dos izquierdas. Sánchez la ha comenzado de una manera sutil. Presentando su programa electoral como una oferta a Unidas Podemos. Nada más lejos de la realidad. Sus 330 medidas solo constituyen un articulado y sólido proyecto para ganar votos y quitárselos a Podemos. Y el "co-gobierno" que le ha ofrecido un añadido perfectamente prescindible. Porque los mecanismos de control de los pactos no son creíbles y la entrada en instituciones no tiene peso político alguno.

Podemos no se va a tomar en serio esa oferta. Que puede incluso reforzar su rechazo a todo cuanto venga del PSOE. Eso sí. En la campaña los socialistas dirán cuantas veces haga falta que ellos abrieron los brazos a las gentes de Pablo Iglesias. En julio y en septiembre. Y que si no hubo gobierno de izquierdas no fue por culpa de ellos.

Y puede que no les vaya mal con ese discurso. Porque lo dicen las encuestas. Y porque en el ambiente de la calle una mayoría está por la vuelta a la normalidad, al fin de las tensiones políticas. Y más si éste viene acompañado por algunos regalos como los que el miércoles anunció Sánchez. Y si Ciudadanos no consigue sacudirse los pésimos pronósticos de las encuestas, el 10 de noviembre puede irle bastante bien a Sánchez, a pesar de la posible abstención. Por eso quiere elecciones.


(*) Periodista


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