A medida que se acerca la publicación de la sentencia del Tribunal
Supremo sobre el golpe de Estado catalán del 27-O de 2017 y el segundo
aniversario del referéndum ilegal y fraudulento del 1-O del mismo año,
crece en todo el territorio catalán la tensión política que jalean los
soberanistas y se proyecta sobre las elecciones generales del 10-N y
sobre el presente y futuro político de Pedro Sánchez.
Tensión catalana que agita de especial manera el presidente Quim
Torra, el protector de los violentos CDR cuyo comando terrorista acaba
de entrar en prisión, y el representante y marioneta de Carles
Puigdemont, el prófugo y cobarde (como le acusan en ERC) primer
dirigente del PDeCAT -en vías de ruptura o de extinción- que por ahora
se libra de la condena judicial pero al que pronto le llegará su turno
judicial.
El enésimo espectáculo de rebeldía institucional del Parlament
catalán nos confirma el desvarío soberanista hacia ninguna parte y
reabre la vía de la desobediencia y la violación del Estatuto y la
Constitución con acuerdos y decisiones ilegales que el Gobierno de Pedro
Sánchez recurrirá.
En Cataluña no va a pasar nada contra España porque el soberanismo
está derrotado, sin liderazgo ni proyecto en Cataluña, España y la UE,
pero sus últimos coletazos crearán problemas de orden público y de
legalidad. Y no de ‘convivencia’, como dice el Gobierno de Sánchez, para
justificar la que ha sido su temeraria relación con Puigdemont,
Junqueras, Otegui y Torra en la moción de censura del 1 de junio de
2018.
Y en sus fallidos intentos de investidura en 2019, después de haber
paseado con Torra por los jardines de La Moncloa, o pactado con él,
mientras este más que demencial personaje despreciaba a España y al Rey
Felipe VI. Y a no olvidar el encuentro de Torra y Sánchez en Pedralbes
donde la inefable Carmen Calvo le regaló a Elsa Artadi un ‘relator’ para
mediar entre el Estado español y la Generalitat (sic).
Una infamia ilegal la del ‘relator’ que ocultan en un PSOE
desesperado por salvar al soldado Sánchez de todos sus desafueros y
desprecios a España con los que ha intentado renovar el poder.
El que, ahora, ante la cita electoral del 10-N tiene en el alero de
La Moncloa y todo apunta que a expensas de una gran coalición con el PP,
lo que le va a obligar a renunciar a sus pompas y obras pro
soberanistas en Cataluña, País Vasco y Navarra sí quiere volver a gobernar.
Porque la opción de Albert Rivera y Cs se desmorona en las encuestas y
con la llegada de Íñigo Errejón se complica más si cabe el pacto con
Podemos al tiempo que la esperada abstención de ERC en la investidura
será convertirá en imposible si no hay indultos para los golpistas que
resulten condenados en el Tribunal Supremo.
Pedro Sánchez sabe todo esto y sigue hablando de ‘convivencia’ para
no mencionar la palabra ‘legalidad’ en Cataluña. O ilegalidad que es lo
que de verdad impera ahora en en el territorio catalán y lo que de
seguir así obligará en un plazo no lejano a la aplicación del artículo
155 de la Constitución.
Lo que Sánchez es capaz de hacer con tal de seguir en el poder.
Aunque parece que ahora ya no tiene aliados suficientes por lo que
podría darse el caso de que los partidos de la Oposición le pidan al
PSOE otro candidato a a la investidura porque a Sánchez lo consideran
inapropiado para pactar y para negociar tras sus antecedentes
‘soberanistas’.
Un Sánchez que llegó al poder en la moción de censura contra Rajoy
gracias a Junqueras, Puigdemont, Otegui e Iglesias (al que maltrató) y
ahora puede que sean Iglesias y Junqueras quienes echen a Sánchez del
primer plano de la política nacional.
El lugar donde Sánchez maltrató a todos sus adversarios sin excepción
y no tiene amigos. Pero si, tras el 10-N, el PSOE no despunta como
pretendía con la repetición electoral el bloqueo de la investidura
quedará como está o peor. Sobre todo si Errejón aumenta la fragmentación
de la izquierda y del Congreso de los Diputados con una sexta fuerza
nacional como hoy cabe esperar.
O sea, Cataluña puede ser la tumba política de Pedro Sánchez a la que
le empujarán, como a Cesar apuñalaron en el Senado de Roma, todos sus
adversarios a los que pretendió engañar, despreció y maltrató. Y si
llega el caso en el PSOE nadie le llorará. Entre otras cosas porque
entre Julio Cesar y Pedro Sánchez hay años luz de distancia que nunca se
recortarán.
(*) Periodista
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