Raro es el día en que no siento vergüenza de mi profesión. En la era del click, de los Sálvames y las ExclusIndas, de los Chiringuitos
y los todólogos ególatras, es imposible pasar un día sin que alguien
comente lo lamentable, machista, sexista, racista, facha, comunista y/o
políticamente incorrecto que es el titular de tal medio o la columna de
tal periodista. Siempre hay algo que degrada el periodismo.
Sólo aquellos que han perdido un hijo en edad tan temprana como por desgracia le ha sucedido a Luis Enrique
saben lo que se siente. Lo que se sufre. El vacío, la opresión, la
falta de razones, la búsqueda infinita de motivos, el porqué repetido en
tu cabeza tantos millones de veces como segundos tiene el día con el
silencio aplastante por única respuesta, la travesía por el dolor hasta
la aceptación -si es que llega alguna vez-, el duelo, el llanto
desconsolado de tu pareja para el que ni siquiera buscas consuelo porque
el tuyo te asfixia, te ahoga.
Un infierno en vida que tanto ha hecho sufrir a tantos y que hoy me hace penar por Lucho
pero también sentirme orgulloso de mis compañeros, de mi profesión,
porque hoy el periodismo, por fin, ha mostrado que tiene alma.
Todos sabíamos, todos, de la enfermedad de la pequeña Xana. Marca, AS, Mundo Deportivo, Sport, El Español, El Mundo, El País, El Confidencial, TVE, la SER y
tantos otros. Absolutamente todos lo sabíamos, con más o menos
detalles, y todos hemos sido honrados, decentes por una vez entre tanta
inmundicia, entre tanto suceso morboso y tanta búsqueda del click, de
lectores, oyentes y telespectadores.
Por una vez en mucho tiempo hemos
estado a la altura, hemos cumplido ese pacto de silencio no escrito
antes conocido como respeto y tantas veces olvidado siempre por razones
equivocadas y hemos dejado a Luis Enrique transitar el camino que le
tocaba sin luz y sin taquígrafos.
Poco se habló al respecto el primer día que el
entonces seleccionador nacional se ausentó de un partido por motivos
personales. Pocas referencias se hicieron cuando la Federación Española de Fútbol (RFEF) anunció su salida. Y poco o nada se le preguntó a Robert Moreno,
su mano derecha, su sucesor en el cargo, cuando tomó las riendas del
equipo nacional. Tampoco los compañeros de la prensa del corazón
abundaron en la cuestión. Y ellos lo sabían, por supuesto que lo sabían.
Nadie, absolutamente nadie recorrió ese camino.
Fueron meses de silencio autoimpuesto que recordaban a los más de seis
meses que el periodista de El Mundo Javier Espinosa y el fotógrafo Carlos García Vilanova
estuvieron secuestrados por el ISIS entre 2014 y 2015 y del que sus
propios compañeros sólo nos enteramos después de 85 días cautiverio y
por expreso deseo de sus familias gracias a la discreción del propio
periódico y del Ejecutivo de Mariano Rajoy.
Luis Enrique, tan querido y tan odiado en lo
deportivo, sólo merece ahora nuestro cariño, nuestro respeto y la ayuda
que él mismo nos pida. Ojalá seamos capaces. Ojalá estemos a la altura.
Sería la segunda vez y eso ya sería una tendencia. Quién sabe, quizás
hasta podríamos convertirlo en costumbre.
(*) Periodista
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