Mientras la política europea entra en ebullición, así en el
Reino Unido como en Italia, mientras la izquierda española se pierde en
el interior de su laberinto, el Partido Nacionalista Vasco enciende las
luces largas. El último partido analógico que opera en España vuelve a
emitir señales de talento estratégico.
El lehendakari Iñigo Urkullu presentó al Vaticano una
propuesta para organizar la acogida de inmigrantes y refugiados en
Europa a partir de las regiones. La propuesta Share del Gobierno vasco
plantea jerarquizar los cupos de acogida a partir de tres parámetros: el
Producto Interior Bruto, la población y el porcentaje de paro, por este
orden. Acogerían más refugiados e inmigrantes las regiones más ricas,
las más necesitadas de población y las menos castigadas por el paro.
Es una propuesta inteligente que busca romper la cadena de
la insolidaridades territoriales, uno de los principales detonantes de
la oleada xenófoba que recorre Europa. Es un planteamiento racional en
un tiempo caracterizado por la manipulación fácil de las emociones. Es
una propuesta socialdemócrata. Es una propuesta socialcristiana. No es
postureo mediático para quedar bien con Richard Gere a bordo el Open
Arms. Es una idea que pertenece a la vieja cultura de la complejidad. No
es fácil de resumir, pero se puede sintetizar con menos de 140
caracteres: que cada región acoja según sus posibilidades y aumente su
población según sus necesidades.
El plan Share a Euskadi no le vendría mal. Es una sociedad
rica, envejecida y con un moderado porcentaje de inmigrantes. Con
34 079 euros de renta per cápita –la segunda más alta de España después
de la Comunidad de Madrid– el País Vasco presenta uno de los mayores
índices de envejecimiento, detrás de Asturias, Galicia, Castilla y León y
Cantabria.
Uno de cada cinco vascos ya tiene más de 65 años. Su tasa de
paro es la más baja de España (9,5%) y es la novena comunidad autónoma
con más inmigrantes en el censo (151.000 ciudadanos de origen extranjero
en una sociedad de poco más de dos millones de habitantes), cifra que
ha aumentado de una manera especial durante los tres últimos años.
La propuesta de los nacionalistas vascos puede interesar al
Vaticano en la medida que el discurso del papa Francisco necesita una
vertiente pragmática para hacer frente a las acusaciones de “buenismo”
que propalan sus enemigos, cada vez más numerosos.
Urkullu, político de formación católica, hizo un buen
trabajo en Roma. Demuestra que las relaciones del Gobierno vasco con la
Santa Sede vuelven a ser excelentes, especialmente con el secretario de
Estado, cardenal Pietro Parolin. Asocia el nacionalismo vasco al
concepto solidaridad en una España cuya última novedad es el descaro del
“paraíso fiscal” de Madrid.
Lanza una propuesta de interés para
Bruselas, refuerza el perfil institucional del PNV, y al mismo tiempo
exige la revalorización política de las regiones europeas. Con finura,
Urkullu viene a decir que el jacobinismo no sirve para afrontar un
asunto tan complejo como el de la inmigración. Y por ultimo, aunque no
lo último, da un toque de atención a la Generalitat catalana.
En Roma también se habló ayer de Catalunya.
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia
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