Como en todas las crisis económicas, lo que más cuesta es aterrizar
en la dura realidad. Ya pasó en la última de 2008 que se negó y se negó
hasta que fue inevitable. Esta vez está pasando lo mismo aunque, por
fin, parece que ya no queda economista de prestigio que niegue la
evidencia después de una suma de indicadores que no hacen más que
reflejar lo que ya eran síntomas de principios de año, sino antes, y que
ahora se han visto reforzados.
Desde el Brexit a la escalada comercial
entre China y Estados Unidos; desde la
ralentización de la economía alemana a la alarma en las bolsas; desde
el retroceso del nivel de producción de los países de la UE
hasta el inusual comportamiento de los bonos del Tesoro estadounidense
que ya dan a largo plazo (diez años) menor rentabilidad que los de corto
plazo (dos años). Podríamos seguir, pero sería en la misma dirección.
Mientras los economistas se debaten en tres cuestiones fundamentales,
si empezará en este cuarto trimestre o a principios de 2020, si será
larga o corta y si será tan profunda como la última, aquí el gobierno
español en funciones sigue en la luna de Valencia.
Pedro Sánchez
disfrutando de sus vacaciones en Doñana y nada sabemos de los planes de
contingencia que debería estar preparando la ministra de Economía, Nadia Calviño,
una vez sus aspiraciones de ocupar la dirección general de Fondo
Monetario Internacional se dieron de bruces con la realidad y España
tuvo que retirar su candidatura ante la falta de apoyos.
Tres son los temores de la economía española: la deuda pública
española absolutamente disparada, por encima del 100% del PIB y
creciendo; la retirada de estímulos a la economía española, con un BCE
que no le va a prestar dinero y le va a exigir devolver el dinero que
le ha prestado con los intereses y la nula capacidad para adoptar planes
de choque ya que por delante hay una nueva investidura de Pedro Sánchez
y no puede ir a ella con recortes económicos.
Por mucho que no les
guste oír a las autoridades españolas, nada se ha aprendido de la
anterior crisis económica, la fragilidad es la misma sino mayor y solo
hay que estar a la espera de cuando dirán la verdad a los ciudadanos.
En clave catalana poco cabe esperar de carpetas que se tendrían que
desbloquear: el nuevo sistema de financiación autonómica tendrá que
seguir esperando, aunque esté vencido desde diciembre de 2013; los
presupuestos generales tendrán que adaptarse a esta realidad y habrá que
ir olvidando inversiones en infraestructuras que son urgentes; y
veremos a un Sánchez que hará como Mariano Rajoy y como antes Zapatero, nuevos recortes al estado de bienestar.
Depende de como, no será Sánchez quien no buscará el acuerdo con Podemos. Será Pablo Iglesias quien no podrá asumir la política económica que le impondrá Europa a España.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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