La democracia
parlamentaria como forma política es posible porque la mayoría
parlamentaria no es prácticamente nunca mayoría social. La coincidencia
de ambas conduciría inexorablemente a su degeneración autoritaria. La
concentración de poder en la mayoría parlamentaria y su Gobierno
únicamente es soportable con el contrapeso de una mayoría social
distinta, que no se ha podido articular políticamente y que, justamente
por eso, no puede formar Gobierno, pero que, no por ello, deja de
existir como tal mayoría social.
En España no ha
habido ni un solo caso de mayoría parlamentaria que fuera mayoría
social. Ni siquiera en 1982, en que el PSOE alcanzó 202 escaños en el
Congreso de los Diputados En dichas elecciones el PSOE obtuvo el 48 % de
los votos válidamente emitidos. Hubo más ciudadanos que no votaron al
PSOE que los que lo votaron. Si introducimos la variable de la
abstención, ese 48 % se convierte en un 37 % del cuerpo electoral. En
todas las demás elecciones la separación de la mayoría parlamentaria de
la mayoría social ha sido superior o muy superior.
Si no se es consciente de que esta es la premisa no
escrita en la que descansa la operatividad de la democracia
parlamentaria, se corre el riesgo de un ejercicio desviado del poder que
los ciudadanos te han confiado a través del ejercicio del derecho de
sufragio. Nunca se puede perder de vista que se es simultáneamente
mayoría parlamentaria y minoría social y que la tendencia natural es que
esa condición socialmente minoritaria acabe imponiéndose. De ahí viene
la tendencia natural a la alternancia en el poder en toda democracia
digna de tal nombre.
La tarea del Gobierno y de su
mayoría parlamentaria no puede consistir sino en retrasar el desgaste
que incesantemente va produciendo la mayoría social que no lo ha votado.
Cuanto más reducida es su mayoría parlamentaria, tanto más tiene que
centrarse en esa tarea. Nunca será bastante el esfuerzo que se haga para
conseguir la colaboración de la mayor parte posible de esa mayoría
social que no está representada en la mayoría parlamentaria en la que
descansa el Gobierno.
Esto lo entendió el PSOE en los
años ochenta en los que se preocupó obsesivamente porque la mayor parte
de las leyes que se aprobaran en aquellos años de gobierno con mayorías
aplastantes no lo fueran con los votos de los diputados socialistas
exclusivamente. El referéndum de la OTAN fue la excepción y bien caro lo
pagó.
Me temo que no está siendo entendido así por el
PSOE tras las elecciones del 28A. Tanto el Presidente del Gobierno en
funciones, como sus ministros están repitiendo de forma machacona que la
voluntad del cuerpo electoral expresada en las urnas es que se
constituya un Gobierno socialista y que dicha voluntad debería ser
respetada por los demás partidos políticos, haciendo posible la
investidura de Pedro Sánchez.
No es el PSOE el que
tendría que buscar el concurso de aquella parte de la mayoría social que
no lo ha votado, sino que son los representantes políticos de dicha
parte de la mayoría social los que tienen la obligación de ofrecer dicho
concurso sin recibir nada a cambio.
La pérdida de
sentido de la realidad que esta estrategia supone salta a la vista. Con
menos del 30% del voto válidamente emitido, que viene a ser alrededor
del 20% del censo electoral, es absurdo empeñarse en que se tiene una
suerte de derecho natural a ser presidente del Gobierno. Los ciudadanos
le han dado el apoyo suficiente para que pueda intentar configurar una
mayoría parlamentaria, pero nada más. La mayoría parlamentaria no está
en el punto de partida del resultado electoral del 28-A, sino que tiene
que ser el punto de llegada, tras una travesía en la que el PSOE tiene
que seducir a los que necesita para la investidura.
Y
así durante toda la legislatura. Lo normal es que el apoyo que se
consiga para la investidura se vaya desgastando como consecuencia de las
dificultades que surjan en la acción de gobierno. El esfuerzo por
contrarrestar el efecto deletéreo de la mayoría social sobre la mayoría
parlamentaria es muy superior cuando la mayoría relativa del grupo
parlamentario que permite la formación de gobierno es reducida. La
dificultad de alcanzar una mayoría de investidura a partir de un grupo
parlamentario de 123 escaños es enorme. La dificultad de mantener esa
mayoría a lo largo de la legislatura es todavía mayor.
En
esto es en lo que debería estar concentrada la dirección del PSOE. Cómo
conseguir una mayoría parlamentaria a partir de un grupo parlamentario
relativamente pequeño, expresión de una minoría social significativa,
pero muy minoritaria en el conjunto de la sociedad española. Y cómo
mantenerla después. La mayoría parlamentaria por sí sola ni se va a
constituir para la investidura, ni se va a mantener para la legislatura.
(*) Catedrático de Derecho Constitucional
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