Aunque en la historia de España solo se reconoce como leyenda negra
el movimiento propagandístico promovido por escritores ingleses,
holandeses y de otras nacionalidades durante el siglo XVI para
reducir el prestigio e influencia española, lo cierto es que, como muy
bien escribió Julián Marías en su España inteligible, reverdece
con cualquier pretexto, sin prescribir jamás. Será menester preguntarse
por qué, dice el filósofo y ensayista vallisoletano.
Y es que España es incorregible. Incapaz de asemejarse a modelos
democráticos de su entorno y necesitada siempre de salvadores más que de
políticos. Con lo fácil que es el diálogo en todas partes, ¿por qué España no puede dialogar?
Durante siete años, desde septiembre del 2012, ha vivido negándole el
diálogo al independentismo, convencida como estaba de que el problema no
era de ella sino de los que desde la política gestionaban lo que
llamaban el suflé catalán, la espuma que estaba a punto de bajar y dejar
al descubierto que no eran tantos los que estaban detrás.
Ha habido
elecciones, operaciones Catalunya, supresión de la autonomía, exilio,
prisión, represión, asfixia financiera, juicios en el Supremo y el
independentismo ahí sigue, al frente del Govern. Dos presidentes han
pasado por la Moncloa, se han celebrado tres elecciones generales
(cuatro si hay otras el 10 de noviembre), y ha habido más de 400 días de gobierno en funciones, entre Rajoy y Sánchez, en los últimos 40 meses.
El problema, como ahora se ve con toda su crudeza, aunque siga
habiendo enormes reticencias a encontrarse cara a cara con la verdad, es
que el diálogo no forma parte del manual de la política española. De
ahí el enorme ridículo de la investidura de Pedro Sánchez.
Votaron los electores el 28 de abril con una meridiana claridad, sin
tapujos y sin disfraces. Y mandataron al PSOE para entenderse, sobre
todo con Unidas Podemos, e impedir un gobierno del trifachito.
¡Claro que no era fácil! Nadie dijo nunca que sería sencillo, pero en
pocos países europeos hubieran dedicado tanto tiempo a tirarse los
trastos a la cabeza y tan poco a dialogar. Incluso contaron con el aval
de Esquerra Republicana, Bildu y PNV para desbloquear
la situación.
No era seguro el movimiento de los dos primeros, el altivo
candidato se lo agradeció añadiendo que no les daba nada a cambio, pero
ERC y Bildu quisieron ser coherentes con sus promesas en un día de
tanto vendaval.
Cuesta saber qué quiere Sánchez, más allá de una investidura gratis
en la que pueda maniobrar a sus anchas. Para eso necesita el PP que no
se ha prestado hasta la fecha a abstenerse. Con Rivera no puede ni
contar: el partido de la crispación está en otra cosas. Con Unidas Podemos se
inicia ahora un nuevo partido después de 72 horas de reproches subidos
de tono y de enfrentamientos personales entre Sánchez e Iglesias.
Veremos de qué son capaces a partir de ahora, pero será necesaria mucha
terapia de grupo para salir de la situación actual en la izquierda
española. Si hay gobierno, finalmente, y se evitan las elecciones de
noviembre, casi parece hoy más fácil con la abstención de Casado que
con el apoyo de la formación morada a un ejecutivo que será
necesariamente inestable, mal visto por la Unión Europea y rechazado por
el deep state español.
Pedro Sánchez ha entrado en un túnel del que no sabe como saldrá. Y
España ha demostrado una vez más que para debilitar su prestigio se
sobra y se basta sola.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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