Acabe como acabe la renuncia de Josep Borrell a recoger el acta de eurodiputado y mantenerse como ministro de Asuntos Exteriores, acuerdo al que ha llegado con el presidente Pedro Sánchez, no
deja de ser una auténtica tomadura de pelo.
Al menos, por tres motivos:
flota en el ambiente la idea de que Borrell hizo solo de gancho
electoral del PSOE en España, en unos comicios, como
los europeos, que siempre son muy personalistas y el ministro podía
desarrollar a fondo su perfil marcadamente antiindependentista.
En
segundo lugar, responsabilizar a Pablo Iglesias de su decisión dada la insistencia de Podemos
a conformar un gobierno de coalición/cooperación y el previsible
retraso en la formación de nuevo gobierno suena más a pretexto que
a excusa. Finalmente, Borrell, al aceptar encabezar la candidatura del
PSOE a las europeas, ahora lo sabemos, cogió billete de ida y vuelta: se
le prometió un cargo en Bruselas, ya fuera en el Parlamento o en la
Comisión Europea.
El primero no ha salido y el segundo no debe de ser
seguro, al menos, hoy por hoy.
Todo el resto seguramente es paja. Que la cartera de Exteriores sería
asumida por algún ministro ya que al estar el gobierno en funciones no
puede haber nuevos nombramientos es algo sabido desde el minuto cero.
Por ahí no cuela. Sino no estaríamos hablando de una noticia relevante y
todo el mundo hubiera dado por descontado que Borrell no iría a
Bruselas ya que la investidura de Sánchez no se había producido. La
certeza estaba justamente en lo contrario.
También es probable que,
unido a todo ello, el presidente en funciones, que es un magnífico
jugador a corto, haya querido trasladar a Podemos que no le importa una
investidura larga si el pulso está entre ministros de la formación
morada sí o ministros de la formación morada no. Y le mande a Iglesias
un mensaje: estoy preparado para todo, también para unas nuevas
elecciones.
Borrell se queda y con él una mala gestión en el Ministerio de
Exteriores que ha desatendido su cartera, importante en cualquier
gobierno, para ejercer exclusivamente de ministro parapeto de las
demandas independentistas en el extranjero. Para ello, lo que menos ha
usado es la diplomacia protagonizando incidentes con varios medios de
comunicación internacional al hilo de las demandas del Govern, del
referéndum, del juicio en el Tribunal Supremo o de los presos políticos.
Tampoco ha gestionado con mano izquierda la posición de algunos
cónsules de legaciones extranjeras en Catalunya a los que no ha dudado
en forzarlos a dimitir, incluso a altos cargos de su Ministerio en el
extranjero, como el cónsul en Edimburgo al que cesó fulminantemente hace
unas pocas semanas por decir que una Escocia independiente entraría en
la UE.
Lo más curioso es que Pedro Sánchez le agradece su sentido de Estado por su decisión.
Realmente, el Estado está muy mal.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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