sábado, 29 de junio de 2019

El fuego que consume el alma / José Antich *

Un gran fuego siempre es una tragedia. Una gran tragedia. Hace desaparecer para siempre imágenes que forman parte del recuerdo de mucha gente, calcina miles de hectáreas, trastoca muchas vidas, en este caso las de los vecinos de La Ribera d'Ebre, y lleva la desazón a familias y familias que durante mucho tiempo verán atónitas como les ha cambiado todo. 

Un gran fuego tiene consecuencias terribles incluso si, como es el caso del de esta semana, no hay víctimas mortales, a diferencia del que se produjo en Horta de Sant Joan, en la Terra Alta, donde en 2009 fallecieron cinco bomberos de los Grupos de Refuerzo de Actuaciones Forestales (GRAF). 

Pero un fuego, una tragedia, también es muchas veces una ocasión magnífica para expresar la solidaridad. Así ha sido en esta ocasión por parte de empresas y ciudadanos anónimos que, de diversas maneras, han querido trasladar su apoyo a los afectados. También es una buena ocasión para evaluar la actuación de cuerpos como el de bomberos o los servicios de emergencia. 

Catalunya está en estas situaciones en manos de grandes profesionales que saben lo que se llevan entre manos. Las críticas puntuales que se han producido no han de cuestionar el trabajo realizado con decisiones muchas veces adoptadas en pocos segundos o minutos.

En unos momentos en que es de sobras conocido el discurso a veces real y otras exagerado de que el Govern trabaja con una o varias marchas menos de lo que sería deseable, los dos consellers que han estado más sobre el terreno, el de Interior, Miquel Buch, y la de Agricultura, Teresa Jordà, han actuado con eficacia coordinando los diferentes actores contra el fuego sobre el territorio afectado, informando a las diversas administraciones implicadas y atendiendo a los damnificados. 

Es necesario reconocerlo, porque si no sucede lo de siempre: que se habla sobre declaraciones de unos o de otros y no sobre el fuego y las personas.


(*) Periodista y ex director de La Vanguardia


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