Un gran fuego siempre es una tragedia. Una gran tragedia. Hace
desaparecer para siempre imágenes que forman parte del recuerdo de mucha
gente, calcina miles de hectáreas, trastoca muchas vidas, en este caso
las de los vecinos de La Ribera d'Ebre,
y lleva la desazón a familias y familias que durante mucho tiempo verán
atónitas como les ha cambiado todo.
Un gran fuego tiene consecuencias
terribles incluso si, como es el caso del de esta semana, no hay
víctimas mortales, a diferencia del que se produjo en Horta de Sant Joan, en la Terra Alta, donde en 2009 fallecieron cinco bomberos de los Grupos de Refuerzo de Actuaciones Forestales (GRAF).
Pero un fuego, una tragedia, también es muchas veces una ocasión
magnífica para expresar la solidaridad. Así ha sido en esta ocasión por
parte de empresas y ciudadanos anónimos que, de diversas maneras, han
querido trasladar su apoyo a los afectados. También es una buena
ocasión para evaluar la actuación de cuerpos como el de bomberos o los servicios de emergencia.
Catalunya
está en estas situaciones en manos de grandes profesionales que saben
lo que se llevan entre manos. Las críticas puntuales que se han
producido no han de cuestionar el trabajo realizado con decisiones
muchas veces adoptadas en pocos segundos o minutos.
En unos momentos en que es de sobras conocido el discurso a veces real y otras exagerado de que el Govern trabaja con una o varias marchas menos de lo que sería deseable, los dos consellers que han estado más sobre el terreno, el de Interior, Miquel Buch, y la de Agricultura, Teresa Jordà,
han actuado con eficacia coordinando los diferentes actores contra el
fuego sobre el territorio afectado, informando a las
diversas administraciones implicadas y atendiendo a los damnificados.
Es necesario reconocerlo, porque si no sucede lo de siempre: que se
habla sobre declaraciones de unos o de otros y no sobre el fuego y las
personas.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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