Aunque a las cero horas de este viernes se iniciará oficialmente la campaña para las elecciones españolas del 28 de abril lo cierto es que, en la práctica, nadie lo notará. En realidad, hace semanas, meses, que se inició.
De hecho, desde que Pedro Sánchez tumbó a Mariano Rajoy
y ganó la primera moción de censura en España. En estos nueve meses en
la Moncloa hemos visto primero un Sánchez tolerante e incluso
mínimamente comprensivo con el independentismo catalán, con cuyos votos
llegó a la Moncloa.
Y, desde diciembre, un presidente altivo y distante,
alejado, de hecho, no de cualquier negociación sino de cualquier
diálogo. En el tema catalán, Sánchez no tiene hoy ninguna respuesta
pública a dar y ninguna iniciativa a plantear. Tan solo, el cumplimiento
de la ley, algo que, por cierto, ya era el mensaje de Rajoy.
Catalunya es hoy la gran coartada de la política española.
El refugio ante la ausencia de un mínimo discurso sobre cualquier
cuestión programática. Así, suben unos señores o señoras al estrado en
cualquier lugar de la geografía española y se ponen a insultar a los
independentistas catalanes. Pasan los días, suben al escenario en la
otra punta del Estado y el discurso se repite, bien sean los teloneros
de Vox, del PP o de Ciudadanos.
Después vienen sus líderes Casado,
Rivera y Abascal y todos los titulares versan sobre Catalunya. Las siete
plagas que van a aplicar si llegan al Gobierno. En tono más suave pero
con un resultado no muy diferente, el PSOE cierra el cuadrilátero: no
habrá negociación alguna y por no hablarse no sale ni un nuevo Estatut,
ni tampoco el traslado del Senado a Barcelona, lo que era todo un
clásico de los socialistas.
Así, Catalunya y el independentismo se convierten día a día en la
cortina de humo para su falta de propuestas ideológicas o políticas.
Pero también para no abordar temas enormemente graves como las
cloacas del Estado, ahora que el excomisario Villarejo
ha ampliado el radio de su ventilador putrefacto y ha puesto por en
medio no solo a políticos, jueces y banqueros sino también a periodistas
en el entramado del acoso y persecución a Podemos como antes fue del
independentismo catalán.
Este tema difícilmente ve la luz de la prensa
escrita o de las televisiones ya que hay demasiados intereses ―de los de
verdad― sobre la mesa. O por ejemplo, ¿es normal que en el informe de
la policía belga sobre las balizas colocadas en los coches del president Puigdemont al poco tiempo de llegar a Bruselas aparezca un fiscal de la Audiencia Nacional?
Imagino que son cuestiones muy incómodas y lo mejor es centrarlo
todo, exclusivamente, en el tema catalán. No en las propuestas sino en
los diferentes grados de represión. Demasiado pobre y demasiado poco. No
es extraño que el ministro Borrell haya pedido a través de España Global, ideas a una consultora para detener o contrarrestar el empuje del independentismo en Europa. Es su única carpeta.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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