Seguramente no hay momento más desagradable en la vida de los
partidos que la construcción de las listas a las elecciones. Es el
momento de las navajas, de la cal viva, de la venganza que se sirve
fría, de los equilibrios que se ajustan por el eslabón más débil y de la
difícil supervivencia de los más amables.
Los escaños son siempre, por definición, escasos, y siempre hay más
demanda que oferta. Como en la balsa de la medusa, el óleo de Theodore
Geriacault pintado en 1818, se dan, en el mar de las libretas, las
conversaciones, las llamadas y las amenazas de ir a los medios,
dramáticas escenas de suicidio, hambre, canibalismo, deshidratación y
locura.
Los partidos políticos buscan en sus cuadros a los que pueden ganar
votos porque tienen tirón electoral. La gente mediática tiene ahí
ventajas. Como la derecha no tiene otro proyecto de país que arrodillar a
Catalunya, muchos fichajes vienen de la necesidad de ver quién es más
español: jueces, abogados, periodistas o militares.
Y si no hablan una
sola palabra de catalán, como Cayetana Álvarez de Toledo, pues mejor,
porque esta gente no se han enterado que el catalán es una lengua de
España porque es la lengua de Catalunya. Son así de necios.
En los partidos también tienen ventaja los que traen recursos
económicos. Es una constante de la democracia de partidos que haya gente
que paga por estar en las listas. Y luego, no nos engañemos, buscarán
recuperar la inversión. Y no olvidemos que mucha gente que acude a
Ciudadanos, al PP, al PdeCat o a VOX lo hace como una manera de ganar
dinero. Los millonarios no son millonarios por ser generosos.
Los partidos necesitan igualmente a gente que sepa manejar la
administración del Estado. Ahí está la alta proporción de abogados. Por
último, los partidos colocan a gente para satisfacer los equilibrios
internos, sean territoriales, de familias y de coaliciones electorales.
Demasiados ángulos.
Y no siempre salen las cuentas. Especialmente cuando
hay poco para repartir. Sin olvidar las venganzas. Los políticos son
una raza de gente con memoria para servir en frío sus cuentas
pendientes.
Ciudadanos anda a la desesperada porque el IBEX ya no le quiere como
antes. Hasta el periodismo pantuflo ha empezado a disparar contra los de
Rivera. El PP anda igualmente desesperado porque las ratas están
abandonando el barco.
Tocan a rebato y a los medios les están llamando a
filas. Sánchez quiere la cabeza de todos los que le cortaron la suya,
que para eso las encuestas les dan de subidita aunque no digan de verdad
nada de izquierdas.
Y VOX está metiendo en las listas a militares
franquistas de esos que tienen el retrato del Caudillo en el comedor, en
la cocina, en el dormitorio y en la puerta interna del baño desde donde
lo ven en ángulo mientras hacen de vientre oyendo himnos imperiales que
les ayuda en la evacuación.
Podemos también tiene sus complicados
equilibrios y pese a haberse librado del exceso de colesterol -lo que le
ha quitado mucho cansancio-, lograr el mandato de “unidad, unidad,
unidad” no siempre es sencillo.
De ahí que los que ayer aceptaron
quebrar el orden de las primarias -una prerrogativa lógica de los que
tienen la obligación de ver el bosque y no solo el árbol- para construir
los equilibros, hoy tiene su mayor día de gloria de toda la legislatura
yendo a llorar a los medios porque los equilibrios ya no les resultan
relevantes. Ay cuánta humanidad…
Pero no nos equivoquemos. Los partidos no son peores que nosotros:
los partidos son igual que nosotros. Pero como son públicos, vemos cómo
se comportan. Dudo que ningún equipo de futbol ni entrenador aguantarían
si lo que pasa en el vestuario lo sacaran en las radios y lo escucharan
las aficiones.
¿Y son edificantes las reuniones de las comunidades de
vecinos? ¿Y las discusiones entre los currantes cuando hay que discutir
quién pierde el puesto de trabajo? Ni siquiera lo son las discusiones
matrimoniales. Pero siempre es gratificante pensar que esa gente que
parece importante en verdad son aun peores que nosotros. Y a veces lo
son y otras, sencillamente no.
(*) Profesor titular de Ciencia Política en la UCM
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