Lloran de pena las violetas y los violetos, las gaviotas y los gaviotos, los
capullos de rosas y los ciudadanos desesperados a los largo de un camino
que ya no es verde esperanza sino un desierto de arena. España, la
estrella llegada del cielo ha perdido el reloj que han quemado las
mejores horas de nuestras vidas.
España ha dejado de ser un bolero y
suenan tambores lejanos, la linda aventura que se fue y la dicha que
sentíamos es humo, farfolla. Ni siquiera se besan en la boca los novios,
esos novios ahora apenas mentados.
Este país ha dejado de ser una
nación alegre y hasta una fiesta, se han quemado hasta las gardenias y
ya no existe ni los viajes de bodas, las lunas de miel, ni respeto. Me
quedo mudo escuchando relatos de miedo. Hoy he almorzado con personas
que saben los entresijos fantasmagóricos y las cantidades
multimillonarias de organizaciones internacionales que han hecho del
sexo la actividad más brutal abusando de los niños.
Más que un drama,
más que una tragedia, más que un infierno que arrancando de la
pornografía infantil termina en una orgia desenfrenada que nadie o muy
pocos Estados persiguen con la máxima dureza. Y no es solo este
escenario, hay otros, como el de los niños que le ponen en las manos un
fusil. Matan lanzados al combate por el tobogán que es un río de
sangre.
Pero hay otro colectivo humano que en
España ha perdido su legendario valor humano en las familias destruidas.
Me refiero a los ancianos, pensionistas y jubilados. Casi veinte
millones de mujeres y hombres, unos ciento veinte mil que en la Región
de Murcia deambulan entre la soledad y el hastío.
Ni los gobiernos, ni
los partidos y cada día menos los familiares directos le lanzan un cabo
para dejar salir de la soledad permanente y ese frío escalofriante e
inhumano de una sociedad que vive de espaldas a una cruel realidad, sus
mayores se mueren lentamente o son explotados en residencias inmundas e
insuficientes.
Las autoridades y sus portavoces nos
predican con falsas noticias, como que tenemos unas 2.764 residencias,
concertadas, privadas o algunas pocas de la Comunidad Autónoma, pero se
guardan el peor dato, que muy pocos jubilados tienen medios económicos
suficientes para vivir como un ser humano en la cola del cometa
brillante de la dignidad que le restan. Hasta 2.200 euros cuesta una
plaza en residencias murcianas de un nivel decente.
Hay otras inmundas
como los antiguos depósitos de restos humanos, los tristemente célebres
asilos, que hasta arden o son maltratados porque probablemente no haya
presupuesto o se destinen a sufragar los elevados costos de las
organizaciones feministas ultras que pelean en las campañas
electorales, aquí al lado, pero no en lejanas naciones donde las mujeres
viven como bestias bajo la batuta de tiranos coronados o muyajaidies
genocidas que presiden falsas repúblicas.
Nada de un orden de
prioridades, solo acuden a ellos, a estos ancianos llamados viejos,
cuando hay que ir a las urnas enmierdadas por la codicia y el ansia de
poder. Juegan con ellos y cuando tienen suerte, ellos, los destierran.
El abuelo, estorba, se ponen enfermos y es una pesada carga en estos
tiempos de crisis, la peor de todas, la falta de humanidad y amor. Me
doy de bofetadas porque este gallo vive en un gallinero sano y me
remuerde la conciencia, algo que va desapareciendo golpe a golpe.
Está claro que los niños no votan, y los mayores cada vez menos, asqueados de la política barriobajera.
(*) Periodista
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