La totalidad de la prensa francesa se pregunta este sábado qué hace
Manuel Valls, un ex primer ministro francés socialista, manifestándose
al lado de la extrema derecha este domingo en Madrid.
Al final, será una
suerte que Valls haya decidido optar a la alcaldía de Barcelona bajo el
manto protector de Ciudadanos, el partido que de la mano de su líder,
Albert Rivera, quería verse reflejado en Macron y que populista como es
aparece desdibujado entre la derecha extrema de Pablo Casado y la
extrema derecha de Santiago Abascal.
Dice el escritor británico John
Carlin que España ha llegado a un grado de locura importante y lo
atribuye al complejo de "españolitos" que tienen muchos ciudadanos, "un
profundo complejo de inferioridad y de falta de identidad".
Sea como fuere, ese complejo difícilmente se superará detrás de una pancarta que dice Por una España unida, ¡elecciones ya! Ni
sacando a Pedro Sánchez de la Moncloa. España está política,
territorial y socialmente rota. Solo la violencia del Estado impide que
se visualice cuál es la realidad de España. Una fuerza que es capaz de
hacer recular incluso al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en su
embrionaria propuesta de diálogo con Catalunya.
En España el relato es
de la derecha y por eso no cabe el relator. "Nos quieren hacer volver a
una España en blanco y negro", dice Sánchez, olvidando que a esa España
en blanco y negro se llegó con su colaboración en la respuesta del
Estado al referéndum del 1 de octubre y con la aplicación del 155. De
aquellos polvos vienen estos lodos.
La derecha quiere tomar la calle y forzar un golpe. Tumbar a Sánchez,
maniatar el diálogo y recuperar el Gobierno lo antes posible. Trasladar
a la opinión pública que el gobierno de Sánchez es un ejecutivo en
funciones hasta las elecciones. También enviar un mensaje al Tribunal
Supremo, que el martes iniciará el juicio del 1 de octubre.
El PP, C's y
Vox, que además es acusación particular, temen que el Supremo escuche
cantos de sirena del gobierno español respecto al castigo a los presos
políticos catalanes. Por eso también la manifestación de este domingo lo
es a favor de las duras tesis que ha mantenido el juez Pablo Llarena.
Sánchez se ha quedado sin cartas y a expensas de las derechas y de
los independentistas. Los primeros lo quieren fuera, los segundos lo
necesitan dentro. Los primeros saben a lo que juegan, los segundos no
está tan claro. Nadie puede pedir tiempo muerto y el reloj corre y
corre.
No deja de ser paradójico que, mientras Europa ha comprado lo del
relator y el diálogo, el marco institucional español se vuelva a
cerrar. No es una España en blanco y negro, es simplemente una España en
negro.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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