Pedro Sánchez ha decidido poner punto final a la legislatura española
de manera abrupta y hacer de su fracaso en los presupuestos y en la
negociación con Catalunya el punto de partida de una campaña electoral basada en tres ejes:
solo yo puedo parar a las derechas españolas, soy el único escudo ante
Vox; el centro político me pertenece ante el abandono que ha hecho el
Partido Popular (C's nunca ha estado en el centro); y no he cedido ante
el independentismo y sus reivindicaciones, que ponían en jaque la unidad
de España.
Si la moción de censura del pasado mes de
junio pudo hacer pensar que era una oportunidad de una España diferente,
que atendiera en una mesa de negociación las demandas de Catalunya y se
iniciara, entonces, una discusión bilateral, ocho meses han sido más
que suficientes para ver que ni tan siquiera había una voluntad real de dialogar y de alcanzar unos acuerdos. El desastre de una figura tan elemental como el relator es el ejemplo más claro de todo ello.
Si la moción de censura fue el fracaso político más importante de
Mariano Rajoy, las elecciones generales son el fracaso más grave de
Pedro Sánchez. Tres elecciones en España en los últimos cuatro años
―2015, 2016 y 2019― reflejan la incapacidad de los dos grandes partidos españoles para encontrar una solución al conflicto con Catalunya.
Sánchez tira la toalla sin importarle lo más mínimo el delicado momento
que vive la democracia española, mirada con lupa en el juicio del
Tribunal Supremo a los nueve presos políticos catalanes. O, quizás sí,
consciente de que con dos procesos electorales consecutivos ―28 abril,
las españolas; y, el 26 de mayo, cuatro semanas después, las
municipales, autonómicas en 13 comunidades y europeas― el juicio perderá
interés en los medios de comunicación internacionales.
En cualquier caso, Pedro Sánchez ha precipitado la legislatura porque
ha querido. Por un interés personal y seguramente de partido. Creyendo
que hay una ventana de oportunidad ante la fusión fría de facto que han
llevado a cabo PP, C's y Vox identificados como un único espacio
político. Las encuestas le dan ligeramente por debajo, no está en un
momento dulce pero tiene algunas opciones.
O ¿por qué no presentar una
moción de confianza después de que le tumbaran los presupuestos, como
hizo el president Puigdemont en el Parlament ante una situación
idéntica, y que hubiera ganado sin dificultades? ¿Por qué no esperar
unos meses para las elecciones?
España está entrando, según todos los
estudios, en una desaceleración económica. Una manera
suave de no hablar de crisis que los cuadros macroeconómicos empiezan a
aventurar para el último trimestre del año. No quiere que la crisis
económica sea su tumba, como lo fue en 2011 de Zapatero.
Sánchez confía en su suerte, carece de estrategia pero domina hasta la fecha como nadie la táctica. Su libro Manual de resistencia
explica las claves de cómo ha sobrevivido en dos ocasiones y ha vuelto
del más allá. Ahora confía en una tercera vez. Quizás. Pero con él o con
otro presidente en la Moncloa el independentismo catalán ni se habrá
evaporado ni habrá renunciado a su objetivo.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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