Vaya con estos infieles catalanes.
Infieles han de ser, y pecadores/as contra la Santísima Trinidad pues,
como se sabe, el cardenal Cañizares ha declarado que la unidad de España es obra del Espíritu Santo.
No es un terreno propicio para negociación alguna. Te descuidas y te
salen con que ya Cristo arrojó a los mercaderes del templo. Y ya se sabe
quiénes son los mercaderes aquí.
A
pesar de todo, véase a los dos consellers catalanes erre que erre en el
AVE a Madrid, a condicionar los PGE a la aceptación de una mesa de
diálogo como la que propone el fugado Puigdemont. Es un viaje
contra el tiempo, porque, ya antes de abordar el tren, el gobierno ha
contestado negando la petición por boca de la ministra de Hacienda, Montero, que rechaza de plano la mesa de negociación. Una respuesta asaz veloz, más rápida que la pregunta, como en el cuento chino del tigre más rápido que sus rayas.
Aun
así, los dos dirigentes se verán con la vicepresidenta del gobierno, a
escuchar la anunciada negativa de su boca. Y se volverán a casa con otro
"no" a negociar un asunto que importa sobremanera a los catalanes, por
el cual tienen presos y presas políticos en las cárceles, exiliados y
exiliadas, represaliados de toda forma y condición.
Los
indepes están empeñados en hacer normal una situación de hecho que se
da de dos poderes en Catalunya. Algo muy difícil porque la parte
española niega toda base de legitimidad a la pretensión de la catalana
de igualdad de trato.
El
problema es que esa negativa solo puede mantenerse mediante la forma
extrema de poder, que es la violencia. Y la violencia no es la solución.
Ni siquiera la violencia institucional. Las cárceles no están para
encerrar a ciudadanos y ciudadanas por sus opiniones políticas.
A veces pasan cosas fuera de Catalunya
tan importantes como las catalanas. Y hay que prestarles atención,
porque, además, diversifican temas.
Pues,
señor, parece que concluye ese ridículo melodrama del excepcionalismo
británico. Ya comenzó voceado por ese político simpático, dicharachero y
gracioso, Nigel Farage. Recuérdese al vivo eurodiputado ferozmente
antieuropeísta, definiendo con toda exactitud a M. Rajoy como "el líder más incompetente en toda Europa" en sede parlamentaria. Y se quedó corto.
A este maverick se sumaron luego otros de su linaje, como Boris Johnson y, entre mavericks
acabaron convenciendo a los ingleses (no a los escoceses, que son como
los catalanes de allá) de que salir de la UE era bueno, provechoso y
haría temblar el falso poderío del continente.
La salida sería la
gloriosa vuelta de Britannia rules the waves. Y ahora resulta que
los jubilados británicos lo tendrán crudo para disfrutar sus pensiones
en España, sin hablar de las poderosas y arcanas cuestiones de las
relaciones mercantiles y financieras. Y eso que era, y es, una especie
de convidado de piedra: no moneda única, no política social común, no
Schengen.
Y, a pesar de todo, tras la agónica peripecia de May, el país
se ve horrorizado al borde de un innombrable abismo, el abismo del Canal
de la La Mancha. No se dirá que no es un ridículo que puede acabar en
una moción de censura hoy.
También hay una vertiente trágica. En sus Devociones para momentos inesperados, que versaban sobre la variable y, por tanto, miserable condición del hombre
el apóstata John Donne, celebradísimo poeta del XVII, ya avisaba:
"Ningún hombre es una isla autosuficiente; cada hombre es una pieza del
Continente, una parte de la tierra firme."
Si May y sus conservadores
hubieran recordado tan sabias palabras hubieran evitado este triste
destino, esta hora aciaga. Los versos de Donne acaban con una sentencia
célebre: "no quieras saber por quién doblan las campanas; doblan por
ti."
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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