miércoles, 16 de enero de 2019

Si la montaña no viene a Mahoma... / Ramón Cotarelo *

Vaya con estos infieles catalanes. Infieles han de ser, y pecadores/as contra la Santísima Trinidad pues, como se sabe, el cardenal Cañizares ha declarado que la unidad de España es obra del Espíritu Santo. No es un terreno propicio para negociación alguna. Te descuidas y te salen con que ya Cristo arrojó a los mercaderes del templo. Y ya se sabe quiénes son los mercaderes aquí.

A pesar de todo, véase a los dos consellers catalanes erre que erre en el AVE a Madrid, a condicionar los PGE a la aceptación de una mesa de diálogo como la que propone el fugado Puigdemont. Es un viaje contra el tiempo, porque, ya antes de abordar el tren, el gobierno ha contestado negando la petición por boca de la ministra de Hacienda, Montero, que rechaza de plano la mesa de negociación. Una respuesta asaz veloz, más rápida que la pregunta, como en el cuento chino del tigre más rápido que sus rayas. 

Aun así, los dos dirigentes se verán con la vicepresidenta del gobierno, a escuchar la anunciada negativa de su boca. Y se volverán a casa con otro "no" a negociar un asunto que importa sobremanera a los catalanes, por el cual tienen presos y presas políticos en las cárceles, exiliados y exiliadas, represaliados de toda forma y condición.

Los indepes están empeñados en hacer normal una situación de hecho que se da de dos poderes en Catalunya. Algo muy difícil porque la parte española niega toda base de legitimidad a la pretensión de la catalana de igualdad de trato. 

El problema es que esa negativa solo puede mantenerse mediante la forma extrema de poder, que es la violencia. Y la violencia no es la solución. Ni siquiera la violencia institucional. Las cárceles no están para encerrar a ciudadanos y ciudadanas por sus opiniones políticas.
 
 
 
A veces pasan cosas fuera de Catalunya tan importantes como las catalanas. Y hay que prestarles atención, porque, además, diversifican temas.

Pues, señor, parece que concluye ese ridículo melodrama del excepcionalismo británico. Ya comenzó voceado por ese político simpático, dicharachero y gracioso, Nigel Farage. Recuérdese al vivo eurodiputado ferozmente  antieuropeísta, definiendo con toda exactitud a M. Rajoy como "el líder más incompetente en toda Europa" en sede parlamentaria. Y se quedó corto. 
 
A este maverick se sumaron luego otros de su linaje, como Boris Johnson y, entre mavericks acabaron convenciendo a los ingleses (no a los escoceses, que son como los catalanes de allá) de que salir de la UE era bueno, provechoso y haría temblar el falso poderío del continente. 
 
La salida sería la gloriosa vuelta de Britannia rules the waves. Y ahora resulta que los jubilados británicos lo tendrán crudo para disfrutar sus pensiones en España, sin hablar de las poderosas y arcanas cuestiones de las relaciones mercantiles y financieras. Y eso que era, y es, una especie de convidado de piedra: no moneda única, no política social común, no Schengen. 
 
Y, a pesar de todo, tras la agónica peripecia de May, el país se ve horrorizado al borde de un innombrable abismo, el abismo del Canal de la La Mancha. No se dirá que no es un ridículo que puede acabar en una moción de censura hoy.

También hay una vertiente trágica. En sus Devociones para momentos inesperados, que versaban sobre la variable y, por tanto, miserable condición del hombre el apóstata John Donne, celebradísimo poeta del XVII, ya avisaba: "Ningún hombre es una isla autosuficiente; cada hombre es una pieza del Continente, una parte de la tierra firme." 
 
Si May y sus conservadores hubieran recordado tan sabias palabras hubieran evitado este triste destino, esta hora aciaga. Los versos de Donne acaban con una sentencia célebre: "no quieras saber por quién doblan las campanas; doblan por ti." 
 
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
 

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