Las autonomías cada vez lo son menos, menos autónomas entiéndase.
Así, la concertación progubernamental andaluza se ha armado desde la
capital, o sea Madrid, en detrimento de la autonomía de los partidos
locales. El empecinamiento de Vox en salir en la foto es prueba
irrefutable. Pero lo de los socialistas catalanes ya es el rizo que le
faltaba a la cometa.
Resulta que los sanchistas ahora al mando del antiguo socialismo catalán, aquel de los Raventós, Triginer, Obiols o Lluch,
anuncian su adhesión a los sediciosos si éstos previamente votan los
presupuestos estatales del doctor chisgarabís; su sí en Madrid sería
correspondido con otro sí en el Parlament a las cuentas que Torra presente. El viejo carrusel napolitano: tu dai‘ na cosa a me, io do’ na cosa a te.
Tamaño cambalache está protagonizado por un par de marionetas que bailan al son de sus principales. Es lo que son Iceta y Torra, manejados por los hilos que mueven a distancia Sánchez y aquel Puigdemont de borroso recuerdo.
Es una faceta más de la crisis del modelo autonómico que ha terminado
pervertido por diversos y muy variados factores. Lo que parecía en vías
de solución, la conllevancia de que Ortega habló cuando la segunda
república afrontó el la cuestión catalana, comenzó a descarrilar cuando
aquel “español ejemplar” llamado Pujol se aprestó a desatornillar el
tinglado que con mejor o peor fortuna se trasladó desde la anterior
constitución, la republicana.
El ilustre socialista que presentó aquel proyecto constitucional, el penalista Jiménez de Asúa, definió el modelo en los términos siguientes: “Un
gran Estado integral, en el que sean compatibles, junto a la gran
España, las regiones, y haciendo posible, en este sistema integral, que
cada una de ellas reciba la autonomía que merece por su grado de cultura
y progreso”.
El Estado, absorto por otras cuestiones diversas, como la crisis
económica legada por el final del franquismo, el cambio de los modelos
políticos, administrativos, sindicales, de seguridad, etc., descuidó la
salvaguardia de su propia naturaleza.
Los nacionalismos comenzaron a perforar los cimientos de la buena fe
en que se basaba la descentralización política y administrativa del
Estado, como si el reconocimiento de “el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones y la solidaridad entre todas ellas”, final del art. 2 de la Constitución, no se fundamentara “en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”, como reza el comienzo del artículo.
Lo que ahora está sucediendo prueba que la credibilidad del modelo
está en crisis. Los partidos nacionales no se fían de sus franquicias y,
de una forma u otra, intervienen sus políticas en función de intereses
de alcance nacional. Este hecho otorga a sus competidores locales la
patente para arrogarse en exclusiva la representatividad de sus
intereses particulares.
No parece que sea esa la vía mejor para para reconducir los
localismos excluyentes a su dimensión real en el contexto nacional. Pero
de momento es lo que hay…
(*) Periodista
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