Varios de los presos políticos actualmente en una injusta situación
de prisión provisional en Lledoners han pedido que comparezca como
testigo en el juicio del 1 de octubre el rey Felipe VI.
No es una extravagancia aunque difícilmente prosperará. Hay motivos
suficientes para la petición de las defensas, muy especialmente por su
discurso televisivo sobre la situación de Catalunya del 3 de octubre, un
elemento que el Tribunal Supremo debería tener
mínimamente en cuenta.
Aquella intervención televisiva del monarca fue
capital y ahora, más de quince meses después, se dispone de información
suficiente para que se abran dos vías nuevas: primera, su contundencia
no fue otra cosa que un respaldo al clima nacionalista español del A por ellos, hasta
el extremo que, a partir de aquel momento, la tipificación penal de lo
acontecido subió varios escalones hablándose abiertamente de sedición y
rebelión con penas mucho más altas.
En segundo lugar, y fundamental, el discurso fue idea y obra del
propio jefe del Estado español. Se gestó en la Zarzuela, hubo alguna
oposición de la Moncloa al estilo Mariano Rajoy pero Felipe VI
tiró adelante. Tiene alguien que explicar este suceso de la historia
que está bajo siete llaves y quién sabe si teniendo que decir la verdad
como testigos el propio Rey, personal de la Casa Real, Rajoy o su equipo
de presidencia aportarían luz.
No fue, en cualquier caso, una
intervención deseada ni por el gobierno de la época ni por el principal
partido de la oposición española. Ello ha pesado ya que al declarar el
Rey que el Govern estaba al margen del derecho y la democracia, la
capacidad de intervención del Ejecutivo desaparecía.
No hay que hacerse ilusiones ya que el Tribunal Supremo no va a
correr ningún tipo de riesgo. Las defensas en su conjunto van a tener
todas las dificultades del mundo para poder realizar bien su trabajo.
Es una insólita prisión provisional de los acusados lo
que coarta y mucho la preparación del juicio. Con un traslado de
Lledoners a, seguramente, Soto del Real para acudir cada día al juicio.
Y, finalmente, el inconveniente añadido de tenerse que desplazar cada
día de la vista desde el centro penitenciario al tribunal. No deja de
tener guasa que frente a estas dificultades objetivas y un ensañamiento
fuera de cualquier mínimo análisis judicial, se haya contraprogramado,
como una información relevante y para intentar contrarestar la
injusticia, que el TS no quería que los presos fueran esposados.
Es obvio que el juicio marcará un antes y un después. Pero estos días
que se están presentando los escritos de los abogados defensores de los
presos políticos, la fuerza de muchos de ellos es tan apabullante que
parece difícil que las tesis judiciales-policiales-mediáticas y de la
fiscalía puedan salir adelante. Y que la opinión pública internacional y
los observadores que acudan puedan comprar una versión tan alejada de
la realidad catalana de aquellas semanas.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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