Hemos
asistido estos días al desesperado intento de dinamitar la legislatura,
para acabar con la perspectiva de mayo. La tentativa, desde Madrid y
desde Catalunya, sigue en pie, pese a las imágenes apaciguadoras de
anoche en Pedralbes, al final de la huelga de hambre en Lledoners, al
voto presupuestario en el Congreso y a los llamamientos a la calma desde
diversas instancias del independentismo (no todas).
Hoy será un día muy
especial. Hoy veremos hasta qué punto los iracundos vientos de Francia y
los rencores de los independentistas que se sienten engañado han roto
la disciplina del movimiento. La ley del péndulo. Mayo y diciembre.
Mayo pilló por sorpresa a mucha gente, empezando por el propio Pedro Sánchez.
Hagamos memoria. En puertas del verano, el Partido Socialista
naufragaba en las encuestas. Estaba en tercera posición, bajando.
Podemos volvía a pisarle los talones. La dureza de la sentencia de la
Audiencia Nacional sobre el caso Gürtel obligaba al PSOE a presentar la
moción de censura.
Sánchez subió a la tribuna del Congreso invitando a Mariano Rajoy a
dimitir para despejar la situación. En algún momento pareció que se lo
imploraba. Tras ser investido presidente, durante cinco minutos pensó en
convocar elecciones generales en septiembre u octubre.
Prevaleció
finalmente el fuerte instinto gubernamental del PSOE. Gobernar,
gobernar, gobernar, para absorber mejor el voto fugado a Podemos, ganar
peso en el tablero europeo y proyectarse como el único partido capaz de
evitar el desgarro de las Españas.
Pronto empezaron a pasar cosas en cierta medida imprevistas. Pablo Casado, es decir, José María Aznar, ganaba las elecciones internas del Partido Popular a Soraya Sáenz de Santamaría.
Iracundo por no haberse enterado de nada durante los decisivos días de mayo, Carles Puigdemont desnucaba a Marta Pascal,
personaje clave para el triunfo de la moción de censura, gracias a su
excelente interlocución con el PNV.
Descabezando al PDECat, Puigdemont
aceleraba el caos en la metamorfosis convergente. El incremento del voto
a Vox empezaba a ser detectado por los mejores radares. En julio ya se
veía a venir la pinza.
Nadie contaba, sin embargo, con los resultados electorales en Andalucía.
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia
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