La derecha española siempre ha sido poco propensa al diálogo, pues las
guerras civiles requieren menor cultura, y eso, para ellos, es muy de
agradecer. Para qué discutir si puedes pelear, que cantaba Loquillo. En los toros, su fiesta nacional y el summun de su cultura, se muere o se mata. Vaya fiesta, vaya cultura. Los ministros del gobierno del PP de hace nada cantaban Soy el novio de la Muerte con
pasión, desafinación y orgullo.
Coño, pues moríos. Tómese a broma, pues
yo no quiero que se mueran ni ellos quieren morirse. Y fijaos que en
esto último estamos de acuerdo por una vez. Ya es un punto de partida
para una copa y un diálogo. Les propongo soy el viudo de la Muerte, a ver si así dejábamos de matarnos. Entre nosotros, a los toros y a los toreros.
Tan amantes de la violencia somos, que cuando la violencia no existe
nos la inventamos. Es lo que le ha pasado a nuestros viejos periódicos
cuando han florecido esta mañana tras la kermesse de Barcelona.
Ayer se vieron imágenes violentas, dos o tres, como en cualquier
manifestación multitudinaria. Pocas. Los pirados de siempre.
Compárense estas algaradas con las de los chalecos amarillos, y véase cómo Emmanuel Macron
subió el salario mínimo en cien euros mensuales, eliminó impuestos y
contribuciones sociales a las horas extra, firmó una prima fin de año
libre de impuestos y redujo el impuesto de protección social a los
jubilados con pensión inferior a 2.000 euros al mes. Y eso que al
principio la asonada popular se encendió por una simple subida del
precio de los carburantes.
Ni Pablo Casado ni Albert Rivera,
émulos confesos del presidente francés, hablan de su “bajada de
pantalones”. Y Macron ni siquiera tenía interlocutores con los que
dialogar. No hubo diálogo. Macron, solamente, escuchó al pueblo
incendiario y furibundo y cedió. Ni siquiera aplicó el estado de
excepción, que hubiera sido su 155 à la Apollinaire. Lección de democracia de un banquero pelín racista metido a político.
No se sabe de ningún avance social que no haya requerido arrojar
alguna piedra, paralizar alguna ciudad ni dejarse pegar por la pasma. El
derecho a huelga consiste en eso, pues es imposible que el poderoso
ceda sin pegarle un susto. Durante el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, nuestro añorado héroe de la sintaxis Mariano Rajoy convocó una quincena de manifestaciones contra el matrimonio homosexual, el aborto o el diálogo con ETA.
No lo digo yo. Lo confesó él mismo en la COPE: “Lo tengo muy pensado,
lo que no he pensado es si es bueno o malo decirlo. Mi partido es el
que moviliza todas las manifestaciones. Es el que respalda, moviliza y
las llena”. En esas manifestaciones también pasaron cosas. Al entonces
ministro José Bono, que se manifestaba con ellos contra el aborto, intentaron agredirlo.
Ayer no pasó nada, insisto. Unas pedradas a un coche policial, un
puñetazo infame y despreciable contra un periodista de una cadena ultra,
empujones, bengalas, botes de pintura. Ahora que todo se graba, ninguna
cadena de televisión ha conseguido reunir ni dos minutos de imágenes
con violencia de los manifestantes. No hay ningún herido grave. Y sin
embargo…
“La democracia española vivió ayer uno de los días más aciagos de su historia. La decisión de Pedro Sánchez
de celebrar el Consejo de Ministros en Barcelona degeneró en graves
altercados […]. Una absoluta temeridad que, como se comprobó ayer con la
violencia ejercida por los CDR y otros agentes radicales del
separatismo, pone en riesgo la convivencia además de la cohesión
territorial del Estado”.
Muchas televisiones omitieron las acciones de
los CDR enfrentándose a los que arrojaban piedras. No tenían demasiado
interés informativo. No es bueno para la audiencia proyectar Heidi en medio de un telediario.
La Razón, en su portada, rebaja hasta la aritmética de los
tópicos: una imagen vale más que tres palabras. Publica una foto de
manifestantes pacíficos ante un sosegado cordón policial bajo el lema:
“¿Esto es normalidad?”. Pues sí, coño, Marhuenda, es
normalidad que un pueblo se manifieste y que la policía vigile que no
haya altercados. Y no solo en las manifestaciones. Yo lo he visto, en
Madrid, cuando la visita del Papa.
Lo que no hace es adjetivar exponencialmente los pequeños y casi
cursis actos de violencia. Nos viene a decir el razonante diario que los
superhéroes que frenaron al Magneto independentista fueron los que no
acudieron a la manifestación. Ojo al dato: “El espectáculo de las
columnas convergiendo sobre la sede accidental del consejo de ministros
no ha ido a más porque la inmensa mayoría de la sociedad catalana se ha
mostrado al margen de los revoltosos y ha tratado de hacer su vida
normal en medio de las violencias de todo tipo”.
El País nos dice que “falta todavía una condena expresa de la violencia de los grupos de encapuchados”. No sé esta gente de El País,
pero yo llevo días escuchando a todos los líderes independentistas
llamar a la movilización pacífica, insistir en su repudio a la violencia
hasta el hartazgo. ¿Será que me lo imagino? La dulce balada titulada A por ellos, oé se escuchó en otras latitudes.
El director de ABC, Bieito Rubido, en un
melancólico texto sobre “la otrora pujante Cataluña” se lamenta
trovadorescamente al observar a “la mayoría de la población secuestrada
por minorías violentas”. El galán que los cortaba no cesaba de llorar.
En su editorial, el torcuatiano diario osa incluso remitir el
comunicado Gobierno/Govern a “la misma terminología que en su día
utilizaba ETA”. No veo yo a Pedro Sánchez tapándose la cara con
pasamontañas, con lo mono que es. A Torra, bueno… (No te enfades, president.
Yo también pertenezco a la hermandad de los feos, y el pasamontañas me
quedaría de lujo: salgamos algún día juntos a no ligar).
La alusión de ABC a ETA, a Euskadi, tiene gracia. Y da para
alguna frívola meditación a los que vivimos aquella época y la
informamos de cerca. No recuerdo cuántos atentados cubrí. Ni con cuántos
hijos, padres y esposas hablé en el día, o al día siguiente, del
asesinato. No recuerdo ni siquiera el odio que sentía entonces, aunque
al escribir esto parece que las costillas se me vuelven de plomo y me
enjaulan el pecho.
Y yo solo era un periodista, un observador. Imaginaos
ellos. Los cercanos, los amigos, los hijos, los amores. El daño que se
le hizo a esta gente, que es mi gente, incluso provocó que algunos se
convirtieran en fieras personas, vengativas, terribles. En apariencia.
Ninguno de ellos aplicó jamás la ley del Talión en este país de toros y
toreros.
Incluso han viajado a las cárceles a aceptar el perdón de sus asesinos para que salgan antes de prisión. Mi gente.
Ahora el periódico centenario que saludó con algarabía el golpe
franquista se atreve a comparar lo que pasó estos días en Catalunya con
“la terminología de ETA”, con los tiempos de ETA, con las manieras
de ETA. Y muchos lectores van a beber de esa pócima. Ya os advertí de
que me disponía a frivolizar. Que la libertad de prensa me coja
confesado.
PS: Durante el aznarismo se fraguó el plan Ibarretxe, que pretendía
convertir Euskadi en estado libre asociado. Cada vez que gobierna el PP,
nace un sentimiento separatista. Después, se acusó a Zapatero de
“vender España” y “entregar Navarra” por permitir la entrada de
Ibarretxe en el Congreso. Por dialogar.
La claudicación socialista
supuso la fulminación de Ibarretxe y la renuncia del PNV al
independentismo unilateral. Y todo volvió a la calma. Tras otro gobierno
del PP, el de Mariano Rajoy, hemos visto como el independentismo
catalán medraba del 18 o 20% de 2012 al 47 que hoy nos muestran las
calles y las urnas.
Y el PNV ya está rumoreando su exigencia del derecho
a decidir. ¿Quién rompe España?
(*) Periodista
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