En plena campaña de las elecciones andaluzas ―esos
comicios que se celebrarán el día 2 y que giran fundamentalmente sobre
Catalunya― al gobierno de Pedro Sánchez le acaba de estallar el obús de Gibraltar.
En la recta final de las negociaciones del Brexit entre la Unión
Europea y el Reino Unido, Bruselas y Londres acaban de introducir unas
modificaciones en el memorándum que, en la práctica, alejan el Peñón de
Madrid, ya que vienen a reconocer que su futuro depende del Reino Unido,
dando por buena su pertenencia a la familia británica. De aprobarse así
el domingo en la cumbre de jefes de Estado y de gobierno de la UE, la
reivindicación española de Gibraltar pasaría a ser historia.
España ya ha anunciado que de no modificarse, no votará el acuerdo y la primera ministra británica, Theresa May,
por su parte, ha respondido que protegerá la soberanía británica de
Gibraltar. Mientras todo esto sucedía, Pedro Sánchez hacía pucheros y
desde Exteriores se aseguraba que el Reino Unido había actuado
con nocturnidad y alevosía.
Del ministro Josep Borrell,
el titular del ramo, tan locuaz en otras ocasiones, se saben pocas
cosas después de su último incidente en el Congreso de los Diputados
asegurando, y mintiendo, que un diputado de Esquerra Republicana le
había escupido en el hemiciclo. Algo que ha resultado ser falso y sobre
lo que aún no se ha disculpado pese a la evidencia manifiesta de que era
mentira.
Borrell sí que ha hablado sobre el Reino Unido desde Bruselas para el semanario Politico en aquellas declaraciones tan controvertidas en las que vaticinó que antes se rompería el Reino Unido [por Escocia] que España
[por Catalunya]. Unas manifestaciones que no sentaron nada bien en
Londres pero eso al ministro Borrell no parece preocuparle mucho ya que
no deja de ser un frente más de los que tiene abiertos la diplomacia
española.
Acaba de presentar una queja a su homólogo francés por las protestas de los chalecos amarillos
en la frontera que considera interfieren el comercio; ha retirado el
estatus diplomático al embajador de Flandes en España y ha abierto una
crisis importante; y ha exigido a Grecia, y logrado, el cese de su
cónsul honorario en Barcelona por su simpatía con el movimiento
independentista catalán.
Demasiados frentes para un político cuyo principal objetivo a estas
alturas no es la política exterior española. Aunque la UE es el club de
los acuerdos por muy difíciles que parezcan y de no dejar desairado a
uno de sus socios, en el Madrid incendiado que es hoy la capital
española se puede aceptar el descrédito de todas las instituciones pero
Gibraltar es un punto y aparte. Es el orgullo español.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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