Ustedes perdonarán el involuntario narcisismo de una foto. En las fotos, salvo las selfies,
que son la democratización del autorretrato, el único que no puede
haberlas hecho es el que está en ellas. Es de quien la haya hecho, del
ojo que la haya visto. Y de él o ella y de su ojo es todo el mérito. Por
cierto, ando buscando al autor/a de una para reconocer su autoría. La
he pirateado de tuiter invocando principio de buena fe.
Porque tiene su fuerza. Y no por nosotros, sino por su contenido semiótico, según dice elNacional.cat.
Mira por donde, Xavier y servidor personificamos la transversalidad de
la Crida: dos ánimos o espíritus diferentes unidos en el empeño común de
la independencia y, habiéndola conseguido, desharán la unidad y
volverán a sus diferencias civilizadamente en una sociedad más libre y
más justa.
La Crida no es un partido político (salvo necesidad de guion)
y tiene fecha expresa de caducidad, reiterada ayer por el MHP
Puigdemont: cap a la República. A partir de ahí, en una República libre,
se impone vuelta a la doctrina Sinatra, cada uno/a his/her own way.
Las
partes teórica y orgánica del movimiento que nació ayer estuvieron
magníficamente expuestas por Elsa Artadi, Ferran Mascarell, Gemma Geis y
Toni Morral. Y, por supuesto, las razones brevemente expuestas de la
afiliación a La Crida de las distintas personas que realmente
simbolizaban todas las andaduras de la vida. Eché en falta alguna
adhesión a título personal de la CUP. Rebeldía obliga.
Y
las comunicaciones del triunvirato fundador, la carta de Jordi Sánchez,
la alocución en vídeo de Carles Puigdemont y la muy encendida (los
medios españoles dirán incendiaria) presencial de Quim Torra. ¡Qué país!
No querían un presidente y tienen dos. Como los cónsules de la
República romana.
Punto y aparte el prodigio de organización (de es treure el barret)
a todos los niveles para acomodar y facilitar los movimientos de miles
de personas, los medios, los aparcamientos, los coches, la carpa
suplementaria, la iluminación, el sonido, las actuaciones musicales, las
azafatas presentadoras, las intervenciones en vídeo de Puigdemont.
Vídeo interfaz. Una capacidad para coordinar tantos y tantos actos y
movimientos improvisada en horas, gracias a la labor de 600
voluntarios/as.
Y eso, sin medios. Por ahora.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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