Es obvio que el referéndum del 1 de octubre marca un punto de no
retorno en la política catalana tal como la hemos entendido en los
últimos 40 años. Solo desde la aceptación de esta premisa puede, en mi
opinión, separarse el grano de la paja en una tesitura política tan
compleja como la actual.
Que el primer aniversario del referéndum tenga,
en algunos aspectos, para algunos un sabor agridulce es incluso normal.
La violencia institucional del Estado —y algunos errores de difícil
explicación del gobierno independentista durante aquel mes de
octubre— unida a la violencia policial ha dejado en el corto plazo una
posición, en ocasiones, de aparente debilidad.
Decir que nadie estaba
preparado para tanta violencia puede sonar a excusa —de hecho, suena a
excusa en un gobernante—, pero a veces la realidad es solo una por más
vueltas que se le quieran dar.
Reconocerlo así no es un signo de debilidad, sino de realismo. La
debilidad, en todo caso, es no acertar en el camino o quedarse inmóvil,
sin querer avanzar. El independentismo tiene detrás de sí, al menos, la
mitad de la sociedad catalana y es, sin duda, la corriente política más
movilizada. No hay día que pase sin que la posición internacional de la
demanda catalana en el mundo sea más conocida y tenga un respaldo mayor.
Este domingo he estado en la prisión de Lledoners con el conseller
Josep Rull y muy cerca de nosotros estaba el conseller Raül Romeva con
tres corresponsales de importantes medios de comunicación de Francia y
el Reino Unido interesados en saber qué iba a pasar en los próximos
meses. El ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell, ha reconocido
abiertamente que la imagen de España "está seriamente dañada" por el
conflicto catalán.
En los últimos doce meses ha sucedido algo muy importante que es
consecuencia de la rebelión catalana: se ha abierto en canal el estado
español. Todas las instituciones han entrado en crisis: la monarquía, la
justicia y el poder ejecutivo. El denominado régimen del 78 ha saltado
por los aires a partir del movimiento realizado en el tablero político
por el independentismo catalán.
La familia real no es bienvenida
en Catalunya y sus visitas se cuentan por el número de protestas que
suscita. En la periferia del estallido institucional español ha emergido
el comisario Villarejo, hoy repudiado por el PSOE pero que tantos
servicios prestó al Estado fabricando informes falsos sobre el
independentismo catalán. Las cloacas del Estado han sido siempre eso,
cloacas, cuando Villarejo era premiado por los sucesivos gobiernos
españoles y ahora que amenaza con hacer saltar las instituciones
españolas por los aires.
Todo es consecuencia de aquel 1 de octubre y de la victoria de
aquella jornada. Nos falta por saber, con el poso de este año
transcurrido, cuál es la mirada larga del independentismo. Que haya, al
menos, tres estrategias no ayuda. Que no haya un foro de debate
permanente, tampoco.
A medida que transcurran las semanas se hará más
necesaria la mirada larga conjunta si se quiere aspirar a repetir el
éxito de aquel momento. El president Torra ha dicho en alguna ocasión
que hay que generar un nuevo momento para que se produzca una respuesta
similar a la que hubo aquel 1 de octubre.
Es muy probable que tenga razón. El momento llegará y, como pasa
siempre, quizás más pronto de lo que parece. Nadie lo sabe con certeza.
El juicio y las sentencias pueden ser un punto de inflexión. Lo que no
valdrá es que cuando llegue el momento no se sepa qué hacer.
Hacer
política quiere decir eso, adelantarse a los acontecimientos, llevar la
brújula con la que circular, en ocasiones incluso en la tiniebla. Tener
mirada larga y perspectiva ahora que se sabe dónde están muchos de los
obstáculos.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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