Pablo Casado debería estar fuera de la política, no por el máster que
se sacó de la manga y del que la fiscalía lo ha exonerado, sino por la
cantidad de sandeces que llega a decir por hora. La competición que ha
entablado con Albert Rivera los está llevando a ambos a un escoramiento
ideológico que cada vez queda más lejos, no del centro al que ambos han
renunciado, sino de la derecha clásica.
Su frase de este lunes, "No se
puede negociar con independentistas que han puesto una pistola encima de
la mesa", no solo es una gran mentira, sino que es una forma rastrera
de estar en la vida pública y un auténtico peligro para la convivencia
democrática.
Pues sí. Por extraño que parezca aún le quedan al PP escalones que subir en su campaña contra Catalunya. Al final será que pedir firmas contra el Estatut
en las mesas petitorias que se pusieron por toda España y fomentar
el boicot a las empresas y productos catalanes era tan solo una
avanzadilla de lo que ahora estamos viendo y que, sinceramente, produce
un gran sonrojo por la cantidad de mentiras que se llegan a propagar.
De todas maneras, hablar de pistolas es un salto cualitativo en un
líder de un partido político. No es un calentón. Es simple y llanamente
el deseo de vincular la violencia al independentismo catalán. Desmontada
la vía judicial a nivel internacional después de los pronunciamientos
de Alemania y Bélgica y retiradas las órdenes de extradición de los
líderes independentistas en estos países y en los otros dos en los que
reside alguno de ellos, Escocia y Suiza, a sabiendas de que la bofetada a
la justicia española también se habría producido, queda la batalla
doméstica tanto judicial como política. El Supremo y las Cortes
Generales.
Los primeros se defienden como gato panza arriba, desautorizados como
han quedado por sus colegas europeos. La última, este lunes, cuando la
sala presidida por Carlos Lesmes
ha acusado a los presos políticos catalanes de pretender empañar la
honorabilidad de la justicia española por un recurso de recusación de
los magistrados que los han de juzgar. Debe de haber muchas maneras de
defenderse de la petición de los presos políticos catalanes, pero apelar
a la honorabilidad debe de estar un poco al límite, después de lo que
hemos visto en Europa.
Pero entre una judicatura que no quiere lecciones de Europa y un PP que habla de pistolas encima de la mesa, la España más tenebrosa avanza a paso firme con la mirada puesta en un juicio injusto.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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