domingo, 23 de septiembre de 2018

Cien días de sobriedad / Ángel Montiel *

La famosa frase de Eugenio D´Ors («En Madrid, a las ocho de la tarde, o das una conferencia o te la dan») debe ser el lema de Diego Conesa, aplicado a sus circunstancias. El hoy delegado del Gobierno ganó las primarias a la secretaría general de su partido, el PSOE, anunciando futuras conferencias. 

Le preguntabas: si usted gana ¿qué proyecto defenderá en relación a la cuestión agua? por ejemplo, y te respondía: «Convocaré una conferencia en el partido para definir la política al respecto», y así con todo. Su programa en las primarias era, en realidad, un no programa, pues remitía las cuestiones más importantes del debate político regional a media docena de ´conferencias´ a celebrar con posterioridad al resultado de aquellas elecciones internas. 

Tampoco es que sorprendiera mucho su actitud, pues hasta entonces el PSOE carecía de una política definida, salvo la de oponerse a lo que propusiera el PP. Si el PP no proponía algo, el PSOE no tenía algo que decir. 

Pero durante algún tiempo nos preguntábamos: ¿Qué piensa el nuevo líder del PSOE, si es que piensa algo? Hasta que, sobre todo desde que inesperadamente se convirtió en delegado del Gobierno, captamos la naturaleza verdadera de su perfil. Es un político prudente, concienzudo, pragmático, que pisa sobre seguro. 

No es eléctrico, mediático o zumbón. De modo que el saldo de los cien días de su gestión presenta un empate entre sus promesas y compromisos y su cumplimiento. No hay, en este tramo, entrecomillado que afearle. Habla lo justo, pero lo que dice lo cumple. Antes de anunciar una solución se ocupa en atarla y bien atarla. 

A diferencia de su jefe político, Pedro Sánchez, que se desdice a cada instante, Conesa no regala titulares ni se empeña en propósitos arriesgados sobre los que no tiene constancia de poder resolver. Va despacio, pero va, y en algunos casos con los objetivos bien encarrilados. Ya vamos viendo que se trata de un político contenido, que pretende ser coherente aunque esto reduzca sus posibilidades de lucimiento en la plaza pública. 

Alguien podría advertirle que su estrategia va contra los tiempos, donde prima el griterío y el egotismo mitinero, pero Conesa es como es, y la sobreactuación no le pega. Tal vez, aunque sea a contratiempo, el ensayo de su fórmula acabe compensándolo. No se pliega a la tendencia, pero a lo mejor se trata de establecer distinciones. Conesa es distinto, tanto que cumple lo que promete, aunque prometa poco. Promete lo que puede prometer. 

La escandalera. La sobriedad del delegado del Gobierno provoca escandalera al otro lado. Conesa ha dejado al PP hablando solo. Y de manera atropellada, sin calcular que sus reivindicaciones al Gobierno socialista se convierten implícitamente en autodenuncias por la reciente convergencia PP/PP en los Gobiernos de España y Murcia, cuando tales demandas debieran haber sido resueltas, según la lógica que ahora esgrimen. 

Conesa ni replica; deja que se contradigan solos. El Gobierno regional ha empezado a conjugar el victimismo, una estrategia aburridísima que no transmite, pues un Gobierno no está para quejarse, sino para gobernar. La queja es patrimonio de los ciudadanos y de la oposición; otra cosa es el mundo al revés. 

Lo penoso de la respuesta del Gobierno regional a la ´solución tren híbrido´, por ejemplo, es que están consiguiendo que una decisión todavía insuficiente adquiera proporciones de gran gesta. Están haciendo que el Gobierno socialista se luzca cuando, en realidad, lo del híbrido es un parche. Pero no lo plantean así. Dicen desde San Esteban: «El PSOE nos ha robado el Ave, y el híbrido es un sucedáneo», cuando en realidad lo que ha quedado claro estos días es que el PP nos ha robado el híbrido, si utilizáramos su misma jerga. 

Este tren, que acorta sustancialmente el tiempo de trayecto a Madrid, no cuesta un euro más que los convencionales ni ha sido precisa obra alguna para su puesta en marcha; por el contrario, ha puesto en la agenda de nuevo la necesidad de concluir el trazado por Camarillas. Sencillamente, se trata de un tren que se desplaza en línea recta (lo normal, no como el Ave, que va a Madrid buscando huevos), atraviesa una comarca desasistida (todavía) de una comunicación que siempre ha tenido, y convoca a una clientela que no tiene tanta prisa en llegar a destino si el precio del billete la penaliza. 

¿Por qué no se le ocurrió al Gobierno regional pedir en su día esta solución a Rajoy? ¿Tal vez porque el parque de los híbridos está destinado a Galicia, feudo electoral básico del PP y patria chica del registrador de la propiedad y de quien fuera su ministra de Fomento, Ana Pastor, hoy presidenta del Congreso a pesar de ser la responsable política del butrón de la corrupción en las obras del Ave en su trazado hacia Murcia? Un tren no se fabrica en tres meses; hay que quitarlo de algún sitio para ponerlo en otro. Núñez Feijóo se habría enfadado mucho si uno de sus trenes hubiera sido desplazado a Murcia. 

El Gobierno regional, habiendo tenido a mano, ya desde los tiempos de Valcárcel, una solución tan sencilla, prefirió obviarla para crear una mayor ansiedad por el Ave en superficie, en principio, y con la esperanza de que quedara aplazada sine die la reivindicación del soterramiento, una vez ya el Ave en mano. 

Esto hasta la etapa de Íñigo De la Serna en Fomento, cuando éste comprendió que no se podía luchar contra un movimiento como el de la Plataforma, que no estaba dispuesto a aceptar que miles de murcianos sometieran su bienestar a un supuesto progreso general que los tomaba como víctimas necesarias, pero ni aún así renunciaron los populares a colocar el Ave en superficie como señuelo electoral, un ingenio tan sofisticado que contemplaba la posibilidad de que votaran al PP los propios vecinos de Murcia perjudicados por su política, lo que muestra el delirio en la autoconfianza. 

Vota Cospedal, viva el trasvase. En vez de tanta falsa nostalgia por el Ave que no llegó en agosto (ni en las uvas de los años precedentes, cuando gobernaban a la par en España y Murcia), el PP debiera aplicarse en exigir más híbridos mientras se completan las obras del soterramiento. Pero pedir esto sería tanto como confesar que ellos despreciaron una alternativa tan simple. Y si, según el senador incontenido, «el híbrido es una vergüenza», más híbridos sería otras tantas vergüenzas, y esto aunque logren el objetivo de acortar el viaje a Madrid con un precio aceptable para todos los bolsillos. Bendita vergüenza.

Lo mismo con el agua. Qué gran escándalo porque desde el actual ministerio se vaticine el fin del trasvase, un discurso no distinto al que practicaba la exministra popular Tejerina, quien llegó a declarar públicamente que la única agricultura con déficit de este recurso era la de Castilla y León. 

Pero el PP nos va a convocar a todos los murcianos a que en la próxima primavera votemos a María Dolores de Cospedal para que nos represente en el Parlamento Europeo, precisamente la política que tomó una iniciativa real, no de boquilla, para suprimir definitivamente el Tajo-Segura a través de una ley orgánica, el Estatuto reformado de Castilla-La Mancha. ¡Y critican al actual equipo socialista por declaraciones de intenciones respecto a la continuidad de los trasvases! 

¿No sería más práctico, atendiendo a los intereses generales, converger con Conesa en una actitud de persuasión discreta y negociada ante el Gobierno central que, por otra parte, no ha restado una gota de agua a la Región, a pesar del límite aceptado por el PP murciano en el vergonzoso Memorándum que reducía los volúmenes trasvasables?

El PP, sumergido en la perplejidad por el cambio en el Gobierno central, se amontona, mientras Diego Conesa, desde la delegación, se lo toma con calma. Inspira y expira antes de hacer una declaración comprometedora, pero cuando la hace no falla. No promueve espectáculo, pero empieza a inspirar confianza. Ya lo decía mi abuela: cuidado con los sonsos.

Másteres, tesis... y cátedras, chollos legales de los políticos

Qué escándalo, aquí se fuma. En los últimos meses estamos descubriendo el fraude de los másteres y la inanidad de las tesis doctorales, formalismos con los que se construyen currículos en tiempos en los que, como aseguraba el catedrático Andrés Pedreño en una entrevista a este periódico, los títulos no sirven para mucho si no van acompañados de lo que la nueva sociedad demanda, que no es otra cosa que talento. 

Estamos con Casado, Pedro Sánchez y el resto de la patulea evidentemente privilegiada, pero antes de que este fraude aflorara, tuvimos en la Región un ejemplo más próximo de cómo los políticos se han procurado un nido legal desde el que prosperar sin mérito respecto al resto de los mortales. El caso Miguel Ángel Cámara.

El que fuera alcalde de Murcia durante veinte años consecutivos con dedicación plena salió del cargo en dirección a su plaza de profesor en la Universidad de Murcia y al poco fue investido catedrático de su especialidad no tanto por la gracia de Dios como por las normas chiringuiteras dictadas ad hoc por los políticos para los políticos.

Ocurre que una tan prolongada excedencia (veinte años) no atañe a los quinquenios que hay que sumar con clases presenciales para adquirir la condición de catedrático, pero esto sólo en el caso de la dedicación a la política. Un privilegio, uno más, de los que se ha provisto la clase y que pasan desapercibidos para el común.

Como el beneficio atañe a los miembros de la comunidad universitaria que adquieren cargos en cualesquiera de los partidos, que nadie espere una iniciativa legislativa para acabar con estos chollos. Es la famosa omertá.

La lógica indica que un profesor universitario que ha estado ausente de la actividad académica durante dos décadas, en realidad debería matricularse en un curso de un año, como poco, en clases de reciclaje, pues se supone que sus conocimientos habrán quedado obsoletos; sin embargo, se les hace catedráticos frente a quienes han estado cada día al pie del cañón, adquiriendo e impartiendo formación y acumulando auténticos méritos, con sueldos más escasos que los que proporciona la política, obligados a usar los cajeros automáticos para disponer de recursos líquidos para sus gastos.

El alcalde Cámara tenía, como digo, dedicación plena, era además secretario general del PP, presidente de la Federación de Municipios, miembro de diversos Consejos de Administración de empresas públicas (de los que pagan por asistencia, de modo que no podía faltar), viajero constante con la fundación Murcia Futuro (de guaguy, claro) y gimnasta aplicado durante varias horas cada tarde de cada día.

Puede que ninguna de esas tareas, salvo la de cobrar de los Consejos, apuntarse a los viajes y corretear por las calles de Murcia, la llevara a cabo con la necesaria diligencia, a juzgar por el resultado de sus gestión pública, pero lo veíamos por el Ayuntamiento, o sea, que a los cargos les dedicaba tiempo, aunque quede la duda de si inteligencia y esfuerzo.

Por tanto ¿cuántas horas se ocupaba en la investigación para la obtención de sexenios que firmaba junto a otra persona, que tal vez, hay que suponer, estaría más desprovista de tareas ajenas a ese empeño? ¿Y si esas investigaciones, en vez de dos firmantes, hubieran contado con cinco, habrían servido para añadir méritos académicos a esos cinco?

Chollos. Legales, claro, pero chollos.



(*) Columnista


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