Terminaba ayer Palinuro su post El Restatuto
asegurando que el discurso del presidente Torra sería seguido con gran
atención en La Moncloa, la Zarzuela y muchas cancillerías extranjeras.
Porque, en efecto, la "cuestión catalana" es la "cuestión española" o,
dicho más crudamente: España se gobierna contra Catalunya.
Me
quedé corto. Tanta era la atención que, a los cinco minutos de
terminado el discurso del MHP, ya poblaban el ciberespacio declaraciones
al respecto de distintos líderes políticos. El gobierno elevó el rango
de la respuesta a categoría de rueda de prensa a cargo de su portavoz, Isabel Celáa.
Avisa al presidente de la Generalitat de que las sentencias de los
tribunales hay que cumplirlas. A lo que aquel contestará que no las
sentencias injustas.
Esos son los términos del conflicto: el Estado se empeña en aplicar una legalidad cuya legitimidad es negada por la Generalitat.
Al
día de hoy, los medios estarán saturados de análisis del discurso de
Torra. La opinión general (en unos alegre, en otros triste) será que el
presidente ha moderado el tono, guardado las formas, suavizado el
mensaje, manifestado su carácter contradictorio al pedir un referéndum
pactado con el Estado al tiempo que se dice haberlo hecho ya el 1-0.
Pero
todo en un batiburrillo no cuela. Formas suaves; fondo, duro. Puño de
hierro en guante de terciopelo. Los principios y finales se mantienen:
derecho de autodeterminación, independencia y, por el camino, liberación
de los presos políticos.
El
discurso se ha pronunciado en el Teatro Nacional de Catalunya. No en el
Parlament, que está cerrado, ni en el Palau de la Plaza de Sant Jaume.
Hay un elemento de comunicación iconográfica muy evidente. El enorme
lazo amarillo que copreside el escenario con la cuatribarrada y el MHP
tiene un poder simbólico enorme en el momento en que el Defensor del
Pueblo español quiere que los lazos desaparezcan de los edificios
públicos mientras que el Sindic des Greuges catalán piensa de otro modo.
Y el gobierno y el Parlamento andan pensando sin prohibirlos o no. Su
sentido de la autoridad se lo pide; su sentido del ridículo se lo
impide.
El
acto todo tiene un elemento simbólico grande y al haberse realizado en
un teatro, es decir, haberse escenificado, se ha materializado como una
etapa nueva en el proceso a la independencia. Aquel en el que, mediando
la Diada y el primer aniversario del 1-0, las instituciones y los
políticos devuelven la voz a la ciudadanía para que esta renueve su
mandato en los términos en que se produzca.
La verdadera propuesta de
Torra es un recurso a la gente que es la verdadera protagonista del
proceso. Por si alguien tiene alguna duda, él mismo visualiza ese
recurso como una gran marcha por los derechos civiles y políticos,
inspirada, probablemente, en las grandes marchas de los tiempos de la
lucha por esos derechos en los Estados Unidos.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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