La debilidad parlamentaria del gobierno
es patente; su margen de acción, escasísimo; y su catálogo de
propuestas, vacío. A ese espectro, tan desconcertado y temeroso como el
fantasma de Canterville, lanza sus conjuros el dúo presidencial catalán.
El presidente Puigdemont y el presidente Torra, Catalunya fuera y
Catalunya dentro, requieren de Sánchez hechos. Y ¿de dónde viene al "prófugo" y al "supremacista" la autoridad para exigir hechos?
Y exigírselos al presidente del gobierno y, en el fondo, al Estado
español.
Quizá de que ese es el terreno en el que ellos se mueven, el de
los hechos. La política española en relación a Catalunya ha sido
siempre de palabras que se lleva el viento, a veces huracanado, de la
historia. Hasta que ha llegado esta generación de independentistas que
ha formado un bloque, cruzando todas las barreras imaginables, siendo,
como se dice, transversal. Esta generación quiere hechos. No más
palabras. Porque hechos son los que ella practica a un coste muy alto,
por cierto, y quiere verlos reflejados en otros hechos de respuesta del
unionismo.
Al fin y al cabo, la política es eso: debatir sobre lo que se hace; no sobre lo que no se hace.
Del
otro lado del camino del gobierno en el filo de la navaja, la oposición
de derechas tiene preparado un ataque en toda regla. El PP, fiel a su
espíritu, lanzándose como el jabalí, sin reparar en destrozos. C's, con
ética y estética retro de la Falange, provoca y siembra odio en
Catalunya en espera de poder clamar como el poeta, aunque con el
espíritu al revés, "venid a ver la sangre corriendo por las calles." Son
los heraldos de la muerte.
Pero
no lo consiguen, ni lo conseguirán. La revolución catalana es pacífica y
no habrá respuestas a las provocaciones. Tendrán que inventárselas. Y,
la verdad, son bastante malos en la tarea. En las últimas cuarenta y
ocho horas se han dado dos noticias falsas de agresiones de
independentistas a unionistas.
Quienes las han difundido,
solidarizándose con las "víctimas", no se han retractado al saberse que
eran falsas. Al contrario, sostienen incluso una convocatoria de
manifestación para repudiar una agresión que no se ha producido. No
importa. ¿A quién le importa la verdad? Lo esencial es el impacto. Por
eso, las falsedades se difunden con fotos todavía más falsas.
El
margen del gobierno es muy estrecho. Y el de la oposición, también.
Estrecho, en realidad, es el margen del unionismo. El margen antes de
incurrir en una política de represión all out que el Estado español no puede permitirse.
En
la cuestión catalana, el gobierno irá siempre a remolque de la derecha
porque es su rehén. No tiene posibilidad real de articular una propuesta
propia, algo que pudiera considerarse como una especie de "tercera vía"
entre el unionismo autonomista y el independentismo. Y no la tiene
porque tampoco cuenta con el apoyo de la izquierda. En realidad, Podemos
es también un partido español más o menos unionista.
De
aquí a la Diada, lo razonable es esperar mayor desconcierto del
gobierno en asuntos catalanes y un recrudecimiento de las provocaciones
fascistas en las calles de Catalunya, sobre todo desde que se sabe que
la fiscalía está investigando a los mossos por identificar a las
personas que arrancan lazos amarillos.
No investigan a los policías
nacionales, guardias civiles de paisano, cargos públicos y militantes de
C's, VOX o simples delincuentes a sueldo que, armados con palos y
cutters, hacen el vándalo en las propiedades privadas y agreden a la
población pacífica. Investigan a quienes se enfrentan a estos y el
resultado solo puede ser darles alas.
Luego,
con la Diada, se abrirá la cuenta atrás hasta el primer aniversario del
1-O, sobre el que están puestas todas las miradas.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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