A veces, el azar acaba produciendo situaciones ciertamente sorprendentes. Escucho en la radio que el presidente del Partido Popular, Pablo Casado, aún de gira de presentación por toda España, califica en un acto celebrado en Bruselas que la Diada del 11 de septiembre es "una fiesta xenófoba". Y lo dice sin inmutarse. No siendo consciente que la Diada es, en cualquier caso, la fiesta nacional de Catalunya, y que lo único que hace con estas declaraciones es demostrar una gran ignorancia. 

¿Qué pasaría si el president Quim Torra o el vicepresident Pere Aragonés tiladaran la festividad del 12 de octubre de fiesta xenófoba? En su caso, Casado ha de ser más prudente, ya que no se pueden ir diciendo barbaridades por los micrófonos cuando se tiene el suelo tan de cristal. Será que, al final, no solo le regalaron el máster (caso que, por cierto, aún permanece en los juzgados) sino buena parte de sus estudios.

Escucho a Casado saliendo de la prisión de Lledoners, donde he tenido la oportunidad de ver a Jordi Sánchez y Jordi Cuixart, implicados como el que más como presidentes estos años de la ANC y de Òmnium en la organización de las manifestaciones que se celebran los 11 de septiembre, y que han asombrado al mundo con movilizaciones excepcionales a partir del año 2012. 

Casado puede ir diciendo tonterías por España, presentando una Catalunya que no existe y forzando su rivalidad con Ciudadanos y con Albert Rivera, con la violencia que ellos mismos muchas veces acaban generando. Este miércoles, sin ir más lejos, en el acto que celebraron en el Parc de la Ciutadella, y que acabó con un trabajador de televisión de Telemadrid herido después de que un grupo de ultras confundieran una pegatina en su cámara con un lazo amarillo. A eso ha acabado llevando Ciudadanos la protesta callejera: a la violencia y al absurdo.

Sánchez y Cuixart convocaron las manifestaciones más multitudinarias y pacíficas que se han celebrado en Europa en décadas, y están en prisión provisional por unos hechos exagerados y distorsionados frente a la Conselleria d'Economia. Y Casado habla impúdicamente de la Diada como una fiesta xenófoba. 

Y oyendo a Casado recuerdo que Sánchez y Cuixart me acaban de insistir en la necesidad de evitar la provocación, condenar la violencia y defender las esencias de un movimiento independentista que se pretende lo más transversal posible. 

Es la diferencia entre dos líderes que juegan a rebajar la tensión, y los bomberos pirómanos que necesitan vivir en medio de la tensión. Lo más curioso y sorprendente para cualquier demócrata es que los dos primeros están en la prisión y los otros van por los medios de comunicación propagando mentiras. 


(*) Periodista y ex director de La Vanguardia