La noche del 5 de julio, María Dolores de Cospedal se
puso en pie, entró en la sala de prensa de la sede de Génova 13, dobló
el micro del atril y tiró de entereza para disimular el duro golpe. Sus
aspiraciones estaban colmadas –“no aspiro a ningún cargo de
responsabilidad”, sentenció- y apostó por abrir un periodo de reflexión,
sabiéndose pese a todo con un papel clave en el próximo Congreso
extraordinario tras sumar el 26% de los apoyos de la militancia.
La secretaria general del PP, o al menos su entorno, no había llegado
a percibir la derrota en la carrera interna. Al contrario. El
convencimiento del triunfo por parte de sus más cercanos colaboradores
había ido en aumento durante su particular campaña, toda vez que allí
por donde iba era recibida con los brazos abiertos por los afiliados,
regalándole innumerables momentos de calor, cercanía, cariño y sobre
todo selfies. “Sabíamos que era querida, pero ni de lejos imaginábamos
que tanto”, confesaba un relevante miembro de su equipo tras ver cómo la
historia se repetía acto tras acto.
Parecía lógico, pues Cospedal, a pesar de que
constantemente se la ha acusado de ser una política fría, siempre había
tenido una relación estrecha con las bases, mucho más que su eterna
rival, Soraya Sáenz de Santamaría. Y, sin embargo, se encontró de golpe y porrazo con que los militantes le daban la espalda.
¿Cómo había sido posible? Sin duda, esa pregunta ha rondado en los últimos días la cabeza de la misma María Dolores de Cospedal,
ella que abrió tantos caminos, como ser la primera mujer que alcanzó la
Secretaría General del partido, o también la primera política del PP en
alcanzar la Presidencia de la Junta de Castilla-La Mancha tras cerca de
tres décadas bajo gobiernos del PSOE, además de haber pasado luego
tantas veces por la “pena de telediario” por defender a toda costa a su
formación.
Así es, porque Cospedal, en lugar de mirar para otro
lado, como tantos otros hicieron, asumió quemarse en la lucha contra la
corrupción del pasado, la principal lacra que afectó al PP, empañando
numerosos logros. La secretaria general pudo eludir el tema, sin duda,
pero eso sólo hubiese perjudicado al conjunto honesto de su
organización.
Arenas ha sido el gran conseguidor de respaldos para Soraya en Andalucía
Fue ella quien echó a Luis Bárcenas, aun por vía de aquel “despido en diferido” que tantas veces fue ridiculizado por los medios que deseaban hacerle daño político a ella y al partido. Ese despido del poderoso tesorero le granjeó la ruptura definitiva con Javier Arenas, hoy reconvertido en gran conseguidor de respaldos para Soraya Sáenz de Santamaría en Andalucía y, en buena medida, gran triunfador de la primera vuelta de las primarias. “Al final”, me decía algo angustiado un cospedalista importante, “la renovación del PP va a ser la vuelta de Arenas”.
Fue ella quien echó a Luis Bárcenas, aun por vía de aquel “despido en diferido” que tantas veces fue ridiculizado por los medios que deseaban hacerle daño político a ella y al partido. Ese despido del poderoso tesorero le granjeó la ruptura definitiva con Javier Arenas, hoy reconvertido en gran conseguidor de respaldos para Soraya Sáenz de Santamaría en Andalucía y, en buena medida, gran triunfador de la primera vuelta de las primarias. “Al final”, me decía algo angustiado un cospedalista importante, “la renovación del PP va a ser la vuelta de Arenas”.
Tal equipaje ha pesado como una losa a María Dolores de Cospedal, quien carecía de intención alguna de dar un paso al frente por la sucesión de Mariano Rajoy hasta
que Alberto Núñez Feijóo evitó dar el salto. La renuncia del presidente
de la Xunta de Galicia supuso un verdadero contratiempo para ella, una
brillante abogada del Estado que ya estudiaba atentamente la oferta de
empleo de una importantísima empresa privada.
Más aún, en ese momento casi tenía decidido aceptarla. Al fin y al
cabo, consideraba colmadas sus ambiciones habiendo salido del Ministerio
de Defensa con el aplauso unánime de los altos mandos castrenses. Sin
embargo, el riesgo de un camino expedito para Sáenz de Santamaría le hizo una bola en la garganta y forzó un cambio de planes.
Ahora, tras no lograr pasar el corte, buscará de nuevo con ahínco dar la batalla al lado de Pablo Casado para derrotar ese modelo de partido que representa la ex vicepresidenta. De hecho, ya lo hace entre bambalinas. “Con Soraya el PP está muerto”, me decía ayer mismo una muy estrecha colaboradora de Cospedal.
No parece que Cospedal vaya a oficializar públicamente su apoyo a Casado,
no hace falta. Muy probablemente la ex secretaria general no va a hacer
público su apoyo a Casado de aquí al Congreso, “no tiene obligación
alguna de hacerlo”, aunque los que la rodean tienen interiorizado que su
mejor forma de defender a su gente consiste en no cederle terreno a Soraya Sáenz de Santamaría sin luchar. Máxime hoy, cuando amargamente ha comprobado ya cómo Fernando Martínez-Maillo y el propio Arenas han ido utilizando a sus espaldas el “aparato” del PP para irlo colocando al servicio de Sáenz de Santamaría.
Si hay algo que no se le puede negar a quien desde 2008 ha sido
número dos del PP es su transparencia incluso en los silencios y, a
pesar de tener pendiente contestar numerosas llamadas, todo el partido
da por sentado que no va a tirar la toalla. Si muchos erraron al
atribuir pocas posibilidades a Soraya antes de tiempo, también se
equivocan quienes crean que María Dolores de Cospedal es
de las que esperan a que los cadáveres de sus enemigos pasen por
delante de su puerta. Al revés: ella sale siempre con valentía a
enfrentarse de frente a los problemas.
Eso sí, tras el inminente cónclave, lejos de ser un obstáculo interno, seguirá seguramente los pasos de Rajoy.
Sólo entonces dirá adiós, si al final así lo decide tras ser ejemplo
dedicación abnegada a sus siglas con apreciables servicios rendidos a su
partido y a los españoles en general.
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