De los 180 votos favorables a la moción
de censura, 24 (PDeCat, ERC, PNV y Bildu) no fueron "síes" a Sánchez
Castejón quien, muy osada e inteligentemente, optó por no pactar nada
con nadie, sino "noes" a M. Rajoy. De los 156 restantes, los 85 PSOE
habrán sido "síes" de corazón y los 71 Unidos Podemos, "síes" de
conveniencia. Pero en ambos casos, "síes" a Sánchez Castejón.
Y desde el
principio. No es exagerado decir que la moción la presentaban ambos. Y
tampoco lo es pedir un gobierno de coalición entre las dos fuerzas de la
izquierda, con un programa mínimo común y un correspondiente reparto de
áreas ministeriales.
Todas las crónicas de prensa de hoy dan por sentado que Sánchez encabezará un gobierno monocolor en el que quizá haya independientes, pero de la órbita del PSOE. En todo caso, las quinielas son entre socialistas.
No es elegante, no es justo y, además, no es posible. Los 85 diputados
de Sánchez no resistirán la primera tarascada de los 169 de la derecha.
No resistirán ni los 156 de PSOE y Podemos. Los 24 votos nacionalistas
y/o independentistas seguirán siendo imprescindibles a lo largo de la
legislatura. La gobernación de España seguirá dependiendo de los votos
de la Antiespaña.
En rigor, los indepes y nacionalistas también podrían
pedirse algún ministerio. No lo harán porque, en efecto, no votaron "sí"
a Sánchez sino "no" a Rajoy. Pero no es el caso de UP y no hay razón
para excluirlos del gobierno. Y conste que aquí se defiende un gobierno
de coalición por puro sentido de juego limpio ya que, en opinión de
Palinuro, en poco ayuda al independentismo que Podemos esté o no en el
poder.
Salvo
que Sánchez, como K el agrimensor, traiga otra alzada en el ánimo: un
gobierno minoritario, casi minúsculo, gobernando según lo que se conoce
como "geometría variable", pactando con la izquierda de Podemos y los
indepes y nacionalistas determinadas medidas de derechos, sociales,
reformistas, etc. para vencer a la derecha, y con la derecha en medidas
de corte nacional español para vencer a los indepes y nacionalistas y, si se tercia, también a Podemos.
Quien
haya seguido la política española admitirá que, dadas las
circunstancias de presión interior en su partido y sus propias
convicciones reciamente nacional-castellanas, Sánchez puede intentar la
jugada. Para el frente social, esgrime la imagen del líder que, como
pedía Iceta, nos ha librado de Rajoy.
Ayer cantaban albricias los aparatos de propaganda del PSOE y Podemos,
celebrando la liberación de la pesadilla y comunicando la buena nueva a
las masas enfervorecidas "yearning to breathe free”, como reza el verso de Emma Lazarus, grabado al pie de la estatua de la Libertad.
Para el frente nacional, la
abrumadora mayoría parlamentaria que concita. Un porcentaje muy elevado
del electorado español, representado en el Congreso, en torno a un 80%,
sumando algunos sectores nacional-castellanos de Podemos. Es un mandato
democrático. Nada se dice de que la proporción se invierte en Catalunya
y que, por lo tanto, lo que se presenta como mandato democrático no es
otra cosa que un ejemplo de tiranía de la mayoría.
Cualquiera que tenga
idea de la adopción de decisiones colectivas con mayorías y minorías
sabe de qué se trata. Y si la minoría es estructural (por ejemplo,
nacional o lingüística o ambas), solo le queda tragar o rebelarse.
Rebelarse en sentido filosófico, claro, no en el del juez Llarena.
Esa
geometría variable es ilusoria. El conflicto España/Catalunya que,
según dictaminan hoy sabios analistas, es el determinante de la política
española, no se resuelve jugando a las alianzas parlamentarias. Los dos
parlamentos son radicalmente distintos. Los tres partidos dinásticos
que en Madrid suponen un 72% de los escaños se quedan en el 42,2% en
Catalunya, mientras que los indepes son, en cambio, el 51,8%. Son dos
parlamentos de dos países. Uno, una monarquía; el otro, una república.
Difícil enmienda tiene este descosido. Por no decir, ninguna.
Se
sabe: aquí no hay una "cuestión catalana", sino una "cuestión
española". El frente nacional, el triunvirato del 155 (habrá que ver qué
rostro sustituye a Rajoy), no tiene oferta para Catalunya y su
horizonte es aun más confuso cuando se recuerda la presencia de UP en el
vertebrado gaseoso de los comunes. El mismo Sánchez invoca ahora el
"diálogo", pero se presenta con una propuestas positivas tan bestias,
como más 155 contra Le Pen, no elecciones, reforma del Código Penal para
criminalizar el independentismo, que más le vale decir que no tiene
ninguna, como el dios de Maimónides o el hombre de Musil, que no tienen
atributos.
Las
elecciones anticipadas parecen inevitables. No está claro, sin embargo,
que sirvan para algo si, como es de suponer, cambian el panorama
político pero no mucho. Las que pueden ser decisivas son las también muy
probables elecciones catalanas anticipadas. Se admiten apuestas
respecto a cuáles hayan de ser más importantes para España.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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