Tiene razón quien yo me sé. Es posible
que Sánchez no traiga cambios en las líneas generales de gobierno del
PP, pero parece haber infundido cierto valor y un ánimo más osado en
diversos estamentos sociales. Casi como si estuvieran perdiendo el
miedo. Es como si hubiera un despertar general del estado comatoso y
hasta catatónico en que parecía encontrarse la opinión pública y hasta
los sectores fabricantes de doctrina.
Tengo
registrados varios casos que avalan este juicio. Un magistrado dice
ahora que sufrió tremendas presiones mientras se ocupaba de la Gürtel.
No lo dudo, pero señalo que pudo haberlo dicho antes. Una asociación de
juristas se querella contra una veintena de jueces y fiscales por
entender que han faltado gravemente a sus deberes en defensa de la
independencia de la justicia. El personal se rebela (de rebelión), ya no
se deja callar y menos pisar, pero también podía haber actuado antes.
Pablo
Iglesias va a visitar a los presos, gesto loable, desde luego. Pudo
haber ido hace meses porque llevan más de seis injustamente
encarcelados. El mismísimo Sánchez ha firmado un salvoconducto urgente
para que la visita se realice. El Sánchez que hace poco pedía se
prolongara el 155 y se reformara el Código Penal para convertir el
independentismo en delito. Con Sánchez en el gobierno se anima a lo
desconocido hasta el mismo Sánchez.
Impulsado por este general
envalentonamiento de la ciudadanía, Iglesias se postula como mediador en
el conflicto catalán, facilitador del diálogo. Mediador entre Torra
y... ¿quién? No será el PSOE cuando el PSC se suma al PP y a C's en el
rechazo a una moción de ERC pidiendo diálogo "sin condiciones". La
mediación a lo mejor consiste en establecer un diálogo "con
condiciones".
Al
espíritu generalizadamente crítico se suma Domènech planeando otra
visita a los presos políticos. Estos acabarán siendo punto de
peregrinación, de seguir las cosas así. Otro que podría haber encontrado
tiempo en seis meses de injusto cautiverio para ir a testimoniar su
aprecio a los encarcelados. En seis meses se ha dicho que los presos
políticos son políticos presos (como Zaplana, por ejemplo) y se les han
negado reiteradamente sus derechos, habiéndose llegado a afirmar que era
preciso aplicar el 155 porque los indepes se habían vuelto locos. Casi
como un ejercicio de perspectiva foucaultiana: los locos, a la cárcel.
Desde
la posición indepe, estos movimientos son siempre bienvenidos porque
todo cuanto sea conocerse, hablarse y entenderse será beneficioso. Pero
su acción autónoma es independiente de esa nueva red de contactos. La
República Catalana lleva su propia vía e implementación. La dualidad de
poder de hecho sigue funcionando. Torra abre una oficina diplomática privada en
Washington.
De inmediato, miriada de conjeturas: ¿es competente? ¿Se
extralimita? ¿Está privatizando el servicio exterior de la Generalitat?
¿Se salta la ley?¿Qué ley? Y ¿qué pretende? ¿Organizar un lobby,
seguramente con más éxito que los de Aznar? ¿Puede el Estado tolerar un
servicio exterior de una parte de sí mismo que le hace la contra y le
socava su propaganda externa? ¿Lo sabe el ministro de Asuntos
Exteriores? ¿Se debe volver a intervenir? ¿Regresar al 155?
Y esto no ha hecho más que comenzar.
Está
bien que se pierda el miedo que inspiraba la banda pepera y sus
anclajes en otros poderes del Estado, pero, a estas alturas, visitar a
los presos es lo menos que cabe hacer, casi como si fuera una obra
cristiana de caridad.
Si Iglesias quiere recortar una figura de
estadista, algo a lo que Sánchez ni se atreve, que vaya a visitar a
Puigdemont en el exilio. Puede hacerlo cuando quiera, no dependerá del
humillante salvoconducto del presidente Sánchez y es seguro que el
presidente Puigdemont lo recibirá encantado.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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