miércoles, 13 de junio de 2018

¿Estatuto o República? / Ramón Cotarelo *

Tengo la República muy cercana. Hoy entrego un artículo sobre ella para el nuevo y flamante semanario La República que sale, ¡en kioscos! los findes. Vamos allá, compas, a pulsar un mercado donde lo retro es progre. "Hay gente pa tó", decía Belmonte. Y así es. 
 
Hay un bucle de distinción y elegancia en el hecho de dejarse ver en lugares públicos leyendo una revista a la antigua usanza. Quizá sea lo único que haga levantar la cabeza a los de los móviles que tendrán un breve atisbo del mundo a través de algo que ya no está en el mundo: el papel impreso. ¡Larga vida a esta interesante República de papel! Porque la otra se mueve en otro territorio, incluso en otro orden de realidad.

Sí, claro, la iniciativa es catalana porque, como todo el mundo sabe, los catalanes son los únicos que se toman en serio la República. Tanto que han proclamado una y en estas peripecias nos encontramos. Los republicanos van del brazo de los independentistas. La República aparece los sábados en compañía de El Punt Avui, un diario digital independentista. Por eso el primer número en kiosco mostraba al presidente KRLS diciendo que si alguna cosa està guanyant a Catalunya és la República.

Esa coincidencia permite hablar de la llamada "cuestión catalana" (hoy ya "vasco-catalana y medio navarra) tratando modestamente de clarificar la situación con la mejor voluntad.

La "cuestión catalana", como el dios Jano, tiene dos caras. La de la independencia y la de la República. Pero, a diferencia de Jano, no miran en direcciones opuestas, sino en la misma: hacia delante. Sería más apropiada una representación de tres rostros, uno de frente, otro de perfil y otro en escorzo, como los que hacían los pintores a los poderosos. Pero sobraría uno de ellos. Los rostros son dos, el independentista y el republicano. Son el mismo y se han reconocido, lo cual tiene sus consecuencias.

El Estado nacional está hoy transitoriamente gestionado por el PSOE pero en él se engloba casi el 80% de la representación parlamentaria española (PSOE, PP, C's y medio Podemos). Llamémosle Bloque Nacional. El BN no puede ver ninguno de los dos rostros catalanes. Para él no son los de Jano o los de Richelieu, sino el rostro de la Medusa, que petrifica a quien lo contempla. 
 
Para no ser petrificado, el gobierno cierra los ojos y arremete contra la opción independentista (vale decir: referéndum, no), con los alaridos de Borrell y las vagarosas promesas de reforma constitucional medio farfulladas por el sector dialogante de los que creen mandar. "Las palomas", como dirían comentaristas gringos.

El gobierno niega la petición, pero ofrece alternativas o tal cosa dice. Una es la fablilla federal alumbrada tras una reforma de la Constitución inimaginable. Otra la genialidad zapateril de retornar al Estatuto de 2006, también llamada "pelillos a la mar". Desde el punto de vista indepe, nada de esto lo forzaría a abandonar lo que estipula su legítimo derecho a un referéndum de autodeterminación. 
 
La gente no ha arrostrado lo que ha arrostrado para volver al punto de partida y ponerse de nuevo en manos del hatajo de incompetentes que en diez años convirtieron un apoyo de menos del 20% a la independencia en otro de casi un 48% y creciendo. 

Pero, oye, como dicen los de la televisión, menos da un piedra. Además, mientras te colocan la interminable saga federal, como si fueras Harún Al Rachid, no te muelen a palos, en manifestación de una atávica tendencia del macizo del raza hispánica. Así que, en tanto haya propuestas, serán escuchadas con suma afabilidad, como señala el presidente Torra que, luego, como en los apartes del teatro clásico, se vuelve hacia el público y añade: pero nosaltres seguim amb el mandat de l'1-0. O sea, la segunda cara, la República.

Tampoco este rostro es visible para el BN (antiguo B155), pero no porque lo petrifique sino porque no lo ve. Es el rostro invisible. El BN está constitutivamente incapacitado para ver el republicanismo porque vive inmerso en un caldo monárquico. Por eso, a diferencia de la independencia, no tiene propuesta alguna que hacer; ni se le ocurre. El grito independentista se oye; el republicano, no, como si estuviera en una longitud de onda que el BN no capta. ¡Vamos, hombre, cuestionar la Monarquía!

Pero la República Catalana existe y actúa a buena velocidad. Recupera su servicio exterior, promulga leyes de la memoria histórica, se querella contra el gobierno central e insiste en su intención de investir presidente a Puigdemont, el legítimo presidente que mientras tanto preside el Consejo de la República en el extranjero.

El BN no tiene propuestas ante la reconstrucción republicana de Catalunya. No investiga, no se informa, no estudia anternativas. Se encastilla en una posición que el oleaje revolucionario catalán superó hace mucho. 

Y la izquierda anda con la aguja de marear loca. El PSOE llevará su lealtad al BN a alinearse en defensa del trono (y ya se verá de cuánto altar) y Podemos se encontrará en una encrucijada entre quedarse sin ideología autodeterminista pero con los votos o sin los votos pero con mucha ideología. 

En ese marasmo se levantan voces desesperadas abogando por un partido o movimiento republicano con voz y presencia fuera de cenáculos de veteranos de mil batallas. Se juega a la ambigüedad de que apoyar una República en Catalunya es apoyarla en toda España. Y es una falacia. Solo sería cierta si el movimiento/partido republicano español fuera ya robusto y sellara alguna alianza de hermano mayor con hermano menor en la ilusión de que la República española posibilitaría la catalana pero con la sólida convicción de que tal cosa no sucedería nunca. 
 
Pero todo eso tan complicado no es posible de raíz desde el momento en que el republicanismo español, hoy, solo se entenderá como sucursal del catalán y eso ya es razón suficiente para que le nieguen los votos. 

No hay más salida civilizada que el referéndum pactado de autodeterminación vinculante y con mediación internacional. Se dirá que eso no es un punto de acuerdo entre dos, sino más bien una imposición de parte. Pero se olvidan dos contraargumentos: primero, si el referéndum es pactado, se trata de un obvio punto de acuerdo; segundo, llegar a él ya implica una concesión importante de la parte independe y con la que no todo el mundo está de acuerdo pues, en realidad, el referéndum ya se celebró el 1º-O y se concretó después en las elecciones del 21 de diciembre. 

A ello se añade la ventaja para ambas partes de que la mediación internacional dará fe de la decisión adoptada, sea la que sea y esa fe será el punto de partida para una negociación acerca de cómo institucionalizar la decisión adoptada.

Claro que es un punto de acuerdo.
 
 
Pues claro, naturalmente, hay que hablar. Es uso en todos los países civilizados.

Porque se puede armar un lío descomunal, judicializar un problema político, reprimir a la población pacífica con inusitada crueldad, intervenir un gobierno, cesarlo, cerrar su parlamento, envíar gente a la cárcel y forzar a otra al exilio, negarse a reconocer el resultado de unas elecciones, aplicar el 155, obstaculizar cuanto se pueda la formación de gobierno pero, al final, hay que sentarse a dialogar. A dialogar con los supremacistas, nazis, xenófobos, racistas, le pens, etc. No hay más remedio que tragarse la propaganda insultante y tratarse con la buena fe que las circunstancias exigen.

No es ni será fácil. A la escasa predisposición que se advierte en Sánchez se unen las amenazas de los barones en sus filas y los gritos furibundos de la derecha para quien Sánchez seguramente habría pactado la desmembración de España a cambio de sus votos separatistas. Claro que no es fácil dar un giro radical a una política agresiva de confrontación a otra de entendimiento y búsqueda de soluciones. Sobre todo si se tiene en cuenta que las bases de negociación de las dos partes son diametralmente opuestas. 

El gobierno está en Babia. Dice la ministra portavoz que Sánchez tiene previsto reunirse con Torra como lo hará bilateralmente con los demás presidentes de las CCAA. 24 horas después es titular de todos los periódicos que Sánchez y Torra han hablado por teléfono y acordado reunirse cuanto antes. Con esa mentalidad de "café para todos" el gobierno no va a ir muy lejos y menos vendiendo como una concesión graciosa el parcial levantamiento de la intervención de las cuentas que es obligado por la retirada del 155.

La negociación es asunto de supervivencia del gobierno y del Estado. Suficientemente claro está ya que la judicialización y la represión ciega, la manipulación de los medios y la justicia, los discursos del rey, solo han servido para que el movimiento independentista se amplíe, afiance, se estructure y avance. El 1º O los catalanes se habían ganado el derecho a un Estado propio, según decía Puigdemont y, desde entonces, no han hecho más que ejercerlo en unas condiciones de hostilidad y agresividad muy visibles. 

Ese derecho sigue ahí personificado en la cuestión que necesariamente presidirá cualquier negociación entre la Generalitat y el Estado, la de los presos y exiliados políticos. La excusa según la cual el destino de presos y exiliados no depende del gobierno sino de los jueces y la división de poderes etc., es una patraña. El fiscal puede retirar las acusaciones. El proceso político montado (el de "descabezar" al independentismo) puede desmontarse con igual celeridad, visto además, que ya ha dejado la justicia española a la altura del betún en Europa. 

El independentismo catalán no ha renunciado a la llamada "vía unilateral". Al contrario. Otra cosa es que esté dispuesto a dialogar sobre propuestas concretas. Hace falta que las haya. Y aquí es donde el PSOE no trae las alforjas bien provistas: admitido que no cabe retornar al sano autonomismo, se medio murmuran oscuros propósitos federales, el retorno a una revisión del Estatuto de 2006, convenientemente cepillado y masacrado. Cualquier cosa de ese o parecido jaez pero ni hablar de derecho a decidir ni referéndum. 

Que es justamente donde tiene plantados sus reales el movimiento independentista. De no llegarse a este punto, seguirá habiendo vía unilateral amparada en la resistencia y la desobediencia civil pacíficas.
 
 
Palinuro se suma a la legión de comentaristas del nuevo gobierno.

Desde la perspectiva de género, acierto total. El camino se hace andando. Pronunciada mayoría de mujeres. Hay quien lo encuentra exagerado y un farol. En realidad, es una composición normal porque debiera ser normal, ya que siendo normal la mayoría de mujeres, y no excepcional, volverá a ser normal un gobierno con mayoría de hombres y no el acostumbrado abuso. 

El punto de los ministros y sus peculiaridades ha sido el más comentado. Los nombramientos más cuestionados, al menos en la izquierda, son Borrell, Marlaska, Robles, Delgado, Ribera y Huerta. Un aspecto merece reseña (el resto quede para los cien días) y es el de los jueces en ministerios directamente relacionados con su quehacer profesional: Justicia (Delgado), CNI (Robles), Interor (Marlaska). No tengo claro que esa coincidencia sea beneficiosa. El reciente desastre de Zoido, juez, en Interior, que hizo bueno a Fernández Díaz, es un precedente muy alarmante.

Pero lo bueno son las políticas concretas y las posibilidades reales de llevarlas a cabo en media legislatura y con 85 diputados. Se consolida la idea de los dos frentes y la "geometría variable". Hasta El País, (que, por cierto, está en trance de purificación o cambio de piel) informa de que el gobierno pretende dar unos golpes de efecto, más que nada para frenar a Podemos. Es de suponer se trate de medidas sociales, de consolidación y ampliación de derechos y restitución de las más flagrantes injusticias sociales heredadas del PP. En esto tienen los socialistas pillados a los de Podemos que verán con tristeza cómo se marchitan sus ilusiones de sorpasso, sometido al yugo de la vil socialdemocracia.

Volverán en este caso a ser imprescindibles los votos de los indepes catalanes y esos quizá no sean tan seguros cuenta habida de la coz con que Sánchez ha agradecido los que le dieron para la moción de censura por obligación moral con los nombramientos de Borrell y Marlaska. No conviene olvidar la sabia lección de Maquiavelo cuando avisa al príncipe de que, si actúa honradamente pudiendo no hacerlo, pone en peligro su principado.  Si faltan los votos independentistas, ninguna medida saldrá adelante, por mucho que sea su efecto. 
 
La beligerancia extrema del PP está garantizada como se prueba por el hecho de que Hernando, su portavoz, exija ya, con su habitual perentoriedad, un debate sobre el Estado de la nación... a un gobierno que aun no ha echado a andar y habiéndolo omitido su propio partido los tres años anteriores. Supongo que el hombre querrá debatir sobre el Estado de la nación que los suyos han dejado.

En el frente "nacional", según se ve, intención del gobierno de ponerse al habla con el Le Pen catalán antes del verano. Pues corre prisa porque faltan menos de dos semanas. Para ser eficaz, se me ocurre un plan por el que Sánchez podría conjugar sus dos empeños, los golpes de efecto y el diálogo con Catalunya: preséntese en Barcelona a entablar el diálogo habiendo excarcelado a los presos y permitido el retorno de los exiliados. 

Como quiera que algo así es muy improbable está claro que las conversaciones girarán sobre los presos y exiliados políticos y la restauración de las instituciones legítimas de la Generalitat. Y esto dará para mucho. Pero tanto si se llega a algún acuerdo como si no en el horizonte se mantiene siempre la cuestión que ha dado origen al último tramo del procés, con una hoja de ruta que encendió el proceso revolucionario: la de un referéndum pactado de autodeterminación. Como en Escocia o en el Canadá. Eso era lo que debió haberse decidido hace diez años. De no hacerse ahora, Catalunya seguirá siendo ingobernable y, por extensión, España entera.

Porque no es posible gobernar democráticamente un territorio como Catalunya en contra de la voluntad de la mayoría de sus habitantes. Dictatorialmente, quizá, pero no es el caso. La única posibilidad es llegar a un punto de equilibrio, uno en el que coincidan los intereses de ambas partes porque ninguna de ellas puede, de momento, imponerse sobre la otra. El Estado no puede aceptar el derecho de revolución de Catalunya y Catalunya no puede aceptar el derecho de conquista del Estado. 

Eso es algo que, al final, debe decidir la gente votando libremente en un referéndum de autodeterminación de Catalunya.
 
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
 

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