La última vez que Pedro Sánchez se
refirió a los presos políticos en España fue para negar su existencia.
Para él no hay "presos políticos". Ignoro si también completó como hacen
los de la banda pepera, hablando de "políticos presos". O sea, como
Zaplana. Me extraña que alguien de izquierdas sea incapaz de ver las
diferencias entre Zaplana y Junqueras.
Si no las ve cuando son patentes a
primera vista, realmente no merece la pena seguir hablando. Hay que
pasar a defenderse. Porque si alguien sostiene que no hay diferencias
entre Zaplana y Junqueras, solo puede hacerlo de mala fe y frente a la
mala fe, poco es lo que cabe razonar. Lo dicho, a defenderse.
Defensa
es la iniciativa de la Generalitat de colgar un enorme cartel en la
fachada del Palau de Sant Jaume pidiendo la libertad de los presos
políticos, de esos que no existen, según Sánchez. Apenas nombrado
presidente del gobierno español, Sánchez ya "razona" como Rajoy: negando
la existencia de lo que no le gusta.
Para el presidente de los sobresueldos, no habría consulta del 9N 2014 y no hubo consulta del 9N 2014; no habría referéndum del 1-O y no hubo referéndum del 1-O; no habría declaración de independencia republicana y no hubo tal; no hay presos políticos y Sánchez retoma la falsedad de la banda de malhechores y la hace suya: no hay presos políticos.
Para el presidente de los sobresueldos, no habría consulta del 9N 2014 y no hubo consulta del 9N 2014; no habría referéndum del 1-O y no hubo referéndum del 1-O; no habría declaración de independencia republicana y no hubo tal; no hay presos políticos y Sánchez retoma la falsedad de la banda de malhechores y la hace suya: no hay presos políticos.
Pero
el hecho es que los hay y su liberación ha sido la primera exigencia
del gobierno de Torra. Sánchez puede seguir la vía neurótica de su
predecesor y obstinarse en negar la realidad y la realidad acabará
negándolo a él como ya ha tachado al presidente de la Gürtel y el
apaleamiento de ciudadanos el 1-O. Claro que hay presos y exiliados
políticos en España y, por cierto, injustamente tratados en relación con
los presos comunes.
Claro que la lucha por su liberación es el punto
primero del programa del govern de la Generalitat, lo que demuestra la
absoluta ineptitud de quien diseñó toda la operación de represión en
Catalunya, Soraya Sáez de Santamaría. Y claro igualmente, que el
gobierno español no puede permitir que la bandera española no ondee en
el Palau y sí, en cambio, la pancarta por los presos políticos con la
que, además, Torra pone en evidencia el camaleonismo y la hipocresía de
Ada Colau.
La
cuestión es si el gobierno de Sánchez está en situación de obligar a la
Generalitat a cumplir la legislación sobre banderas y retirar el cartel
de los presos. Y no lo está. Otra parcela más de soberanía española
desalojada por la soberanía catalana. Este es el procedimiento por el
cual la República está consolidándose de hecho, gradualmente, ante la
creciente impotencia del Estado, cada vez más fallido e incompetente.
Desde
el nombramiento de las nuevas conselleres se han escuchado voces
criticando al govern de Torra el haberse acomodado a las exigencias
españolas, haber aceptado su ilegal legalidad, llegando al extremo de
dudar de su compromiso con el objetivo final de la República Catalana
independiente. Pero las declaraciones y actos del presidente son
inequívocos: la hoja de ruta a la independencia y la República se
mantiene, queremos la liberación de los presos y la anulación de todos
los expedientes represivos del tipo que sea, judicial, político,
económico, policial, etc.
El
problema, obviamente, es para Pedro Sánchez. Su partido, en especial
sus sectores más reaccionarios, como Rubalcaba, Díaz, Bono, etc y
algunos activos hoy en su entorno, como Ábalos o Puente, no le dejan ni
acercarse a los independentistas. Por otro lado, su exclusión de Podemos
del gobierno no lo hará bienquisto a los ojos de los morados, si bien
es cierto que, dada su confusa ambigüedad, apenas será útiles en el
contencioso catalán.
Porque
ese es el problema real del Estado español ahora mismo, el que de
verdad compromete su supervivencia. Ayer suponía Palinuro que el PSOE
optaría por un gobierno apoyado en "geometría variable", juntando una
política social progresista con el apoyo de Podemos y los indepes y una
nacional reaccionaria imperial españolista con el apoyo del PP y C's. Lo
cual está bien, revela decisión, pero no un conocimiento aceptable de
la realidad con la que se encuentra. Esta se condensa en una figura
concreta: la existencia de dos poderes -la dualidad- antagónicos que
luchan por el mismo territorio, España y Catalunya. La segunda,
emergente, la primera, claudicante.
Heredero
de un régimen secularmente corrupto y tiránico, obra de una oligarquía
inculta, esquilmadora, nacional-católica, con cuarenta años de
franquismo y otros cuarenta de democracia falsa o Potemkin, el sistema
político de la Constitución de 1978 ha llegado a su fin, por su
incapacidad para hacer frente a la crisis territorial constitucional
catalana.
La
República catalana acabará siendo una realidad incuestionable por
incapacidad de la monarquía española para conservar a Catalunya. España
la perdió para siempre con la salvaje represión policial del 1-O y la
siniestra, amenazadora y estúpida comparecencia del rey dos días después
en un discurso para defender al gobierno de los piolines y el "a por
ellos" y amenazar a los catalanes sin contar con ellos para nada.
¿Qué puede hacer Pedro Sánchez para evitar la perspectiva de la separación final de Catalunya?
Si
este Pedro Sánchez es el de la prolongación del 155, el "respeto a la
ley", la reforma del Código Penal para criminalizar a los indepes y la
intención de establecer la dictadura en Cataluña, no podrá hacer nada.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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