El vuelco político provocado por la audaz y exitosa moción de censura
que releva con sello de urgencia a los inquilinos de La Moncloa y los Ministerios provoca que todas las agendas políticas se van a la basura.
Todos los protagonistas del drama tienen que revisar la posición y los
argumentos. Vamos por partes:
El PP y Rajoy, sin apenas salir del asombro y la imprevisión que les
atormenta, concluyeron la tarde del día de autos, el jueves en el
reservado de un restaurante, que su alternativa es simple: instalarse en
la oposición en plan cimarrón, con cuchillo en boca para hurgar en las
heridas del nuevo gobierno, que no serán pocas ni leves, y aguardar que
los votos les devuelvan la mayoría absoluta que creen merecer. No han
calculado el precio y las consecuencias (previsibles e insospechadas) de
perder el poder. Les veo más cerca de la agónica UCD que del PP
refundado por Aznar. Sin descartar que se fracturen por las luchas
internas que se apuntan. No es probable que vuelvan a ser partido de
gobierno en años, si es que sobreviven.
El
PSOE y Sánchez andan pellizcándose por la vuelta al gobierno, por todo
lo que pueden repartir durante las próximas semanas y por los réditos
electorales que pretenden obtener por el ejercicio del poder. Quizá ni
han ponderado que en esta fase histórica el poder abrasa y que los
recursos para hacer clientelismo son insuficientes hasta crear más
enemigos que socios. Más riesgos que oportunidades.
A Ciudadanos y a Rivera se les ha estropeado el guion de un recorrido
que parecía imparable. Tienen enfrente a casi todos porque les ven
fuertes. Dependen de sí mismos, de su talento y de sus capacidades para
pasar el inclemente desierto que les aguarda los próximos meses, que les
otorga una oportunidad para estudiar, para aprender, para escuchar y
para hacer amigos donde conviene. Si son templados y fuertes pueden
aspirar a más que a ser el primer partido en las próximas elecciones. La
fortaleza y el carácter de Rivera se pondrán a prueba, puede salir
debilitado o fortalecido, pero son más las oportunidades que los
riesgos. Tiene que aguantar y templar.
Para Podemos y sus líderes el panorama es ambivalente; van a
acariciar el poder, pero solo como invitados. Sus bases son inestables y
demasiado amplias y dispersas. El guion de oponerse y prometer está
superado, van a gozar de influencia y tendrán que demostrar que votarles
merece la pena, que no se han convertido en casta, que sirven para
castigar. Su oportunidad radica, más que nunca, en ocupar el espacio de
la izquierda hasta el centro izquierda, desplazando al PSOE de esa
posición. Pueden conseguirlo, aunque no es sencillo.
Los nacionalistas de todos los colores, desde los autonomistas a los
independentistas irreductibles, disfrutan de una posición que nunca
imaginaron. Se les nota el gozo, se dejan tentar por la fatal arrogancia
y, probablemente, han llegado a lo más; ahora solo les queda
retroceder sin alcanzar Ítaca. Y asimilarlo, y explicarlo. Van a dar
muchos quebraderos de cabeza a su socio coyuntural, al presidente
Sánchez; nada nuevo en la historia. Pero han perdido un enemigo contra
el que era cómodo confrontar: el PP, Rajoy, el franquismo, la España
casposa (Caspaña)… Ahora están con la inestable mayoría, compartiendo
poder pero con dudosa rentabilidad para repartir el teórico botín.
En resumen, esto huele más a fin de un período turbulento que a
comienzos de otro de progreso; la fase de romper suele preceder a la de
recomponer. Cuando los españoles prueben la receta de las coaliciones
multipartidistas confusas, puede que sientan nostalgia de las criticadas
mayorías absolutas o casi absolutas, que eran aburridas pero
tranquilizadoras. La partida acaba de empezar pero va a ser rápida. La
legislatura no llegará a término, de hecho todo va a ser agotadora
campaña electoral, prosaica y dura, y los errores contarán más que los
aciertos.
(*) Periodista y politólogo
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