Si unimos uno y otro concepto da esto. Me refiero a
la libertad de prensa y al derecho a la información, que vienen a ser
las dos caras de una misma moneda, el mismo derecho o la misma libertad
vista de uno u otro lado. Para que los ciudadanos comprendan la
importancia de una prensa libre, no hay que apelar solo a los derechos
de los periodistas y de los medios a expresarse y a publicar sin
censura, sino a su propio derecho a recibir información veraz, rigurosa,
contrastada y útil.
No diré objetiva porque la información siempre pasa
por la mirada de un sujeto al que se le supone la honestidad y la
fidelidad a la verdad. Me explico. Las consecuencias que pueda presentar
hoy en España la falta de libertad o la precariedad con la que trabajan
los periodistas, el imperio del ‘click’ o la crisis de modelo de
negocio no tiene que presentarse como un problema laboral de los
periodistas o económico para las empresas, sino como un déficit del
importante derecho a la información que todos tenemos por ciudadanía.
Solo así estaremos siendo fieles a la gravedad de esta carencia. Dicho
de otro modo, el tema nos apela a todos y no solo a los periodistas.
La libertad de prensa y la libertad de información, indisolublemente
unidas, conforman la libertad de opinión, pudiendo concebirse ésta como
el derecho a recibir información veraz y honesta. De hecho, podemos
clasificar los diferentes regímenes políticos según el modo en que se
ejerza y se respete al derecho a la información. No nos quedemos en
meras celebraciones del día mundial de la libertad de prensa que se
celebró el pasado jueves. Preguntémonos si los problemas que atacan al
periodismo están afectando a la mismísima democracia y si en España está
garantizado el derecho a la información. No solo es la censura, es
también la desinformación.
El término “prensa” tiene un carácter simbólico y ya
nadie entiende como prensa tan solo las publicaciones escritas de
difusión periódica en papel y mucho menos la máquina de la que procede
la palabra: la que sirve para imprimir por presión sobre papel mediante
una plancha que contiene letras. La prensa, como soporte de comunicación
de hechos y opiniones emitidas por periodistas hoy abarca tantas cosas
más que es mejor que dejemos la palabra “prensa” como está por lo
complicado que sería ponernos de acuerdo en un solo vocablo que lo
explicase todo.
El 3 de mayo, día mundial de la
libertad de prensa, tanto la clase política como los periodistas
manifestamos nuestro homenaje a este derecho fundamental con el que nos
dotamos en la Constitución de 1978. Con el hashtag #soyperiodista porque
cada uno de los que nos pensamos periodistas, ejerzamos o no en términos
ortodoxos, expresamos las variadas razones de lo que significa “ser
periodista”, el mejor oficio del mundo en palabras del gran periodista y
literato, Gabriel García Márquez.
Esta sencilla frase de Gabo contiene
dos verdades: lo de ser el mejor, lo cual podrían verlo como algo
subjetivo; y lo de que el periodismo es un oficio. Cierto, los
periodistas no son artistas, ni científicos, pero se les pide que
manejan la verdad con métodos artísticos y con rigor científico.
El
periodismo se aprende en la calle y en las redacciones, pero también en
los bares, como dice el buen periodista Manu Sánchez. En 1996, Gabo
pronunció el discurso “El mejor oficio del mundo”, poniéndole voz a un
artículo previo y dijo “Los que no aprendían en aquellas cátedras
ambulatorias y apasionadas de veinticuatro horas diarias, o los que se
aburrían de tanto hablar de lo mismo, era porque querían o creían ser
periodistas, pero en realidad no lo eran”.
El mismo
jueves fue galardonada con el Premio Princesa de Asturias de
Comunicación y Humanidades la periodista Alma Guillermopietro. Esta
mexicana que une de forma mágica sus dos apellidos, una diva del
reporterismo, es la tercera mujer en 38 años que recibe este premio,
después de la filósofa María Zambrano (1981) y la fotógrafa Annie
Leibovitz (2013). Y, por cierto, la primera periodista.
(*) Periodista
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