El procés sigue su curso, ahora
ya en forma de república en el exilio con una encantadora indiferencia
hacia las reacciones que provoca. La oposición en bloque en el Parlament hace saber que ignorará todo gobierno simbólico en Bruselas y solo atenderá al real -y no títere, recuerdan los más avisados- que dé cuentas en el Parlament. Obvio. Un gobierno simbólico solo podría dar cuentas simbólicas. Y las cuentas han de ser reales de vellón.
Dada
la estructura de presidencia bicéfala estilo gaullista que se perfila,
eso de ningunear el gobierno en el exilio es como si la oposición en
Francia dijera al primer ministro que piensa ignorar al presidente. ¡Ah!
Pero se trata de Francia y de una Constitución. Y aquí se trata de
Catalunya y su constitución...interna o, si se quiere "simbólica". La
fuerza que lo "interno" y lo "simbólico" tengan será cosa de los indepes
y nada que la oposición parlamentaria esté en condiciones siquiera de
entender porque no es cosa suya.
Según
noticias, Rajoy se dispone a "mirar para otro lado" si se constituye
algo así como una Consejo de la República en el Exilio. Costumbre no le
falta La cuestión es si puede. Lo que se instala en Bruselas es una
especie de altavoz y faro europeo del independentismo catalán, una
delegación exterior de una república que está naciendo en las
condiciones más contradictorias y difíciles que cabe imaginar.
Llega un govern cuya
primera tarea es conseguir la retirada del 155 y el levantamiento de
todos los expedientes represivos del tipo que sean contra representantes
democráticamente elegidos. Son las dos condiciones necesarias para
iniciar una negociación política entre el Estado y la Generalitat que
llegue a un acuerdo satisfactorio para ambas partes.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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