El nacionalismo puede atravesar fases de moderación táctica, pero no se sacia nunca. Y cuando percibe debilidad en el Gobierno central, aprovecha para poner un precio desorbitado a su apoyo.
Por eso no sorprende que el PNV, después de tantos elogios del PP a su
voluntad de acuerdo y a su compromiso con la gobernabilidad, amenace
ahora con dejar a España sin Presupuestos por la vía de condicionar su
respaldo al reconocimiento de un nuevo marco estatutario inaceptable:
incorpora el malhadado derecho a decidir, consagra la bilateralidad en
todos los niveles y postula un sistema propio de pensiones. Supone una independencia de facto.
Ya es lástima que Íñigo Urkullu dilapide su imagen con otro plan Ibarretxe, por mucho que pretenda cerrar el paso electoral a Bildu, echado al monte de la unilateralidad a la catalana.
Pero más lamentable sería que Cristóbal Montoro se sentase siquiera a negociar con semejante chantaje
encima de la mesa. Máxime tras haber concedido el Cupo más privilegiado
y opaco de la democracia. El beneficiado sería otra vez C's, cuya
oposición al Cupo en aras de la igualdad fue nítida.
La fragmentación parlamentaria debería ser un acicate para el pacto. Los partidos españoles harían bien en mirar más el ejemplo de los alemanes y menos su propio ombligo.
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