Los cuatro aspirantes a la presidencia
del gobierno, todos varones comprometidos con la igualdad de género
reciben los resultados del barómetro del CIS y su cocina con la mejor
sonrisa. Las de C's y el PSOE son radiantes; la del PP torcida; y la de
Podemos, de cartón piedra. Está claro: el electorado quiere caras,
propuestas nuevas. Rivera y Sánchez lo son, al menos tanto como pueden
serlo dos profesionales de la política con diez o doce años de
veteranía.
Rajoy es lo viejo renovado y algo de lo que la opinión está
harta, como se prueba por la bajísima popularidad de Rajoy. Iglesias, lo
nuevo avejentado a marchas forzadas con muy pobre valoración popular
también. ¿Qué pueden haber hecho mal para que, habiendo salido al
"sorpasso" del PSOE, se hayan visto sorpasados por C's?
Interesante tema de reflexión. ¿Qué pueden haber hecho mal para ganarse
esa imagen viejuna siendo los únicos nuevos reales?
La
pugna parece ser entre C's y PSOE que, además de presentarse como
nuevos, aun no siéndolo, rentabilizan el siempre ubérrimo campo del
centro político. Al menos con mayores visos de verosimilitud que los dos
supuestos extremos de Podemos por un lado y el PP por el otro que,
además, arrastra el estigma del desastre.
Pero
tiene la mayor expectativa de voto, si bien no la más alta intención,
pues le pasan por delante el PSOE y C's. Podemos se queda en el furgón
de cola de esta importante magnitud.
En
todo caso, recuérdese que si la utilidad de los sondeos en tiempos
tranquilos es dudosa, en tiempos intranquilos como estos tiende a cero.
Sobre todo teniendo en cuenta que la política en España hoy se hace en
Cataluña.
Es el que está dándose ahora mismo,
mientras se confrontan las distintas propuestas, unas más afines entre
sí que otras. La República Catalana, esa que muchos reputan
fantasmagórica, está funcionando de hecho. Lo está haciendo en las
condiciones de restricción en las que se encuentra. Sería estúpido
ignorarlas. Pero contar con las restricciones objetivas no supone
aceptar sus planteamientos ni consecuencias.
Hay
un debate sobre distintas propuestas que se estudiarán de buena fe. De
aquí no se sigue ni se seguirá una fractura o división del bloque
indepe. Y no se seguirá porque le va la vida en la unidad. Unido el
bloque, lo puede todo; desunido, nada. Por eso, habrá una fórmula de
investidura que satisfaga a las fuerzas indepes. A todas.
La
participación de la CUP en las deliberaciones tiene un alto contenido
político tanto en lo eficaz como en lo simbólico. En lo primero, porque
sus votos son imprescindibles; en lo segundo porque su alianza con las
otras posiciones del arco, la derecha burguesa y la izquierda
parlamentaria, asegura la legitimidad del proceso como actividad
transversal, que pone el eje nacional por delante del social y el
interés de la nación por delante del de partido.
Esa cohesión del bloque indepe es la garantía de que habrá un govern. Llegadas las cosas aquí, hay un punto ya fijo y acordado: Puigdemont ha de ser investido. El problema es cómo, de forma que el govern resultante aúne legitimidad y eficacia. La invisible República
Catalana está funcionando de hecho en una situación de restricción del
155 que tratará de levantar.
Su fuerza radica en la convocatoria de
nuevas elecciones que Rajoy no quiere bajo ningún concepto, pues ha
vuelto a su ser natural de impedir el voto de la gente al coste que sea.
Abandonó esta práctica el 21 de diciembre y tuvo un resultado
desastroso. En modo alguno aceptará otras elecciones cuyo resultado
seguramente será peor.
El
problema es que no dependen de él, sino de una decisión del Parlament
que él no puede contrariar salvo que cierre el Parlament y declare la
dictadura abierta en Cataluña.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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