Los independentistas suelen señalar que
ellos hacen política frente a una actitud autoritaria del gobierno. Y
así es. Política, diálogo, negociación, pacto, acuerdo, frente a
imposición.
Dos
noticias comparadas de hoy muestran el daño que esta cerrazón
autoritaria está causando. Solo puede defenderse mediante la dictadura
del 155, que ya ha arrasado los últimos retazos de Estado de derecho y
división de poderes.
El Confidencial dice que el gobierno se planteará mantener el 155 si hay un presidente imputado, es decir, proseguirá con la dictadura. El País, matiza que el gobierno deja al Supremo la iniciativa para evitar la investidura de Sánchez.
Desvergonzadamente claro: el Tribunal Supremo es el cuarto de banderas
del gobierno. El gobierno confía en que el juez Llarena prohibirá que
Sánchez sea investido. ¿Por qué motivo? Eso es cosa del juez, mire
usted, que España es un Estado de derecho. Y si un fiscal puede
"afinar", un juez hará biselado.
De
no ser por la hostilidad, la mala fe, los prejuicios que presiden estos
hechos y causan tanto sufrimiento inútil, el asunto sería para Luces de Bohemia.
En
definitiva, los discursos unionistas no merecen atención. El gobierno
siempre encontrará un motivo para seguir con la dictadura del 155, hagan
los indepes lo que hagan. Obsérvese que la represión se preanuncia: el
gobierno no solo se opone a la investidura de Sánchez, sino de cualquier
candidato imputado. Y luego será a cualquier candidato a secas.
El
independentismo solo tiene dos caminos que, en el fondo es el mismo,
pero por dos pistas distintas. De un lado, jugar en el margen que marca
la "legislación vigente", por dar algún nombre al gobierno arbitrario e
ilegal del 155.
De otro, la CUP, como siempre muy crítica, reclama la necesidad de implementar sin más la República Catalana,
recuperando la tarea constituyente en el punto en que fue ilegalmente
interrumpida el 27 de octubre de 2017.
Hay quien dice que esta fórmula
tiene el inconveniente de acelerar la intervención definitiva, total,
excepcional del Estado y el fin de la autonomía catalana. Como todas las
predicciones cuenta con un grado determinado de probabilidad.
Pero
es que la otra opción, la que podríamos llamar "gradualista" o
"fabiana", de ser fiel a su objetivo estratégico, acabará provocando el
mismo resultado que la anterior aunque quizá con un grado distinto de
probabilidad. Luego no hay diferencia de fondo sino, si acaso, de
tiempo. Las dos vías son posibles y hasta combinables. En todo caso,
ambas son política.
Del otro lado solo cabe esperar la fuerza, hasta que esta se devore a sí misma.
Aquí mi artículo de hoy en elMón.cat
En
días pasados Palinuro advertía de que los Borbones, generalmente poco
leídos y este en concreto, que aun parece serlo menos, no conocen los Espejos de príncipes.
Tampoco parecen conocer otras fuentes de información, como los
periódicos, las televisiones o las redes y dan la impresión de contar
con gabinetes de información y asesoría poblados por pollinos.
¿A quién
se le ocurrió la idea de enviar al rey a Barcelona estando los ánimos
como están? ¿Qué se pretendía? ¿Humillar, provocar más a los catalanes
en medio de una revolución? Menuda metedura de pata por la que, como
siempre, no dimitirá nadie (ni falta ya que hace) porque para gente tan
obtusa la rebelión ciudadana de Barcelona contra el rey no ha existido.
Como no existieron la consulta del 9N, el referéndum del 1-O, la
declaración de independencia ni la reforma protestante. Además, si leen
sus pasquines, miran sus televisiones o escuchan sus radios, sabrán que
la inauguración del Mobile ha sido un éxito punteado por muestras
populares de adhesión a la Corona y hasta una manifestación de españoles
monárquicos que convocó una decena de personas.
Para
el resto del planeta, la visita del Borbón ha sido un sondeo
demográfico sobre el cerrado rechazo que la Monarquía despierta en
Cataluña y que ahora, gracias a los corresponsales extranjeros, ya
conoce todo el mundo.
La
huida del Borbón a la noche en un lamentable pies para qué os quiero,
dejó flotando en el aire barcelonés el himno de Riego y en las calles la
realidad de una república imparable.
Aquí la versión castellana, que trata de eso:
El amargo día del Borbón
La
visita de Felipe VI a Barcelona para la inauguración del Congreso de
Móviles fue un visto y no visto. Pero sí muy oído. Durante todo el
accidentado recorrido del Rey, la ciudad vivió en un tumulto de segundo
plano, continuo, a veces visible, a veces invisible. Nadie salió a
recibirlo con vítores y palmas.
Los recorridos reales transcurrieron por
plazas y calles vacías, cortadas y desalojadas por la policía y los
mossos d’esquadra que se emplearon a fondo en varia ocasiones, cargando
contra la gente que estaba haciendo lo que suele hacer la gente:
estorbar a los poderosos que quieren pasear por donde no los quieren. El
centro de Barcelona parecía en estado de sitio.
Los
efectos sonoros fueron constantes. Si no de vista, los barceloneses
obligaron al Borbón a tragarse su presencia auditiva. Durante toda la
jornada repiquetearon las cazuelas y sartenes, los pitos y matracas, se
oyeron gritos contrarios a la Monarquía y favorables a la República, un
sordo y encrespado rumor que llegaba hasta los salones y comedores en
que trascurrieron los desagradables actos de la inauguración, como si
fuera un cuadro de Umberto Boccioni, Llegan los ruidos de la ciudad.
De una ciudad, de un país republicanos que quisieron hacer patente este
sentimiento al rey de España, de visita ingrata al territorio en el que
sus fuerzas del orden, habían dejado más de mil heridos unos meses
antes por querer vivir en democracia. En una sola jornada, se ha visto
que el Borbón es tan rey de Cataluña como lo es de Jerusalén, título que
también ostenta con la misma eficacia aproximadamente.
El valor simbólico de este acto de desacato y rechazo masivo, generalizado, es inmenso. Es como un anuncio de un nuevo Delenda est Monarchia! orteguiano.
El Rey se volvió por donde había venido, dejando tras de sí una docena
más de heridos (tradición borbónica de entrar a saco en tierras
catalanas) y un desprecio y rechazo colectivos en el que se aunaban las
manifestaciones callejeras más ruidosas con los desplantes más gallardos
de las autoridades barcelonesas y catalanas que se negaron a rendirle
pleitesía. Nadie de relieve fue a besarle la mano excepto alguna
alcaldesa socialista reciclada en cortesana periférica.
Los
rostros, los gestos, las miradas que echaban fuego constituyeron la
mímica, bastante ridícula a ratos, de este acto protocolario y
provocador que solo pretendía aplastar la naciente República Catalana
con la presencia de un monarca nada bienquisto. ¿Qué cómo se sabe?
Porque el CIS ha dejado de preguntar por la valoración ciudadana de la
Corona en sus sondeos y barómetros. Al Borbón no lo quiere casi nadie
en España y, menos aun en Cataluña. Es el último representante de una
dinastía de trayectoria tan triste como ridícula, reestablecida por un
dictador genocida y del que toda la sociedad espera que sea eso, el
último y, a ser posible, breve.
Ahora
que la familia del dictador anda de mudanza, tratando de colocar en el
mercado el Pazo de Meirás, una de las propiedades que pillaron en el
pasado, sería bueno que metiera en el lote la corona, el trono y el
armiño de un rey que no tiene ni idea del país que pisa, empezando por
ignorar que no es uno, sino dos. Una monarquía que hiede a franquismo,
como recuerda uno de esos exministros semizombies del dictador cuando
dice con perfecta sinceridad y exactitud que si se deslegitima el
franquismo, se deslegitima la Monarquía. Pura lógica cartesiana, dado
que el monarca español lleva el estigma del terror y la barbarie
franquistas hasta en la Corona.
Por
algo ni él, ni su padre (que se educó como edecán de Franco), ni el
gobierno de turno, ni su partido (que es también y sin disimulo el
partido del rey) han condenado jamás el franquismo. Sería como
condenarse a sí mismos, que son hechura del dictador delincuente. Ni lo
harán. Desaparecerán irredentos por el escotillón de la historia a
partir de la ya imparable revolución catalana. Si no en el Estado
español, en el que los republicanos siguen refugiados en los cenáculos
literarios, sí en Catalunya, cuyo espíritu y condición republicanas
quedaron bien claros en la infausta jornada barcelonesa del Borbón
humillado.
Cada vez más clara la distancia, la cesura, la separación, el cleavage
entre la España monárquica y la Cataluña republicana. Suele decirse que
a la República Catalana le pasa lo que al caballo de Orlando, que tenía
todas las virtudes excepto la de la existencia. Con mayor razón del Rey
de España que no es que vaya desnudo por Cataluña sino que,
simplemente, no va o, si va, ha de volverse con el rabo o la corona
entre piernas.
A
monarquía vacante, República triunfante. A Rey ausente, República
presente. El monarca y sus cortesanos del 155 (PP, PSOE, C’s y, en menor
medida pero pujando, Podemos) harán los planes que quieran para sus
dominios, reformas constitucionales, reformas electorales, apaños aquí o
allá, remiendos y zurcidos en el andrajo español para ver si tira hasta
las próximas elecciones y se puede seguir engañando a la gente,
haciendo pasar una dictadura personal de un personaje inepto por un
Estado de derecho .
En Catalunya se ha abierto una era que los
franquistas en el gobierno y en la oposición en España son incapaces no
ya de detener sino simplemente de entender. Igual que la virreina
catalana y su cipayo delegado no entendían nada de lo que pasó en
Cataluña en un eco lamentable de la “noche triste” de Cortés, cuando los
españoles se vieron obligados a retirarse de Tenochtitlán.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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