Salió Ernest Maragall y desde la tribuna que le confería la presidencia de la Mesa de Edad
-diputado más veterano, a sus 75 años- en la constitución del nuevo
Parlament, pronunció un discurso vibrante, de aquellos que no deja a
nadie indiferente. A los independentistas que lo aplaudieron y a los
unionistas que lo criticaron.
Muchos quisieron ver en la intervención
del hermano del expresident Pasqual Maragall una continuación de la
legislatura anterior. Pero Ernest Maragall, veterano de la política, lo
que hizo fue, sobre todo, exprimir su minuto de gloria y reivindicarse.
Sacar lustre al apellido Maragall y recordar para qué ha servido el referéndum del 1 de octubre y sus consecuencias finales, desde el 155 al exilio y los consellers y diputados presos.
Seguramente por la radicalidad del discurso de Maragall, la
intervención del nuevo presidente del Parlament y del mismo partido, Roger Torrent,
de Esquerra Republicana, llamó más la atención. Un discurso son siempre
matices, percepciones y valoraciones. El hecho de que lo criticara la
CUP y lo elogiaran el PSC o el PP dejó enseguida resuelta cualquier
valoración de su intervención. Es cierto que el discurso no tuvo nada
que ver con el tono más bien épico de Ernest Maragall y tampoco con sus
posicionamientos públicos recientes.
Pero Torrent apostó por una
intervención que él mismo definió como inclusiva y por conseguir
restablecer plenamente las instituciones de autogobierno catalanas. Sus
palabras de acuerdo, diálogo y convivencia como base de su presidencia
obtuvieron en este primer día un consenso razonable con la oposición y
un punto de sorpresa en las propias filas del independentismo.
Seguramente, Torrent ha preferido una entrada suave en una
legislatura que no lo será tanto y ha pensado que tiempo habrá para los
conflictos y que este miércoles no era el mejor día. Dispone ahora el president del Parlament de
quince días para que se celebre el primer pleno de investidura del
president de la Generalitat que, como se ha anunciado, recaerá en Carles Puigdemont.
Será este, sin duda, el primer momento de tensión de la legislatura con
un gobierno español dispuesto a impedirla a toda costa, recurriendo
inmediatamente al Tribunal Constitucional, y con un Parlament donde
previsiblemente la mayoría de 70 diputados independentistas tengan que
lidiar con letrados, oposición y justicia.
A menos de que no se encuentre una fórmula que hoy nadie sabe ver que
permita saltar el escollo de un candidato ausente. En cualquier caso,
vale la pena ser previsor: la potencia de fuego política y mediática
para impedir que Puigdemont intente la investidura va a ser alta. Mucho
más alta de lo que hemos visto en las últimas semanas. Solo hace falta
darse una vuelta por Madrid para captarlo enseguida: Puigdemont es la
línea roja.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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