La maquinaria de fabulación secesionista -esa que ha elaborado el relato de lo que iba a ser y nunca fue: la república catalana- trabaja a pleno rendimiento con el concepto de la legitimidad de Puigdemont como
presidente, presente y futuro, del Govern de la Generalitat de
Catalunya. No hay tal.
Se trata de otra añagaza que busca solo un
propósito: diluir todas las posibles responsabilidades penales del
'expresident' para que pueda regresar a España y ser investido por el
Parlament. En otras palabras: se intenta un remedo del exilio de Josep Tarradellas y un regreso similar, en loor de multitud.
La historia solo rima o, de repetirse, lo hace como farsa. Y esa es en la que estamos. Puigdemont y
JxCat saben a la perfección que las urnas no absuelven de posibles
infracciones penales y que estas, siendo el responsable electo, no las
depuran sino que las sancionan los tribunales de justicia.
El destino del 'expresident' de la Generalitat, si quiere salir de su
encarcelamiento en Bruselas, pasa por regresar a España, ser detenido,
llevado a presencia del magistrado Pablo Llarena, ingresado en prisión provisional incondicional y, en el mejor de los casos para él, ser investido y regresar a Estremera o al centro penitenciario que señale el togado.
¿Cabe un pacto político que evitase el trayecto descrito?
Obviamente no. El Gobierno no puede transar con los poderes
jurisdiccionales, ni interesar del ministerio fiscal que retire las
querellas sin una causa de índole fáctica o jurídica que lo justifique.
Ni Rajoy, ni el Congreso, ni el Senado, ni ninguna institución del Estado, aunque lo quisiera, podría ofrecer a Puigdemont un pacto, un acuerdo de impunidad,
es decir, aquel que le deje libre, de antemano, de las acusaciones que
están planteadas formalmente contra él y en fase de instrucción en la
Sala Segunda del Tribunal Supremo.
Y evitar este relato -este sí,
auténtico- es de nuevo engañar a los partidarios de JxCat y
a sus votantes que emitieron su sufragio quizá sugestionados por la
convicción de que una legitimación democrática liberaría a los electos
de sus responsabilidades penales. Así no funcionan las democracias, solo
lo hacen las dictaduras o las autocracias. Conviene no olvidarlo cuando
se acerca la constitución del Parlament -el día 17- y corren los plazos
para la primera sesión de investidura.
La estrategia de fuga de Puigdemont, previendo lo que penalmente se le venía encima, ha fallado. La revocación de la euroorden por
el magistrado-instructor de la causa especial 20907/2017 resultó la
gran contrariedad a los planes del 'expresident'. Su cálculo no era
ingenuo: regresar devuelto por Bélgica pero por cargos menores,
nunca por delitos tan graves como los de rebelión, sedición y
malversación de fondos.
La decisión de Llarena de mantener al jefe de
filas de JxCat como un turista en la capital de Bélgica
fue un torpedo en la línea de flotación del plan del 'president'. Y
aunque las urnas le dieron ventaja sobre ERC cuando las encuestas
anticipaban que no sería así, las posibilidades de Junqueras son
ahora superiores a las suyas, aunque su apelación haya sido desestimada
y deba permanecer en la cárcel 'sine die'. Pero como ha declarado Gabriel Rufián el plan b consiste en hacerle 'president'. Plan b muy improbable también.
La legitimidad democrática se somete, para serlo
auténticamente, a la ley, sea esta la penal o cualquier otra. No hay
legitimidad que se sobreponga a la norma, mucho menos cuando esta es de
carácter punitivo. Siendo así las cosas -y hasta el más elemental
análisis lo acreditaría- el sudoku que han montado el 21-D los
exconvergentes y los republicanos no cabría suponerlo ni en la hipótesis
más inverosímil.
De tal manera que si ya la fugaz proclamación de la república catalana fue
un mero voluntarismo, el planteamiento por parte de ambas fuerzas
políticas del 21-D consistió en un teatrillo: llevar en cabecera a
huidos, presos e imputados que, antes o después, salvo error u omisión, terminarán inhabilitados para
el ejercicio de las funciones representativas.
El hecho de que lo sean
–es decir: que como electos representen a ciudadanos- no es eximente de
clase alguna en el Código Penal sino una causa de exigencia de mayor
responsabilidad y rigor en el cumplimiento de la ley.
Estas son las reglas del juego en las que la impunidad no encaja. Los acontecimientos en Catalunya abocan a designar 'presidents' del Govern y del Parlament a electos limpios de polvo y paja penal, o a repetir elecciones sin la presencia de huidos, presos e imputados.
(*) Periodista y ex director de Abc
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