viernes, 12 de enero de 2018

El tiempo y el castigo / Ramón Cotarelo *

En todo conflicto, controversia, batalla, hay momentos altos y bajos y los segundos son aprovechados por el adversario para imponerse. Las portadas de la prensa con motivo de los arrepentimientos de los dos Jordis y Forn son como peanes de victoria mostrando en cadenas a los vencidos. 
 
Los líderes del "procés" presos se retractan y aceptan la ley trompetea El País en primera. El editorial ya va más a fondo y tira exclusivamente contra el presidente Puigdemont (Esperpento catalán). Acierta. Él y Junqueras son los objetivos por derribar. Son los dos líderes políticos de este movimiento social. El uno está en la cárcel; el otro, en libertad en el extranjero con mucho margen de acción. Y los dos, como de común acuerdo, piensan que hay que aguantar. 
 
Es el espíritu del artículo de Puigdemont que hoy publica Politico.Eu, un semanario muy leído en Europa y América, titulado Cataluña no será acallada Gracias, Serri). El pie del artículo aclara que Puigdemont es expresidente del gobierno catalán, que está acusado de sedición y rebelión en España y actualmente reside en Bélgica. Uno en la cárcel y otro en el exilio y así parece que van a seguir durante un tiempo. Porque si los seres humanos somos en el tiempo, según el filósofo, arrebatárselo a alguien es el peor de los castigos, es privarle de una parte de su vida. Ante la eventualidad, los ánimos difieren. Hay quien prefiere evitar el castigo y quien, como Mandela, lo arrostra más de veinte años. Ese ser en el tiempo vive muchos estados de ánimo.

¿Qué decir de las bajas? Que somos humanos, somos en el tiempo, tenemos derecho a vivir y cada cual afronta estos momentos a su modo. Lo cual es absolutamente comprensible y en modo alguno vituperable. No lo es si esas supuestas retractaciones y reniegos son sinceras y no lo serían si fuesen insinceras. Es el tribunal el que carga aquí con la responsabilidad de juzgar a la gente por sus convicciones cuando exige retractación pública. E pur...

La experiencia de ver a los líderes humillados en las horcas caudinas solivianta los ánimos de mucha gente que los ha seguido. He visto alguna pieza enfurecida. Es comprensible. Y muy de tener en cuenta la advertencia de que abandonar la hoja de ruta sería una canallada y un fraude épico para millones de personas que se pusieron en marcha con un objetivo compartido, aguantaron la violencia represiva del Estado y reiteraron su voluntad pacíficamente el 21D, tras haber aplaudido la declaración de independencia que trajo el 155 y la situación, esa sí, esperpéntica de un Estado de derecho en perpetuo estado de excepción. 

Solo dos observaciones encadenadas: a) no es posible juicio moral alguno sobre los actos de los procesados. Cada cual aguanta hasta donde puede. Obligarlos además a mantener una doble actividad política y judicial quizá no sea lo más adecuado, ni siquiera desde el punto de vista operativo. Los tres procesados por una parte y Forcadell por la otra tienen derecho a pedir el relevo para hacer frente a sus asuntos judiciales. 

Y es lógico que lo tengan por la segunda obervación: b) cierto, la acción colectiva popular tiene el efecto de un proceso constituyente de raíz popular, revolucionaria. Necesita una dirección. La tiene y muy simbólica en las personas de los dos líderes, uno en prisión y el otro en el exilio. Y en este orden simbólico debe mencionarse una tercera figura, Artur Mas, cuya autoridad no ha dejado de crecer en el seno del movimiento independentista, en proporción a la furia vengativa del Estado contra él quien, no contento con procesarlo por la vía penal, ha movido al Tribunal de Cuentas a que le embargue su vivienda. Una medida ruin que convierte en víctima no solo a Mas sino a sus descendientes. 

El Estado a veces acierta. Así como El País señala a Puigdemont como el enemigo público nº 1 de la democracia, el gobierno lo hace con Mas. Y no sin razón: Mas fue el responsable del primer referéndum, el del 9N, con el que se daba continuidad y se resumía la serie de referendums que habían ido celebrándose en distintos municipios catalanes desde 2009, generalmente impulsados por la CUP. Por eso quieren buscarle la ruina. Y él continúa.

Cuando un movimiento social tiene un apoyo político transversal, desde la burguesía neoliberal hasta los antisistema, pasando por varias muestras de la izquierda más socialdemócrata; cuando integra una acción colectiva social muy extendida y coordinada; cuando tiene un relato nítido, pacífico y democrático, cuenta con  líderes firmes y una atención internacional creciente, entonces, lo que suceda entre estos puntales de espacio y tiempo, es secundario. Las personas son reemplazables y, si hubo miles de voluntarios para organizar el referéndum del 1º de octubre, también los habrá para cubrir los cargos o plazas que queden vacantes por la razón que sea. 

Todas las personas son reemplazables, hasta los líderes. Cosa que estos entenderán si llegan a la conclusión de que su presencia (incluso a distancia o entre rejas) es perjudicial al movimiento. Pero será una conclusión que alcancen ellos, no la que diga El País con su habitual  agresividad. Y, de momento, no se vislumbra razón alguna para que lo hagan. 

Con lo que sigue rigiendo el apotegma reciente de Mas: "primero, la patria (Catalunya); después, el partido; y luego, la persona". Un hombre que hace lo que dice. 

Va a ser difícil elegir un presidente de la República Catalana cuando toque.
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

No hay comentarios: