El desdén de Mariano Rajoy a la oferta de diálogo expresada por el president Puigdemont
desde Bruselas, a las pocas horas de que el independentismo haya
revalidado en las urnas la mayoría absoluta en el Parlament, expresa el
estado de shock en que ha quedado el Ejecutivo del PP y también la
política española con los resultados que se han producido. Decir,
además, que con quien tiene que dialogar es con Inés Arrimadas, es todo
un canto al surrealismo.
No deja de ser un despropósito que sitúe en
primer lugar como interlocutora a la que va a ser la jefe de la
oposición en el Parlament antes que a quien legítimamente han votado los
catalanes para liderar el Govern, cosa que únicamente no será así si el
Ejecutivo español mantiene la mordaza judicial y no sabe leer el nuevo
tiempo político que se ha abierto y la oportunidad que supone.
Solo hace falta echar un vistazo a la prensa internacional
para ver la dimensión histórica del resultado conseguido por el
independentismo en unas condiciones políticas casi imposibles y el
descalabro sin parangón del Partido Popular, última fuerza en el
Parlament y sin capacidad para constituir grupo parlamentario con
las tres exiguas actas de diputado que ha conseguido.
El resultado ya se
ha cobrado en el Palacio de la Moncloa la primera víctima, con el cese
inmediato de Jorge Moragas, cocinero mayor de los
fogones presidenciales, uno de los estrategas de la campaña de línea
dura contra el independentismo y, en su condición de catalán de
nacimiento, oráculo de muchas de las decisiones adoptadas dada su
proximidad al presidente.
Moragas, incapaz de entender los movimientos
sociales y políticos en una Catalunya de la que siempre ha estado
desconectado y ha conocido muy poco, ha sido el Rasputín de estos años y
ha controlado algo tan importante como la agenda de Rajoy. Su próximo
destino es Nueva York, como embajador ante Naciones Unidas.
Moragas ha actuado como primer fusible, pero es evidente que su
cabeza es insuficiente dada la magnitud del desastre. La vicepresidenta,
Soraya Sáenz de Santamaría, tiene, por primera vez,
una crisis política que reúne las condiciones para que se unan en contra
de ella sus diferentes rivales: desde Cospedal a Feijóo.
Aquella
sonrisa de la semana pasada, cuando destacaba en Girona los logros del
155 y hablaba, por ejemplo, del organismo encargado de la política
exterior de Raül Romeva, "que ya no se llama Diplocat. Se
llama Diplocat... en liquidació". Todo ello, entre aplausos y
sonrisas del auditorio, lo que el día después de las elecciones ha dado
pie a una de las bromas de la jornada: "Ya no se llama PP. Se llama, PP... en liquidació".
La política española no ha dado hasta la fecha ningún indicio que
permita ser mínimamente optimista de rectificación de las acciones
llevadas a cabo. Antes al contrario, alentada por los medios
informativos españoles, se sigue encontrando cómoda en la
judicialización y la ausencia de iniciativas. El resultado de
Ciudadanos, favorable a cualquier enquistamiento, tampoco va a ayudar a
abrir espacios de diálogo.
Pero Puigdemont debe persistir en el empeño
en este arranque de legislatura. Cargarse de razones, después de llenar
la víspera el zurrón de votos y de diputados. Y que sea la otra parte la
que desatienda las llamadas al diálogo que ya han empezado a surgir
desde diferentes cancillerías. Como, por ejemplo, desde Alemania: la
portavoz de la canciller Merkel, Ulrike Demmer. Hay tiempo para ello si
Rajoy no quiere cometer los mismos errores de la pasada legislatura.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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