Ninguna encuesta, ni ningún experto electoral, ni por supuesto,
ningún politólogo hubiera pensado que después de todo lo que ha llovido,
de todo lo que ha pasado en Cataluña en estos dos últimos años y sobre
todo, en estos dos meses y medio, que el principal causante de todo lo
que ha pasado, de todo lo que ha llovido, Carles Puigdemont, exiliado en
estos momentos en Bruselas, será probablemente, de nuevo, Presidente de
la Generalitat, sin ningún programa político concreto y solo con el
objetivo de desarrollar esa Declaración de Independencia por la que está
imputado por delitos de rebelión, sedición y malversación de caudales
públicos.
Es más, ese Presidente que, con toda probabilidad, será apoyado por
la CUP, en tanto defiende la implementación del desarrollo de la
República, que se declaró el 27 de Octubre, puede incluso dirigir el
Gobierno (ha prometido que será el mismo que tenía antes de la
aplicación del artículo 155) desde Bruselas, con un conseller en cap.
que tenga plenos poderes para llevar el día a día. Lo otro, su promesa
de volver a Cataluña si era reelegido, puede complicar, aún más, la
situación, ya que tendría que ser detenido, porque existe una orden de
detención contra él.
Ha ganado en votos y en escaños Inés Arrimadas, la cara amable de un
centro derecha, que probablemente es lo que hubiera necesitado Cataluña
en estos momentos. Pero no ha servido de nada, porque tendrá que
ejercer su labor en un Parlamento con mayoría soberanista, que
intentará, a pesar de todas las promesas, volver a la unilateralidad y
el desarrollo del “Procés”.
Y eso, con un Gobierno que con el fracaso
del Partido Popular que ha sacado los mismos escaños y menos votos que
la CUP, supone un fracaso sin paliativos que le pasará factura al
Presidente del Gobierno, y a su Vicepresidenta que es la que ha llevado
de la mano el dossier catalán. Se ha cumplido los temores del
expresidente del Gobierno José María Aznar, expresados en una entrevista
en la Ser: “Si el 22 de Diciembre estamos como antes de la
intervención del artículo 155, estaremos todos peor y sobre todo, los
catalanes”.
Según él, si los independentistas ganan las elecciones el
próximo 21 de Diciembre (y no las han ganado porque tiene menos votos, y
menos escaños pero repiten mayoría absoluta) “Cataluña quedará sumida
en la rebelión y el imperio de la anarquía”. Es de esperar que ese
presagio no se cumpla.
A la vista de lo que ha pasado este jueves, la realidad es que se
abre una nueva y complicada etapa política en Cataluña, donde el reto
principal, en estos momentos, es la formación de un Gobierno estable,
que lleve la normalidad y la tranquilidad política a una Autonomía que
ha vivido estos dos últimos años con un Gobierno soberanista, cuyo único
objetivo ha sido preparar todos los mecanismos legislativos para una
Declaración de Independencia.
Algo que se produjo el pasado 27 de
Octubre y que provocó la intervención del Gobierno central de la
Autonomía (aplicación del artículo 155 de la Constitución), la
destitución del Presidente y del Gobierno de la Generalitat y,
también, indirectamente, la división del independentismo. Una división
que, en el fondo, ha permitido una nueva mayoría absoluta del
independentismo, liderado en esta ocasión, por el partido de Puigdemont,
Junts per Catalunya.
De forma inesperada, y a pesar de las encuestas, el presidente
destituido Carles Puigdemont que huyó para no hacer frente a sus
responsabilidades judiciales de lo que, según la Fiscalía General del
Estado, ha sido un caso de rebelión, sedición y malversación de fondos
públicos, mientras el vicepresidente Oriol Junqueras entraba en prisión,
sigue en ella y le ha llegado a echar en cara al Fugitivo que al final,
él esté encarcelado y el huido en la calle, en Bruselas.
Allí, en la
capital de la UE, ha intentando convencer inútilmente a Europa, que
sigue siendo Presidente en el exilio de una República catalana, que no
ha sido reconocida por nadie, ni existe la posibilidad de que ese
reconocimiento se produzca. Sin embargo a pesar del mensaje inútil, su
lista en la que no ha intervenido su partido, el PDeCat, ha sido, sin
duda, el gran vencedor, aunque la candidata de Ciudadanos Inés Arrimadas
haya ganado en votos, y en escaños.
Esta división del independentismo ha sido, según los expertos
electorales, uno de los principales factores (aparte de la enorme
participación que ha beneficiado a Ciudadanos pero también al
independentismo) de que el sabelianismo, incluyendo a la complicada y
antisistema CUP, haya vuelto a colocarse en una mayoría absoluta que
supone una ruina para Cataluña. Lo que significa que los resultados
indican que no ha influido en nada el efecto devastador que la
Declaración Unilateral de Independencia y el Referéndum ilegal del 1 de
Octubre ha hecho a la economía catalana, a su turismo, a sus empresas, y
a las inversiones extranjeras.
Ahora, el principal desafío para el nuevo Presidente de la
Generalitat y el nuevo Gobierno, que debería ser, después de todo lo que
ha pasado en estos dos últimos años y, especialmente desde el 1 de
Octubre, reconciliar a todos los catalanes, cerrar heridas que se han
producido entre familiares, vecinos y amigos, por una política que ha
fomentado el enfrentamiento e, incluso el odio, y no el entendimiento,
será todo lo contrario porque Puigdemont no tiene programa.
Su único
programa es implementar la República catalana, según ha venido
repitiendo desde el exilio. Es verdad que para esa reconciliación
Cataluña necesita de políticos que sean capaces de conectar con todos
los ciudadanos, y que puedan apoyar un proyecto común, algo que, a
estas alturas, y viendo los antecedentes, parece un sueño imposible…
Y además, poner las bases de un acuerdo político para que, poco a
poco, los catalanes se encuentren más cómodos en un proyecto común
nacional, al que una parte importante de la población ha renunciado.
Con Puigdemont eso no solo es posible, sino por el contrario el
enfrentamiento continuará en una sociedad profundamente dividida,
enfrentada y profundamente cansada.
(*) Periodista y economista
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