Que el independentismo político se presente en listas separadas a las
elecciones del 21 de diciembre es el peor error imaginable. Una
equivocación colosal. El sistema de distribución de diputados favorece
sólo a las grandes concentraciones de voto y, sin duda, la opción de las
listas separadas, la opción del partidismo fragmentado, no conviene de
cara a la gran victoria electoral que necesita, como el
aire que respiramos, el independentismo político.
La mayoría social
separatista debe poder imponerse con claridad en esta consulta que no es
una simple elección autonómica sino el gran plebiscito que siempre ha
reclamado Cataluña y que, a regañadientes, ha tenido que aceptar el
Gobierno de Mariano Rajoy tras el golpe de palacio del artículo 155.
No se puede admitir, en nombre de ningún partido político, que los
intereses de toda la nación catalana queden subordinados o descuidados,
no se puede admitir que la revolución de las Sonrisas, que la revuelta
de los Catalanes, un movimiento nacido de entre la gente, a pie de
calle, y que ha conseguido llegar hasta los despachos más altos y
suntuosos del poder catalanista, sea ahora manipulado a conveniencia de
los estados mayores del PDeCat, ERC y la CUP, todos ellos igualmente
equivocados en sus cálculos electorales.
Es notorio que entre ellos no
se entienden casi en nada, es diáfano que tienen proyectos completamente
diferentes, es cierto y es verdad que todos ellos han cometido
suficientes errores políticos, engaños y manipulaciones, suficientes
equivocaciones como para no votarles nunca más.
Todos los electores
tenemos un cúmulo de razones para estar muy irritados. Pero si, por la
soberanía nacional de Cataluña, no son capaces de repetir el esfuerzo de
Junts pel Sí y de ir más allá de los reproches y de los odios, de los
rencores, si no son capaces de agrupar a todas las fuerzas políticas
independentistas dentro de una misma lista electoral, entonces, amigos,
amigas, habrá triunfado la famosa profecía de José María Aznar, el gran
brujo, el cual aseguró que antes se rompería Cataluña que España.
Siempre estamos a tiempo de matar al vecino, eso es cierto, siempre se
está a tiempo de comenzar ahora una nueva guerra civil, naturalmente,
pero convendrán conmigo que es un disparate, un error, una opción
autodestructiva que sólo hará evidente, a plena luz del día, la
impotencia y la incompetencia de nuestros representantes políticos.
Basta ya, dejemos de pelearnos entre nosotros de una maldita vez.
Si las fuerzas independentistas se presentan por separado y el bloque
de partidos españolistas, acaso, gana las elecciones, aunque sea por un
único diputado, no sólo caerán encima de nuestra pobre nación las siete
plagas de Egipto, no sólo nuestra propia continuidad se verá
amenazada, también tendremos que contemplar con horror cómo las
recriminaciones, las acusaciones y las luchas intestinas entre los
soberanistas nos llevarán a la catástrofe, no sólo como nación abortada
sino como sociedad democrática y del bienestar.
Si el independentismo no
gana las elecciones con una clara mayoría todos aquellos que quieren la
destrucción de Cataluña se frotarán las manos —“Catalonia delenda est”
clamaba en un artículo de El Mundo hace años Fernando Sánchez
Dragó sin que nadie la acusara de un delito de odio—. ¿Realmente,
alguien columbra que los poderes de Madrid no harán todo lo posible para
ganar estas elecciones, utilizando todas las armas a su alcance?
¿Realmente alguien cree que la derrota electoral no es posible, incluso
muy posible? A veces la arrogancia y el afán de superioridad de algunos
dirigentes soberanistas me deja boquiabierto, perplejo, triste.
En contraste, si una lista independentista conjunta, encabezada por
el presidente Carles Puigdemont, gana las elecciones no sólo se habrá
demostrado —a España y al mundo— que la separación de Cataluña es la
auténtica voluntad de la mayoría de nuestra sociedad, también se podrán
subsanar los errores pasados. Los partidos políticos podrán hacerse
perdonar muchas cosas ante sus electores.
Si Carles Puigdemont se
convierte en el nuevo presidente electo de Cataluña podrá volver del
exilio, rodeado de multitudes, de una manera comparable a la de Josep
Tarradellas hace cuarenta años. Es necesario un nuevo impulso político,
un nuevo momento histórico que devuelva el entusiasmo y la fe en el
futuro al conjunto de la sociedad catalana. Es necesaria una nueva
Operación Tarradellas para que Puigdemont regrese con todo el respeto y
con toda la dignidad, él y los consejeros que están en Bruselas.
Un
recibimiento multitudinario tras una victoria electoral rotunda
produciría la salida inmediata de la prisión del vicepresidente Oriol
Junqueras y de los consejeros injustamente castigados, de Jordi Sánchez y
Jordi Cuixart. Nos devolvería no sólo a nuestro legítimo Gobierno
despojado sino, sobre todo, nos devolvería la dignidad de Cataluña,
nuestro orgullo nacional tan severamente, tan perversamente, humillado.
La sociedad catalana necesita una reparación. La situación es grave y
exige generosidad política y audacia. La mayoría de la sociedad catalana
necesita que otro presidente vuelva del exilio el día 22 de diciembre. Y
esta vez con la rotundidad de una victoria independentista bajo el
brazo.
(*) Profesor de Historia
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