sábado, 11 de noviembre de 2017

Operación Tarradellas para Puigdemont / Jordi Galves *

Que el independentismo político se presente en listas separadas a las elecciones del 21 de diciembre es el peor error imaginable. Una equivocación colosal. El sistema de distribución de diputados favorece sólo a las grandes concentraciones de voto y, sin duda, la opción de las listas separadas, la opción del partidismo fragmentado, no conviene de cara a la gran victoria electoral que necesita, como el aire que respiramos, el independentismo político. 

La mayoría social separatista debe poder imponerse con claridad en esta consulta que no es una simple elección autonómica sino el gran plebiscito que siempre ha reclamado Cataluña y que, a regañadientes, ha tenido que aceptar el Gobierno de Mariano Rajoy tras el golpe de palacio del artículo 155.

No se puede admitir, en nombre de ningún partido político, que los intereses de toda la nación catalana queden subordinados o descuidados, no se puede admitir que la revolución de las Sonrisas, que la revuelta de los Catalanes, un movimiento nacido de entre la gente, a pie de calle, y que ha conseguido llegar hasta los despachos más altos y suntuosos del poder catalanista, sea ahora manipulado a conveniencia de los estados mayores del PDeCat, ERC y la CUP, todos ellos igualmente equivocados en sus cálculos electorales. 

Es notorio que entre ellos no se entienden casi en nada, es diáfano que tienen proyectos completamente diferentes, es cierto y es verdad que todos ellos han cometido suficientes errores políticos, engaños y manipulaciones, suficientes equivocaciones como para no votarles nunca más. 

Todos los electores tenemos un cúmulo de razones para estar muy irritados. Pero si, por la soberanía nacional de Cataluña, no son capaces de repetir el esfuerzo de Junts pel Sí y de ir más allá de los reproches y de los odios, de los rencores, si no son capaces de agrupar a todas las fuerzas políticas independentistas dentro de una misma lista electoral, entonces, amigos, amigas, habrá triunfado la famosa profecía de José María Aznar, el gran brujo, el cual aseguró que antes se rompería Cataluña que España. 

Siempre estamos a tiempo de matar al vecino, eso es cierto, siempre se está a tiempo de comenzar ahora una nueva guerra civil, naturalmente, pero convendrán conmigo que es un disparate, un error, una opción autodestructiva que sólo hará evidente, a plena luz del día, la impotencia y la incompetencia de nuestros representantes políticos. Basta ya, dejemos de pelearnos entre nosotros de una maldita vez.

Si las fuerzas independentistas se presentan por separado y el bloque de partidos españolistas, acaso, gana las elecciones, aunque sea por un único diputado, no sólo caerán encima de nuestra pobre nación las siete plagas de Egipto, no sólo  nuestra propia continuidad se verá amenazada, también tendremos que contemplar con horror cómo las recriminaciones, las acusaciones y las luchas intestinas entre los soberanistas nos llevarán a la catástrofe, no sólo como nación abortada sino como sociedad democrática y del bienestar. 

Si el independentismo no gana las elecciones con una clara mayoría todos aquellos que quieren la destrucción de Cataluña se frotarán las manos —“Catalonia delenda est” clamaba en un artículo de El Mundo hace años Fernando Sánchez Dragó sin que nadie la acusara de un delito de odio—. ¿Realmente, alguien columbra que los poderes de Madrid no harán todo lo posible para ganar estas elecciones, utilizando todas las armas a su alcance? ¿Realmente alguien cree que la derrota electoral no es posible, incluso muy posible? A veces la arrogancia y el afán de superioridad de algunos dirigentes soberanistas me deja boquiabierto, perplejo, triste.

En contraste, si una lista independentista conjunta, encabezada por el presidente Carles Puigdemont, gana las elecciones no sólo se habrá demostrado —a España y al mundo— que la separación de Cataluña es la auténtica voluntad de la mayoría de nuestra sociedad, también se podrán subsanar los errores pasados. Los partidos políticos podrán hacerse perdonar muchas cosas ante sus electores. 

Si Carles Puigdemont se convierte en el nuevo presidente electo de Cataluña podrá volver del exilio, rodeado de multitudes, de una manera comparable a la de Josep Tarradellas hace cuarenta años. Es necesario un nuevo impulso político, un nuevo momento histórico que devuelva el entusiasmo y la fe en el futuro al conjunto de la sociedad catalana. Es necesaria una nueva Operación Tarradellas para que Puigdemont regrese con todo el respeto y con toda la dignidad, él y los consejeros que están en Bruselas. 

Un recibimiento multitudinario tras una victoria electoral rotunda produciría la salida inmediata de la prisión del vicepresidente Oriol Junqueras y de los consejeros injustamente castigados, de Jordi Sánchez y Jordi Cuixart. Nos devolvería no sólo a nuestro legítimo Gobierno despojado sino, sobre todo, nos devolvería la dignidad de Cataluña, nuestro orgullo nacional tan severamente, tan perversamente, humillado. 

La sociedad catalana necesita una reparación. La situación es grave y exige generosidad política y audacia. La mayoría de la sociedad catalana necesita que otro presidente vuelva del exilio el día 22 de diciembre. Y esta vez con la rotundidad de una victoria independentista bajo el brazo.


(*) Profesor de Historia


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